miércoles, 16 de diciembre de 2015

Los renunciantes

Pero, al fin, somos amantes de nuestras agonías;
y lo más triste de la vida es cómo parecemos
preferir lo que al otro día nos matará.

EDUARDO MALLEA, en La noche enseña a la noche.

1
El café
Amelia frecuentaba el café de la avenida Independencia, para leer. Desde hacía ya meses un solo autor seguía suscitando su interés. “¿Para qué más?”, se repetía, en silencio, sin necesidad de persuadir a nadie. Bartolomé, uno de los mozos del local, había enviudado hacía poco tiempo. Estaba prácticamente solo en el mundo, ya que de su unión con su fallecida esposa no había nacido hijo alguno, debido a razones que siempre rehuía argüir cuando al respecto se lo interrogaba. A Amelia le resultaba difícil asistir a la recurrente escena que encarnaba este hombre de cincuenta y tantos, quien trabajaba de domingo a domingo, con un régimen de medio día franco a la semana (cuando le permitían tomárselo) y reiteraba hasta el empacho en sus alborozadas conversaciones con los habitués de la casa, la frase qué se le va a hacer, no queda otra, confiado en que la redundante y pública aceptación de su existencia, provocaba la simpatía de la lectora (su anhelo inconfesado) cuando lo escuchaba. Ella, por su parte, lo hacía sin evidenciar gestualmente su rechazo hacia veredictos de tal especie, y seguía concurriendo al café de la avenida Independencia, a leer. Amelia Sugar aparentaba menos edad de la que en realidad tenía: “no das más de treinta Ame, y ahora que bajaste…”, había declarado a regañadientes y ante la flagrante evidencia Julia, su compañera en la delegación del Registro Civil en donde trabajaban. Se hacía cuesta arriba tener que compartir con Julia esa precaria oficina. A Amelia le disgustaba, entre aspectos tanto más vituperables de su conducta, la fingida camaradería con la que su compañera de trabajo había ponderado su vertiginoso descenso de peso. De todos modos, no quedaba mucho tiempo. Se había fijado sentencia desde hacía tantos años… A partir del momento en que el invierno, sin papá, ya no fuera lo mismo, allá en las sierras, a partir de que su prima Francisca comenzara repentinamente a transformarse en su vehemente enemiga, a partir de que la iracunda tía Martha, con el dejo teutón de su enérgica voz, augurara cada vez más frecuentemente ante un peculiar sondeo atmosférico que ese año la temporada se extendería un par de semanas debido al inusual calor; se había fijado resolución desde el momento en que mamá se acostó a dormir en la cumbre de un afamado cerro, convocante, místico, negocio exitoso si los hubo y los hay. Cuando enterraron a mamá, el hielo de las vísceras no se había derretido aún, “tan despeinada, tan mal arreglada” murmuró una irreconocible voz de las tantas que acudieron a presenciar la precipitada, improvisada, no obstante populosa despedida en aquella inusualmente fría tarde cordobesa.   
Habían pasado los veintiún días de ayuno y allí se encontraba Amelia Sugar, jean recién estrenado, blusa de bambula color verde agua, ojotas de cuero, deslumbrante en la tórrida noche de verano, maravillando a cuanta mirada reparase en esa esbelta mujer de pelo corto, un metro setenta y cinco de estatura, piel cetrina y mirada contemplativa, solitaria, sentada en el café de la avenida Independencia. Bartolomé, el mozo, parloteaba sumiso, receptivo, candorosamente ilusionado, con el doctor Recabarren, adorable truhán de grandes ligas que había forjado sus célebres reputación y patrimonio, embaucando a más de uno en la ciudad sin tener que darse a la fuga debido a los embriagadores encantos de su carisma, conservando, por si aquello fuera poco, su afán de lograr alcanzar la presidencia de un prestigioso club marplatense. Amelia bien pudo haberse pertrechado para el perentorio cometido que estaba a punto de consumar, de los consuetudinarios manjares a base de diversas masas europeas, gírgolas, endibias, quesos semiduros y duros, azules; armarse con el heterogéneo laterío de productos de mar, o con los panes saborizados que en tiempos no tan lejanos adquiría en el mercado del gringo Giuseppe; en fin, llevarse a su cueva el oso las vituallas, antes de volver a la hibernación. Pero por insondables razones, decidió dar curso de manera pública al programado y conclusivo frenesí, prescribiéndose dos, tres (si el estómago se la bancaba) de las incomparables milanesas completas que preparaba la misteriosa cocinera del lugar. Y después que llamen nomás… No, mejor renuncio antes. No sea cosa que se enteren de que Amelia quiere dormir sin ser molestada. Y renunció nomás un par de días antes de empezar el ayuno.    
Todos, menos ella y el propio Marcos, uno de los ayudantes de cocina del café de la avenida Independencia, ignoraban en el lugar que el adolescente colgaría extemporáneamente los guantes en un par de horas, tras el prosaico banquete celebrado por la lectora, seducido el doncel por la importante cifra en moneda extranjera que la zampona oferente había convidado a cambio de que el atlético y potencial partenaire se prestase a una ceremonia en la cual los licores ―enriquecidos con alguna sustancia no declarada― y el agua destilada, constituirían la esencial materia prima; eso, no obviando ciertamente la virtuosa humanidad del pendejo, junto con la respuesta de su organismo al estímulo de la ingesta líquida.  
2
Caminata
―En cualquier momento el cielo estalla. Mirá los relámpagos. En el departamento hay aire acondicionado, el calor no va a ser un problema. ¿Estás intranquilo por haber dejado el trabajo?
―La encargada no lo podía creer cuando le di la chaqueta y le dije que no volvía más. Esa tipa es el mismísimo demonio, y desde que anda con el dueño, peor. Vive prácticamente en el café. A Bartolomé lo maltrata todo el tiempo, le hace pasar vergüenza delante de los clientes. ¡Uh!, y desde hace unos días, para colmo, el lavavajilla no funciona. Van a tener que meter mano todos para sacar la cosa adelante antes de cerrar. ¿Usted está bien señora? Con todo lo que comió…
 ―Decime Amelia chiquito, que sabés a lo que vamos a casa. Ese señora tan ceremonioso que te sale no me va a poner en vena. Prefiero pensar que no le contaste a nadie acerca de todo esto. Te repito que por tu seguridad no te conviene, es mucha guita la que te vas a llevar mañana cuando te vayas. ¿Qué hiciste con los mil que te di como adelanto?
―Eso no se cuenta señ…, Amelia.
―Está bien, me gusta que seas reservado. ¿Vivís solo?
―No, con mis viejos. Mi hermana se casó hace dos años y se mudó al sur.
―¿Qué dijiste en tu casa para justificar que no vas a aparecer hasta mañana?
―Que me quedaba a dormir en lo de un amigo en donde me quedo habitualmente cuando salimos.
―¿No hay peligro de que llamen para averiguar?
―Tengo diecinueve años.
―Tenés razón, retiro la pregunta boluda. ¿Y cuando se enteren de que renunciaste al laburo?
―No pensé en nada todavía.
―¿Tomaste las dos grageas que te di?
―Sí.
­―¿Anoche?
―Sí.
―Si bien no quiero detalles, espero que hayan hecho efecto esta mañana. ¿Estás en ayunas como te pedí?
―Sí.
―Transparente… Ahora, cuando lleguemos al departamento, te das un baño y comenzamos con las ingestas de las que te hablé. Impoluto por dentro y por fuera. De los licores, una pequeña medida nomás, es para que la cuestión tenga el dejo que busco. Y a lanzarte un poquito más que no muerdo. Es bastante elemental lo que sabés que tenés que hacer. Ni se te va a tener que parar. Es más, inferirás que eso obstaculizaría una parte de la ceremonia.
―¿Ceremonia?
―No me hagas caso. Me refiero a lo que te dije que tenés que hacer. Y en algún momento sabés que vas a tener que relajarte y estar receptivo. Tengo igual un par de cosas que te van a afinar para que no te me destemples y me estropees la noche. Mirá esos relámpagos, ¡maravilloso!
―Le juego que esta tormenta se la traga el mar. Como la del otro día, ¿vio cómo el calor no amainó? Con esta pasa lo mismo, le juego lo que quiera.
―Tuteame o suspendo la movida chiquitín. ¿Adónde creés que vas conmigo? 
―Bueno, ¿l…, te repito las instrucciones?
―No hace falta, de la forma en que me estás mirando me doy cuenta de que te las acordás de memoria. Además, para eso fuiste ayer al departamento. Qué calor mi Dios. Tenés razón con lo del clima. No consulté el pronóstico, pero si no llueve y cambia la atmósfera, mañana va a estar abrasador el día. Y vos de vacaciones por unos cuantos meses me imagino.
―Veremos.
