Inventé un músico,
una vereda y unas flores.
Inventé una malograda milonga,
en sol,
sentenciándome al mitológico arrebato
de perpetrarme al perpetrarte.
Tanta imaginaria confabulación de sonidos,
tantos niños de fuego,
tanta pueril incandescencia
planeando sobre esa agrietada tierra.
Lejos.
Inventé un místico,
un barco, un mar ficticio
mientras bailabas a tientas
con la invisible gloria:
lloran inevitablemente las musas,
aun cuando son dilectas
de los gráciles sinfonistas;
otorgan improvisadamente su alma
a los otros dioses.
Acaso en el estepario
territorio en que vierto este retorno,
te vuelvas río manado hacia el este.