―Mientras no te patines la guita en boludeces. Pensá en el infierno del que te saqué y tratá de no terminar como el pobre Bartolomé. Las décadas vuelan como esas nubes rojas que según tu vaticinio se va a tragar el mar… Me gusta que te hayas rapado. ¿Cuánto me dijiste que pesás?
―Ochenta y dos.
―Mmm, me da la impresión de que te agregás un par de kilos. No hace falta que me mientas. ¿Tenés novia?
―No en este momento.
―Así, te parecés a River Phoenix en Stand by Me, obviamente más crecidito.
―¿A quién?
―A nadie.
3
Algunos días de una vida (fragmentos de varios diarios)
Córdoba capital, miércoles 20 de mayo de 1992. Hoy a la mañana, en el hospedaje, me miré al espejo y me deseé feliz cumpleaños. Diecisiete años en este mundo extraño. Escribo esto en un café del centro. Otoño cordobés. Recién terminé de releer La balada del café triste. ¡Te amo Carson McCullers! Ayer al atardecer dejé por fin el hotel de la tía Martha. Robé el DNI de Francisca (y toda la guita que pude), así que ahora puedo acreditar mi supuesta mayoría de edad. Por desgracia somos bastante similares físicamente. Tuvo razón la tía en reprenderme por haberme robado uno de los piononos y comérmelo sola. Tal vez sea genuina su preocupación por mi obesidad. Creo que yo de todos modos buscaba su represalia verbal en tren de tener motivos para la fuga hacia Rosario. Ese lugar, Francisca y su hostigamiento, la desaparición de papá, el suicidio de mamá; un cumpleaños más en esa atmósfera forzada hubiese sido un verdadero bajón. Un grupo de turistas porteños me acercó hasta acá. Creo que paso bien por mochilera. Espero que nadie me haya visto subir a ese minibus. No creo de cualquier manera que les preocupe un pomo encontrarme. ¡Libertad, libertad, libertaaad! Mañana sale mi ómnibus con destino a Rosario.
Rosario, jueves 20 de julio de 1995. Fin de mi noviazgo con Juan. Definitivamente creo que jamás me casaría. Cómo se desvanece el embelesamiento de los inicios. Tan trillado todo lo que puede esperarse. Me entristeció verlo llorar cuando me di vuelta. Que siga labrándose un futuro. No aguanto más a esa familia fascista que lo asesinó moralmente en nombre de qué sé yo cuanta pelotudez irrelevante. Si lo que importa es la guita, se forraría cantando tangos en Europa. Que lo siga haciendo a escondidas mientras le administra la distribuidora al papito torturador indultado por el sultanato. Ayer corroboré que del río sigo enamorada. El invierno, el viento sur, lo adormecen, lo funden con el paisaje, lo cristalizan en algo parecido a mi esperanza, …, gris. En la funeraria me deben el sueldo de junio. Me he convertido en una experta en enfrentar tan asiduamente el dolor de los deudos sin demasiados sobresaltos. Sigo disfrutando de las charlas y los mates con Eduardo  ―quien sigue soñando con mudarse a Mar del Plata― mientras apresta los cadáveres. Es todo un experto. Los observo, esos cuerpos inertes, parecen haber pasado por tan poco, aun los más viejos. Compartimos tanto con Eduardo. Casi la misma edad. Yo dejé a mi novio y el suyo lo dejó a él por una mina. Y probablemente, no dentro de mucho, nos mudemos a vivir a Mar del Plata como me propuso. Amo a los putos. Siempre admiré ese brillo especial, esa égida ingeniosa que esgrimen cuando alguien les muestra su rechazo. Me encantaría ser un puto, cojer con un igual, tener pija, penetrar… Si leyera esto Francisca. Tan timorata la conchuda. ¿Cojerá o seguirá esperando que su principito serrano baje montado en una mula de la montaña y se la encuentre por accidente? Barriendo, barriendo y barriendo la galería del hotel. Me fui al carajo, pero lo dejo así.
Mar del Plata, jueves 27 de julio de 2000. Finalmente estuve yo sola en el crematorio del cementerio. Los familiares de Eduardo no pudieron o no quisieron venir desde Rosario a tramitar la exhumación y la reducción de restos. Seguirán sin perdonarlo por lo que pasó. Tuve que acreditar tantas cosas para que me permitieran ocuparme del asunto… Tengo las cenizas en una caja de zapatos sobre una silla al lado de mi cama. Mañana las voy a esparcir en la cima de la sierra que tanto le gustaba. La esposa de su último empleador pagó todos los gastos. “Parecía que dormía dentro del cajón esa gente” me decía cuando se refería al trabajo de Eduardo. Tres años que murió y la vieja lo recuerda. Éramos tan pocos el día del entierro. Ese viento y esa lloviznita pinchuda, pertinaces… Sigo sin laburo. No me quedan muchos ahorros y debo dos meses de alquiler. Las esperanzas en el nuevo gobierno se esfumaron como una bocanada en medio de un vendaval. Bocanada, no paro de escuchar el disco. Cerati me acompaña, y Alejandra, siempre Alejandra y sus niñas, sus lilas y sus bosques.
Mar del Plata, lunes 9 de julio de 2007. Nieva en Buenos Aires y en zonas del país en donde no acostumbra hacerlo. En la tele no paran de mostrarlo, se ha convertido en el suceso excluyente de la jornada. Qué porteñocéntricos estos canales del orto. Me imagino lo que pensará una persona de la Patagonia cuando ve a estos giles haciendo muñequitos de nieve de veinte centímetros a la vera de la General Paz. La vieja del departamento de al lado no baja el volumen de ese mortificante televisor. Estas paredes son un maldito cartón. Voy a tratar de extender la licencia. Si no trasladan a la lela de Julia a Tandil contemplaré el ofrecimiento de mudarme a la delegación de Bahía Blanca. Hablando de Bahía Blanca, cuánto hace que no releo a Mallea. Al fin y al cabo, no solo todo verdor perecerá, todo, tarde o temprano, pasará a formar parte de esa nada misma que es la historia de los nadies que habitamos el mundo, …, Julia y sus malditos corrillos (los primeros en la lista) serán olvido. También mis pobres e insignificantes huellas. Tan pocas las almas despiertas que han encendido esos profanos fuegos. Cojer con Javier me está aburriendo. Tiene veintidós años y habla como un viejo. “¡Te estás haciendo al hijo de la portera Amelia!” hubiese sentenciado Eduardo con esas eses aspiradas de puta santafesina con las que hablaba, y hubiésemos parloteado horas y horas acerca del pendejo. Diez años sin la Edu, cómo la extraño. Tengo que ir a la sierra a visitarlo.
Mar del Plata, viernes 1 de enero de 2010. Hoy a la mañana se tiró del balcón una mina del edificio de enfrente. Tardó en reunirse gente. La resaca de ayer. Todo el mundo guardado en su refugio. Rechacé por tercer año consecutivo la invitación de Jorge a pasar con él y su familia la noche de fin de año. El año que viene desiste. Eso espero. De todos modos lo prefiero como compañero de oficina. Ceremonioso y lenteja, pero no jode. Habló de más cuando me contó que vuelve Julia de Tandil. Pobre Jorge, si se enterara de los comentarios que en su momento hizo Julia acerca del engaño de su esposa. Sin embargo, creo que a ella la atrae. Quizás el hacer circular la noticia fue otra de sus habituales y poco sutiles estratagemas. En el Registro dicen que sigue soltera. ¿Quién la aguanta si vuelve con dos años más de despecho en la mochila? Este laburo no da para más… Los canas siguen en la puerta del edificio de enfrente. Debe ser una buena muerte después de todo estallar contra una vereda tras más de treinta metros de caída. A Eduardo le bastaron dos pisos. De cualquier forma, con todo lo que se había metido previamente, no había necesidad de ejecutar el salto del ángel. El alma de diva, la última cabriola de la Edu abandonada por el más eximio de sus chongos.  
Mar del Plata, … de febrero de 201... Cincuenta y cinco kilos. En otra época hubiese levitado de alegría ante una constatación tal. Hoy viene Marcos a buscar los mil dólares de adelanto y a reconocer el escenario. La cara que puso el otro día cuando lo esperé en la vereda y le hice la propuesta. Lo que puede la guita, ..., o la curiosidad. Espero que el chiquito no hable porque van a creer que soy rica. Si supieran… Se lo ve bastante lúcido y precavido. Confío en que lo repliegue su instinto de conservación. Edu, ayudame desde donde estés para que no se arredre cuando empiece la movida, la noche D, la noche de las lluvias, de la transparencia, la noche fluvial. Algo habrá que ponerle a los colores para que el nene se suelte. Veremos. Tengo tiempo hasta mañana para ajustar detalles. La sorpresa que le voy a dar a Bartolomé cuando empiece a pedir, pedir y pedir. Y el alcohol, lo dejaremos para cuando lleguemos con Marquitos. No quiero echar nada a perder.
4
El cordero y las aguas

amarillo: amansado el cordero,
descepado de la cotidiana lucha por
permanecer en el marchito preludio,
le es otorgada la primera llave del ingente abismo;
entregarse primero para poder después escapar…  

El sonido de las llaves abriendo la puerta del moderno departamento se fusiona al de los truenos. Esta vez el mar no se tragó la tormenta. Llueve cuantiosamente. Ella enciende el aire acondicionado mientras él comienza a ducharse. Se encontrará en unos minutos atisbando en el reflejo de la mampara cómo la espuma se desliza por una de las prolongaciones de su cuerpo. Ha recibido instrucciones respecto de cómo realizar la minuciosa operación de higiene. Se le ha pedido terminar la maniobra con la frotación de una esencia que lo aguarda en la cómoda del único dormitorio que posee el departamento. Debe hacer su entrada con una toalla blanca enganchada en su cintura, sin demasiada teatralidad, al living en donde se procederá a hacer la primera ingesta líquida y todo lo demás. La oferente aprendió de su tía Martha el arte de escoger los frutos y transformarlos en los famosos elixires que entre prodigios menos inestimables hicieron famoso al hotel de las sierras. Ella prefiere llamarlos por sus colores, ya que la simple mención de su base constitutiva echaría por tierra el proceso de elaboración, que en este caso ha conllevado el pulso férvido de la expectativa. Ha sabido detener a tiempo el desarrollo del pedestre ágape acabado hace menos de una hora. Los veintiún días de ayuno jugaron más a favor que en contra. Mientras su vientre es un torbellino de procesos involuntarios que van recuperando espacios en donde se van forjando apetencias nuevas, una botella que transparenta el intenso amarillo de su contenido es traída a la mesa del living desde la cocina. Lamenta que la molienda de comprimidos que ha sido disuelta previamente en las tres botellas, la amarilla, la naranja y la roja, enturbie ligeramente sus contenidos. Siempre tuvo que renunciar a las anheladas purezas, no solo a las materiales, ha sido más dispendioso hacerlo con los avatares del habla y sus fútiles meandros. Por eso ahora calla, sirve y espera. Él conoce las generalidades del proceso. Sin embargo, lo que hará que la ceremonia corone, será la maestría de la oferente al desplegar sus alas imaginarias bajo la lluvia. “Tomate la medida de un saque y sacate la toalla.” “Y después en aquél sillón.” “Muy bien.” “AMARILLO ¿Después el agua?” “Qué bien te aprendiste el libreto, …, no hablemos más. Sacate la toalla.” Lo observa, iluminado por el fuego que estalla en el cielo de la noche de febrero y se cuela por el enorme ventanal. La tormenta arrecia. Adentro, una escena casi inerte, un silencio largo, cargados de expectación por un lado y de temor por el otro. Los corderos suelen transitar ciertos rituales despidiendo el trémulo perfume de su casto temperamento. La lectora olfatea la sangre bullendo, camina, observa desde varios puntos, se acerca, toca, pondera, acaricia y vuelve a alejarse, adivina el repiquetear de una ansiedad que no obstante va siendo disuelta por la leve turbiedad que ha sido incorporada al amarillo. Ay de las flores cítricas que endulzaban las tardes de soles débiles. Retorna el paisaje a través de un cuerpo que suda, iluminado, jadea, se entrega en sacrificio y a la vez espera su turno de proyectarse. El tiempo no está muerto, late, lento pero penetrante. “Estoy. ¿No se va a sacar la ropa?” “Hacé lo que te dije.”

naranja: la iniciación en la praxis
está por hacer historia,
por determinar algunos futuros pasos…

Otra botella ha sido depositada sobre la mesa. “Tomate la medida y después el agua Marquitos, otro litro. Y una de estas dos, yo me tomo la otra para que no desconfíes. Elegí la que quieras.” Él vuelve a llenarse. La tormenta no escampa. La oferente optó por no secarse. Lleva el estigma de la etapa anterior hasta en las manos y hace sonar un disco de Ben Frost desde un artefacto ubicado en el dormitorio. Vuelve con un maletín negro. Lo abre. Escoge. Exhibe. Sonríe. Él conoce de memoria el guión y se abraza al respaldo de un sillón con las rodillas sobre el asiento. Durante la próxima hora, un repertorio de extravagancias recorrerá el interior de un cuerpo resaltado por la luz de las centellas penetrando un recinto apenas iluminado.

rojo: atajo imprevisto;
la dinámica del baile
cuando amo y esclavo
se entregan al franco intercambio...

El instrumental con que se ha llevado a cabo la operación previa es retirado mientras Marcos oculta su pelvis con la toalla, jadeante. La lectora decide, mientras recoge, construir una tangente, improvisar antes de la tercera etapa de la ceremonia algo que seguramente conllevará un pago extra. Amanece. El cielo está totalmente cubierto. El viento ha rotado al sur y ya no es necesario que siga funcionando el aire acondicionado. “Uno de esos adelantos del otoño” piensa ella mientras comprueba que sigue lloviendo, aunque más débilmente. Se alegra. “Despabilate.” Arranca arrebatadamente la toalla que cubre el cuerpo desnudo. Le habla al oído… “Si te va, te doy trescientos más.” “Está bien.” “Empezá que voy a buscar el cuenco.” Cuando regresa, él la mira mientras agita. Se sonríe. Entiende, mientras procede artificiosamente con el spin-off del protocolo, que lo peor ha pasado. No se imagina lo que añorará el momento más ríspido del affaire al evocarlo. La operación toma varios minutos. “Acá, hasta la última gota.” Amelia no mira hacia la parte medular de la escena, se inclina por observar la contracción de los músculos de Marcos en el momento en que producto de la culminación se vierte en el recipiente. Lleva el cuenco a la cocina y lo guarda en el freezer. “¿Ahora el rojo?” “Después el agua. ¿Otra de estas?” “Dale.”      
5
Los destinos
Cuando salió del edificio en uno de cuyos departamentos se ofició la ceremonia, Marcos se detuvo en la vereda para ponerse el sweater que llevaba entre la muda limpia de ropa que ocupaba su mochila la noche previa. Las demás prendas ya ataviaban su recientemente incautada complexión. Había tomado un segundo baño antes de recibir su importante recompensa y despedirse. Una de las cláusulas del conversado convenio había sido que dejase en poder de la parte ofertante la ropa que se quitó antes de la primera ducha en el semipiso. El anticipo del otoño marplatense había llegado con más fuerza que lo habitual. El viento del sur soplaba intensamente, aportando a la atmósfera de la mañana un viso harto diferente al del día anterior. Mientras pequeñas gotas de lluvia pinchaban su cara, quien todavía no lograba superar el efecto de lo consumido en la preludiar noche que tanto recordaría durante toda su vida, no pensaba en otra cosa que en llegar al escondite que había previsto para el dinero que llevaba consigo. ¿Abriría su propio café como había especulado desde el momento en que aceptó la proposición? ¿Se mudaría a Villa la Angostura, lugar en donde su cuñado le había ofrecido trabajar como guía de pesca en lo que se proclamaba como una actividad con incuestionable futuro? ¿Haría el tan añorado viaje iniciático por América del Sur en busca de paraísos ignotos? Si algo puede narrarse de seguro respecto del destino de Marcos, es que volvió a merodear varias veces por el lugar en donde pasó una excéntrica noche, pero sin atreverse a preguntar por la lectora.
A Amelia por su parte no le quedaban fuerzas esa mañana para restituir el escenario previo al evento planeado durante tantos meses. Consumió lo necesario para dormir, impregnada del bálsamo para cuya consagración tanto había trabajado y que había juzgado exitosa. El verano retornó a los pocos días. La pulcritud volvió a imperar en el pequeño reino. Por la enorme ventana se atisbaban los días bochornosos, con esa característica, iluminada bruma de algunas tardes del febrero marplatense. Pidió a la encargada del edificio no ser molestada, aludiendo un voto de silencio atribuido a una religión inexistente, nombre que la mujer repetía defectuosamente, toda vez que hablando con los vecinos, citaba el encargo, haciéndolo con el mismo aire de censura y amedrentamiento con que refería cada episodio tocante a nuestro misántropo personaje. La lectora pagó por adelantado varios meses de expensas y se consagró finalmente a esperar durante varias semanas, en ayunas, en estado de anticipada hibernación, la llegada del sueño.   
¿Y en cuanto al ilusionado Bartolomé? Esperó, esperó y esperó con idéntico afán; por un lado, el regreso de quien se sentaba horas largas a leer casi siempre en la misma mesa del café de la avenida Independencia, y por el otro, el triunfo de la lista del truhán Recabarren en las elecciones del club (quien le había prometido un mejor empleo en caso de “llegar”). Pero ninguna de las dos cosas ocurrió. En la mañana del Viernes Santo, entrando por la puerta principal a su lugar de trabajo, acción que a los empleados del café de la avenida Independencia les estaba terminantemente prohibida, asesinó de un disparo en la frente (no era cuestión de morir sin enterarse) delante de la tumultuosa concurrencia, a la encargada del establecimiento, quien le había negado a último momento los francos que se le debían y de los que planeaba disponer para ir a visitar a su hermana a un pueblo serrano del oeste de la provincia de Buenos Aires. Cabe subrayarse que más de un empleado del lugar exhaló más tarde, secretamente, un aire de profundo regocijo motivado por el arrebato del que fue testigo tanto público. Bartolomé corrió hacia la vereda en medio del pavoroso estrépito y la diáspora de clientes y personal, con el revólver calibre 38 en la mano derecha, y sentado en el cordón, erigió su agitado rostro para esperar, sintiendo el sol del otoño.  
     

sábado, 21 de noviembre de 2015

David Bowie: Blackstar


El próximo 8 de enero David Bowie cumple 69 años, fecha que coincidirá con el lanzamiento de Blackstar, su vigésimo quinto álbum de estudio. El video que se comparte corresponde al tema que da nombre al disco y fue dirigido por Johan Renck, músico y realizador que ha capitaneado videos de New Order, Chris Cornell y Madonna entre otros, además de tres episodios de Breaking Bad y una entrega de The Walking Dead

domingo, 15 de noviembre de 2015

Los Huéspedes, de M. Night Shyamalan



Con Los Huéspedes (o The Visit en la entrega original), M. Night Shyamalan retorna al efectivo recurso de la vuelta de rosca argumental, combinando de manera inteligente y eficaz el género del terror y el de la comedia. 

Desde hace un tiempo considerable el arte de asustar, empresa más que loable en el cine, viene complicándose. El público del cine de terror demanda eso, miedo, sorpresa, esa mezcla entre placer y el encontrarse ante la irrupción del elemento desestabilizador. Ahora bien, también ha quedado demostrado que los artificios empalagosos, hiperexplícitos, sangrientos, ya no conmueven a casi nadie, provocando en algunos casos más risas que sustos. Si bien hubo experiencias previas, podría decirse que el found footage quedó consolidado como género con The Blair Witch Project (1999). Muchos de los tópicos de dicho género son utilizados en The Visit o Los Huéspedes, la última película del director de El Sexto Sentido (1999), Señales (2002), La Aldea (2004) y La Dama en el Agua (2006) entre otros films. El último trabajo de Shyamalan narra una especie de bitácora fílmica realizada por dos hermanos adolescentes que van a visitar a sus abuelos (a quienes no conocen) a un páramo de una invernal Pennsylvania. El plan original es restablecer una relación familiar que ha roto su madre al fugarse en su adolescencia junto a su novio. No obstante, desde el comienzo de la visita, los ancianos comienzan a manifestar actitudes inquietantes, que como es de esperar, van acrecentando su intensidad a medida que la trama avanza. Pero la efectividad no la aporta solamente la estrategia de la cámara en mano y ciertos guiños sobre todo al mejor James Wan, el de The Conjuring (2013) (y aclárese que acá no son los demonios sino el desquicio de seres humanos de carne y hueso el encargado de asustar); sino también los gags de los cuales es protagonista casi principal el hermano menor (Ed Oxenbould), que aportan una impronta de comedia por momentos desopilante, constituyendo una sinergia de risas y julepes que no hacen para nada un híbrido de la historia, todo lo contrario. The Visit se realizó con un presupuesto muy bajo respecto de lo que el director (quien también escribió el guión) venía proponiendo, como por ejemplo la fallida The Happening (2008). Representa asimismo un claro retorno al tópico de la vuelta de tuerca que a Shyamalan le funcionó con creces en films como El Sexto Sentido o La Aldea. Podría decirse que aquí el hallazgo reservado al espectador no es para nada borgeano, ya que no hay ningún otro lado complementario a lo que se cuenta, pero el artificio es interesante y se va dosificando de forma perspicaz. Evidentemente, no siempre más presupuesto, significa un mejor resultado. Puede decirse que se está una vez más ante la evidencia de que lo que en definitiva cuenta es encontrar una voz y una manera propia de ejercer el cine, y está claro que con este trabajo el director hindú ha dado nuevamente con la suya con bastante acierto.  



domingo, 11 de octubre de 2015

En la cuerda floja, de Robert Zemeckis


En una propuesta no apta para acrofóbicos, Robert Zemeckis vuelve a confirmar sus negligencias como guionista, pero también su maestría como realizador de proezas cinematográficas.

¿Hasta dónde puede llegar un ser humano que se proponga una empresa lejos de la media esperada? ¿Todo es posible para quien crea que así lo es? Seguramente que no, dado que el plafón de acción de un hombre está indefectiblemente determinado y acotado por el contexto en que se mueve. En la cuerda floja, el último film de Robert Zemeckis, habla entre otras cuestiones de eso, sin embargo resalta hasta qué punto los márgenes de acción se expanden, aun ante la concreción de proyectos harto difíciles, cuando al miedo y a los pormenores se les concede un mínimo ápice de implicación. La odisea protagonizada por Philippe Petit, el equilibrista francés que en 1974 acometió la gesta de unir las ya extintas torres gemelas del World Trade Center de Nueva York caminando por una cuerda de acero, ya había sido magníficamente narrada en el documental -basado en el libro de Petit To Reach the Clouds- de James Marsh Man on Wire (2008) ganador de un Oscar en la categoría Mejor documental. (Se recomienda a quienes no lo hayan visto, ver primero el trabajo de Zemeckis para no contar con cierta información que restaría cierto grado de sana exaltación.) En la ficción, quien asume el rol de Petit es Joseph Gordon-Levitt (G. I. Joe: The Rise of Cobra, (500) Days of Summer, Inception, Sin City: A Dame to Kill For), quien junto al genial Ben Kingsley, quien no necesita exhibición de antecedentes, salvan la un tanto plana primera parte de la epopeya en que se cuentan los inicios del artista callejero de París que fue Petit y cómo de manera abrupta las torres ejercieron sobre él su fascinación, antes incluso de ser construidas. Y se escribe esto porque indudablemente el fuerte de Zemeckis es el lenguaje visual y no su rol como guionista (el guion se escribió en colaboración con Christopher Browne). Acaso el contraste entre los momentos en que los textos y las actuaciones llevan adelante la narración y aquellos en que la increíble artillería cinematográfica revive esos edificios imponentes con un realismo asombroso sea demasiado advertible, pero vale la pena acompañar al funambulista en el momento crucial de la hazaña, eso sí, acrofóbicos abstenerse, por lo menos al 3 D, porque hay secuencias en que puede tornarse difícil bancársela. El artificio del equilibrista desde la Estatua de la Libertad anticipando los flashbacks a través de los cuales se va contando la historia, no adelantando en ningún momento el desenlace, suma, dado que uno bien puede imaginarse a una suerte de espíritu circundante de la Gran Manzana, adherido a los espacios en donde sus sueños no resultaron conforme sus aspiraciones. Es por eso que se insiste en no ver el documental de Marsh si se va a ver el film. El punto quizás más flojo es cierta para nada necesaria sensiblería (no por lo banal del hecho, entiéndase) sino por la obviedad del caso, respecto al homenaje visual y silencioso que se hace a ese emblema de la arquitectura y el comercio internacional del cual los neoyorquinos prescinden desde el ataque del 11 de septiembre de 2001. No obstante, quienes gusten del cine, principalmente en sus instancias motivacional y de narración por la increíble fuerza que cobran las imágenes cuando son manipuladas con maestría, En la cuerda floja es una opción más que decente.

miércoles, 19 de agosto de 2015

César Aira: El santo



El último títere de César Aira, logra escapar de las garras de un sicario para navegar por el Mediterráneo, ser vendido como esclavo, enamorar perdidamente a la reina de un exótico país africano y descubrir el deleite de la acción tras una larga existencia contemplativa en un monasterio de la Cataluña de finales de la Edad Media.

Conociendo la obsesión de César Aira por singularizar cada ejemplar de sus libros, por dotarlos (al menos) de una infralevedad distintiva, hablar de su última novela como de la ochenta y tantas, sería contravenir uno de los rasgos caracterizadores del artífice. Acaso en las actuales épocas en que el concepto de viralización está tan en boga, podría considerarse al último trabajo del escritor nacido en Coronel Pringles como una pequeña partícula más lanzada a la multiplicación del aparentemente inagotable universo airano.
El santo nos lleva a las postrimerías de la Edad Media, a un pequeño pueblo catalán junto al mar Mediterráneo, desde donde un monje hacedor de milagros, advirtiendo la proximidad de su muerte, decide retornar a su Italia natal para morir en su terruño. Dicha decisión desencadena, ante la inclaudicable determinación del viejo asceta de cumplir con su peregrino cometido, y frente a la inminente pérdida del formidable negocio de la exhibición de su cuerpo una vez muerto, la urdimbre de un plan para asesinarlo. Para este cometido, el Concejo de correligionarios contrata al Cobalto, una suerte de sicario que persigue al santo en su viaje por mar en una falúa griega y en un barco pirata turco, y posteriormente, en un derrotero (con aires de road-movie lynchiana) por exóticos países africanos.
"¿Quieres saber quién eres? No preguntes. Actúa. La acción te definirá y determinará.", escribió Witold Gombrowicz en uno de sus Diarios; y si bien es indiscutible que el anciano religioso pasa de una vida de recogimiento a la acción, esta acción se da en dos fases muy bien definidas, ya que en un principio ese hacer, ese obrar, es forzado por las circunstancias, haciendo emerger empero, como consecuencia, como segunda instancia, un sentido de autodeterminación que va in crescendo a medida que la historia avanza. El arco transicional discurre desde un ámbito de oración, contemplación y rutina consuetudinarios, desde un día a día entre pájaros del mismo plumaje donde todo acontecer, fortuito o premeditado, se vuelve moralmente convincente si se lo atribuye a la voluntad de Dios, hacia una itinerante y exuberante vida en que hasta un apasionado romance con una reina sabe a poco ante las nuevas expectativas que van emergiendo en el transmutado hacedor de milagros; y ese quién soy aflora aportando cualidades dormidas, inimaginadas, presagiando un futuro colmado de nuevas posibilidades. “Es asombroso lo que se aprende saliendo del cascarón de lo cotidiano” dice el Cobalto al santo en el único diálogo que mantiene con quien ha sido objeto de su precipitada pesquisa.
En una entrevista que le realizaron en Montevideo, Aira manifestó: "Nunca me interesó la psicología de los personajes. Tampoco en la vida real me interesa ahondar en la psicología de la gente. En mis novelas, los personajes son solamente funcionales a la trama. Si sirven para que la historia avance, están bien. No trato de darles densidad psicológica, una redondez, algo para que crean que existe esa gente en el mundo, cuando son como figuritas, títeres que yo manejo a mi modo.", y el protagonista de El santo no es la excepción a esta pauta, el monje, si bien es un personaje forzado a actuar por la coyuntura en un comienzo y que luego acaba adquiriendo la capacidad del hacer deliberado, toma decisiones que no provienen de una mente dotada de una hondura analítica; es el característico personaje títere del autor, que como un Ema, la cautiva es absorbido por contingencias, orbes y culturas asaz desconocidos hasta entonces. 
Aira ha declarado tener que sobrellevar con cierto fastidio esa necesidad de tener que filosofar el porqué de las circunstancias, no solo las que describe el narrador de sus textos, sino también las propias. Tal vez sea por eso que el santo, ante la interpelación del Cobalto respecto de los pormenores que han hecho posible la inconsciente fuga, responde: “Para darle una respuesta, tendría que pensar, y a esta altura de mi vida y experiencia no quiero pensar más. En eso también coincidimos. Si me acepta un consejo, renuncie a la satisfacción banal del saber. Yo sé lo que le digo. Estos misterios de cuarto cerrado, y todos los de su especie, enigmas de salón, exhibiciones de ingenio, son una pérdida de tiempo. Usted espera una revelación, como quien espera ganar la lotería, pero esa revelación, que según las reglas del juego estaba implícita en los datos del planteo, es una construcción redundante además de imaginaria. ¿De qué le serviría? El caso se resuelve, y no queda nada, ni en el mundo ni en la memoria.”
Literatura Random House ha publicado hasta el momento las siguientes obras de César Aira: Ema, la cautiva (1997), Cómo me hice monja (1998), La mendiga (1999), Cumpleaños (2001), El mago (2002), Canto castrato (2003), Las noches de flores (2004), Un episodio en la vida del pintor viajero (2005), Parménides (2006), Las curas milagrosas del doctor Aira (2007), Las aventuras de Barbaverde (2009), El error (2010), El congreso de literatura (2012), Relatos reunidos (2013) y Los fantasmas (2013). El santo, en simultáneo con una selección de sus trabajos, da inicio a la Biblioteca César Aira del grupo editorial. 

domingo, 5 de julio de 2015

Massacre: Biblia Ovni


El último y existencial álbum de Massacre está sobrevolado por extraterrestres, deidades e incluso los fantasmas de Ian Curtis y Gustavo Cerati. Un acto de reafirmación de conceptos artísticos y de florecimiento de una siembra llevada a cabo en un Tiempo no tan perdido...  

Tal vez, la mal llamada madurez artística, no sea otra cosa que mantenerse firme en el lúdico y anárquico proceso de aprender a calibrar cada vez más el cincel con el cual se labra la obra que expresa las obsesiones y búsquedas de un determinado artífice. "El mamut es nuestro Jessico, bisagra, despegue" declaró Walas en una entrevista en torno a Biblia Ovni, acaso aludiendo a la evolución precedida por dicho disco (2007), Ringo (2011) y Aerial 13 (2013, regrabación del Aerial del ´97 con modificaciones en el cover y las versiones). Desde el primer tema, Mi amiga soledad, track hiperpoderoso, con un riff formidable, se percibe esa sensación de encontrarse ante un trabajo forjado sobre conceptos sólidos, granados por una banda con casi tres décadas de historia entre sus haberes. Si bien los tonos y las estructuras de las canciones son muy eclécticos en  Biblia Ovni, la lírica apunta claramente a lo existencial: evolucionismo, intervención extraterrestre o la mano de la deidad, pero en definitiva la expresión de la necesidad del ser humano de creer en algo para poder sustentar y darle sentido a su vida. No está para nada ausente en el último trabajo de Massacre la exquisitez guitarrística de Pablo Mondello y Federico Piscorz, caracterizada por esa impronta épico-melódica que no pierde nunca su afable agresividad. Por otro lado, los sintetizadores tuvieron también su papel en un disco en que en realidad se grabaron con la misma intensidad las guitarras y las máquinas, dándoseles el predomino a unas u otras en el proceso de mezcla. La producción estuvo a cargo de Alfredo Toth y Pablo Guyot, quienes entre otros antecedentes, acompañaron a Charly García en la presentación de Clics Modenos (1983) y fueron junto a Willy Iturri los integrantes de G.I.T. Las musas ceratianas han dicho presente por su parte en Biblia Ovni, sobre todo si uno se remite a la fase más rockera de Soda Stereo, que ciertamente podría cifrarse en el álbum Canción Animal (1990); Sin dormir, el tema más "canción", es quizás una de las muestras más claras de tal influencia. Domador de jaguares, el track 8, tiene una historia que involucra a Johnny Marr, a Ian Curtis y al propio Walas: “El año pasado, cuando tocó, fui a saludarlo. Le llevé discos y su libro de fotos (Instrument, con Pat Graham) donde hay cincuenta instrumentos de amigos de él, Flaming Lips, Sonic Youth, Smiths obvio. Ahí hay una guitarra que, desde chico, quise tener, la Vox Phantom. Es una viola inglesa emblemática, la usaba Ian Curtis las pocas veces que tocaba la guitarra. Y yo la pude tener ahora, que soy rocker consumado. Bien, cuando estábamos charlando con Johnny Marr, le llevé el libro y le dije que me encantaron las reseñas que hizo. El me miró a los ojos y me preguntó: ‘¿Viste la Phantom?’. Él la tiene en su casa de Manchester. Y de eso se trata: el tema dice que su casa está embrujada del fantasma del ahorcado.” Los dos últimos tracks, Despoblando el planeta (una declaración por la no procreación) y Feliz noviembre (la recuperación del Tiempo Perdido de las épocas de Cemento y el Parakultural en una cálida noche de noviembre de 2014) son los más extensos y poseen cierta impronta rapsódica y progresiva. Ya sea consciente o azarosa la opción de cerrar el disco con un tema como Feliz noviembre, el tema oficia como una suerte de balance de época de una banda que toma lo mejor de su historia para pulir cada vez más su mensaje: "...mientras pienso si esto lo soñé, nuestra siembra comienza a florecer..."


Video Oficial de Niña Dios


domingo, 21 de junio de 2015

La torre

Casi toda su vida la vio allí. Su construcción comenzó en 1971, cuando Juan José tenía cinco años. Él no recuerda mirar hacia el este sin ver la imponente imagen de la torre. Ahora luce los lacerantes síntomas de un abandono que lleva más de dos décadas. Parece que llora en silencio, vertiendo enormes brochazos de óxido que crecen año tras año. Pero se sostiene ahí, al este de la ciudad, a orillas del río Paraná, estremecida por las sudestadas, asfixiada por humedades cada vez más cerradas y persistentes, cuarteados sus restos de pintura blanca por un sol cada vez menos amigable. Doscientos cincuenta y dos metros separan el mirador que la corona, de los paseos que recorren las ruinas de lo que alguna vez fue River Park, el parque de diversiones que según afirmaban los funcionarios municipales que resistían la intransigencia de los detractores, cambiaría para siempre el albur meramente fabril que ostentaba la localidad que en los tiempos en que se erigió la torre, contaba ya con más de cincuenta mil habitantes.

Juan José está bajando la escalera del monoblock en cuyo segundo piso se halla el pequeño departamento alquilado donde vive junto a Esther, su esposa desde hace veinticinco años. Zulema vendrá también hoy a asistir a Esther, a pesar de ser el día franco de Juan José. Es que quien ya se encuentra en camino a la torre, tiene que conversar respecto de un importante asunto con don Goyena, uno de los pocos empleados que el municipio conserva en esos vestigios de lo que alguna vez representó la esperanza del despegue definitivo del lugar. Allá está ella, gigante, vetusta, magullada. Puede verse desde la calle en que camina afanoso el flaco, como se le motejó en el trabajo, en la empresa mayorista de fiambres más grande de la zona.  Trabaja ahí desde los dieciséis años, y se enteró a través de la colorada Bermúdez -adepta desde siempre a ser vehículo de malas nuevas- de que lo van a despedir de un momento a otro. Él intuyó desde la primera entrevista que tuvo con el nuevo encargado de ventas, que sería infructuoso ensayar algún tipo de maniobra para salvar su pellejo. La decisión estaba tomada ciertamente de antemano, pero el fariseísmo de los dueños de la firma, inspiró como paso previo a la comunicación (aún no efectivizada) del despido, hacer una invitación por cuenta del novel proyecto de gerente, a redoblar el mérito y el esfuerzo a instancias de no ser considerado prescindible. En resumen, las puertas del Reino están definitivamente cerradas para él.

¿Alternativas? Ninguna, concluyeron hace un par de noches con Esther. “Hablá con Goyena entonces Juan.” “¿Tu hermana?, es increíble que…” “Ya lo hablamos doscientas veces querido, no se puede contar con ellos, ya no aguanto más las recriminaciones de Silvia, sabés cómo es tu cuñada. ¿Vas a trabajar con Carlos acaso? No durarías una semana ahí, eso es un infierno. Y ni hablar de las pasadas de factura por no haberte callado.” “No me callé porque tenía razón.” “Estoy de acuerdo, pero la potestad la tienen ellos, y en este mundo, la razón…, la verdad…” “El miércoles hablo con Goyena a ver si lo convenzo entonces.” “Estoy muy cansada Juan, perdoname, sabés lo que nos espera si esto sigue su curso.” “Está bien, …, está bien Esther…”

Qué mañana agobiante para ser marzo, ya ni el clima, antes, …, ya nada… Juan José lleva recorrida la cuarta parte del trayecto que separa su domicilio de la torre. Siempre escoge este itinerario para ir hacia el río. Hace ya décadas que opta por el mayor anonimato posible, y estas calles son ignoradas por la aglomeración, por la actividad, por el espanto periódico de bocinas. Ellos marchan usurpados hacia ningún sitio, absortos en sus quehaceres, postergando, relegando, resignando algunos; enseñando, mandando, vomitando poder los otros. No, estas calles no, estas calles permanecen ajenas, contemplan al gigante que aguanta en el este. Allá va Juan José, piensa que si Carlos…, pero no, tiene razón Esther, ese tipo de favores se paga con el precio de la pérdida de la honra, no fue un error; la convalidación de ciertas cuestiones trae aparejada una sentencia a muerte a corto plazo, una muerte en vida, y mejor no estar, mejor no tener que interpretar el espectáculo de la mansedumbre ante la muerte cotidiana… Ellos no conocen otra cosa que seguir los caminos que les han sido prefijados, ni siquiera es necesario guiarlos, una vez inoculado el veneno, puede descansar el amo y ver cómo las hordas retornan trémulas a sus celdas…, cierran la puerta desde adentro. La maldita enfermedad de Esther, en diferentes circunstancias, hubiéramos podido intentar en otro lado, impugnarlos mediante el fruto de nuestros actos. No puedo dejar que empuje ella sola…, quedarme, … Haber hablado, haber hablado fue el motivo, caminar por otra calle, resistir, negarse, tantos por qué, tanta interpelación de tu parte despertó su furia, la de todos, jaja, …, lo dijo el filósofo en la tele flaco, en la tele no todo está perdido, hasta te pueden sugerir que la apagues, lo dijo el tipo a quien Carlos odia: “el pavoroso silencio de Dios…” Lo llenan con la misma música siempre, ¿qué querés flaco vos también?, siempre violentando el confort de la gente que no quiere otra cosa que vivir como Dios manda, …, “lo normal, lo normaaal, progresaaar tarambana, hacerse de algo, ser alguien en la vida”, como te gritó la colorada Bermúdez el día que le preguntaste por qué deberías hacer horas extras en el laburo. Lo normal hubiera sido callarte cuando le cerraste la boca a Carlos en la fiesta de la hija, cuando le dijiste que se guarde su moralina meritocrática y deje de adornar concejales para que le permitan seguir abriendo supermercados, cerrándole las puertas a cualquiera que le haga sombra, menos mal que se declara “liberal hecho y derecho”, jaja, …, libertad siempre y cuando la libertad no le haga mella a sus enjuagues.                        

¡Qué enorme se veía cuando Juan José tenía diez, doce años! El río mecía la canoa a la hora en que el sol del verano iba descendiendo, y proyectaba sobre la superficie la sombra del gigante de hierro fulgurando. El agua se volvía oscura, parecía que la torre, de tan exorbitante, no resistiría, desplomándose sobre el agua tibia del Paraná; y atravesar esos dos o tres segundos de duda, de desconfianza en la pericia de quienes la habían proyectado y construido, infundía a algunas tardes un cariz de trance excepcional, que lo hacía retornar a uno a su casa con la esperanza renovada, sabiendo que el coloso estaría allí aguardando el próximo reto a los valientes que se atreviesen a acercarse nuevamente a admirar la opulencia de la mole a la que ahora, mientras camina caviloso, Juan José se acerca.

No será sencillo convencer a Goyena, es a veces tan parco y distante. Pero ¿cómo negarse a que la pobre Esther, confinada a vivir en una silla de ruedas, pueda ver el río desde esas alturas? Por otro lado, no hay otra forma segura de hacerlo. Cuando Goyena limpia el mirador de la torre, que los fines de semana sigue prestando sus servicios, incluidos los del restaurant del nivel intermedio (cuya concesión Carlos acaba de obtener), las puertas balcón quedan abiertas por unos minutos y la ancha cornisa sin barandas ofrece un punto de observación incomparable para quien quiera viajar visualmente por la isla, acompañar al acuático, cristalino, esplendoroso verdor que hinca su mágico misterio lo más al este que pueda imaginarse. Todos van a comprender cuando haya sucedido. Nadie dudará. Goyena actuará compasivamente al dejar a Juan José transportar a Esther en su silla hasta un punto prudente de la cornisa, para observar, para “ver otra vez el paisaje” le habrán dicho, ¿cómo oponerse?

El flaco apura su marcha al comprobar la cercanía de la entrada a las ruinas del lugar en donde, cuando niño, ciertamente más cerca estuvo de su sueño de volar. River Park contaba con dos montañas rusas, una de las cuales, la Sky Mountain, en los célebres tiempos del parque, fue motivo de visitas, incluso las de entusiastas que llegaban a la ciudad desde el exterior del país, deseosos de experimentar la internacionalmente reputada caída en un ángulo de setenta grados, desde una altura de sesenta y tres metros. Ahora está a la vista de Juan José, quien ya atravesó fácilmente la entrada a esa desvalida desolación, la Sky Mountain, castigada por la bochornosa luminosidad de la mañana de marzo, aportando una cuota más de humedad al titán de relumbrante acero, que en su tiempo llevaba lentamente a los valientes que se atreviesen, hasta el clímax de expectación desde el cual eran abandonados por los mecanismos que anunciaban con un metálico crujido, que de ahí en más, la gravedad haría su parte. El persistente viento del norte hace que la mañana asfixie, es como una trompada de untuoso y caliente vapor que pareciera querer hacer desistir a quien camina, resuelto, a formular su propuesta a Goyena.  El silencio es casi absoluto. El río está aún a más de doscientos metros. El mutismo abrasador es interrumpido solo cuando las ráfagas refuerzan su acometida y zarandean la cadavérica herrumbre de atracciones inermes, que vista desde la torre, es comparable a un vencido ejército de bestias metálicas a quien alguien alguna vez les dio vida, olvidadas en el campo de batalla en el cual han sido exterminadas hace ya mucho, demasiado, …, demasiado tiempo.

Está ya muy cerca de la torre. Especula con que Goyena aparezca pronto. Va a ir al grano. Está resuelto a despacharse con la perorata que deliberaron varias veces con Esther. Se escucha el motor de un vehículo. Juan José mira en sentido contrario a donde se dirige y ve la camioneta de Carlos atravesando la entrada que él franqueó hace unos instantes. Se oculta tras una porción del pastizal que no se ha cortado durante el verano. No necesita agacharse demasiado a pesar de medir más de 1,80 metro de altura. La camioneta pasa a corta distancia de donde el flaco se encuentra, clandestino. El viento lleva hacia el alto pastizal la tierra que cubre porciones del poco transitado asfalto y que es removida por el vehículo. El polvo se adhiere a la cara de Juan José, quien ha decidido seguir a Carlos y averiguar qué hace en el lugar, ya que sabe que hoy el restaurant está cerrado y que su pariente no acostumbra aparecerse por aquí cuando no hay actividad. El vehículo se estaciona al lado de la base de la estoica mole. El flaco se arriesga y se oculta contra la gruesa chapa, del lado opuesto a donde se está manteniendo una conversación. Se escucha la voz de Carlos hablando vigorosamente con alguien cuya voz el intruso no reconoce:

-Si vienen los del diario te hacés el gil y les decís que no sabés nada. Es por lo de la concesión. Todavía joden con eso. Lo que faltaba ahora, la zurda reclamando competencia leal. En época de campaña sacan a relucir viejas miserias. ¿Quién no tiene un tomuer en el armario? Jejej… Acá ya se fue todo al joraca querido, hace rato, y ellos tienen la culpa. Acá o pegás primero o te aplastan como a un sapo. Este ispa está hecho mierrrda. Por  suerte con los del canal ya está todo arreglado. Lo de tu laburo ya está conversado en la municipalidad. A Goyena le sale la jubilación en estos días. Escuchame, van a venir a traer unas cajas de parte de López Carrió. Ayudales a entrarlas acá en la base. Secreto, jaja. No. Son unos útiles para entregar a los pibes de la isla el sábado a la mañana. Van a tomar un refrigerio en el restaurant. Yo les voy a hacer el recorrido por la torre. La gente tiene que empezar a ver más seguido la cara del futuro intendente che, jaja. Después hay que dejar todo limpio. ¿Tu jermu puede venir a darles una mano a las pibas?

-Sí don Carlos, no se haga problema, ella viene.

-Después hablo con la encargada para que le pague.

-Lo de la otra vez no lo cobró todavía don Carlos.

-¿Qué cosa?

-Lo de la limpieza cuando usted se mudó a la casa nueva.

-Uh querido, no te preocupes, yo le digo a Silvia que es ella la que anda con la guita chica.

-Y yo ¿cuándo cobraré más o menos mi sueldo? ¿Usted sabe?

-Y mirá, la burocracia es así, pero cuando te liquidan te liquidan todo junto. Paciencia Pedrito, el que quiere celeste… Además, una vez que entraste no te saca nadie de estos cargos. Paciencia mi querido que como te dije, el puesto yo lo tenía pensado para el inútil del cuñado de mi jermu que lo rajan de la distribuidora, pero la verdad no se lo merece con ese verso de reventado que tiene. No hay que pensar Pedrito. Hay que hablar poco y agachar la cabeza si uno quiere que lo dejen subir al tren cuando pasa. Aceptar que hay gente que nace para mandar y otra para obedecer. Cuando yo sea intendente, se le termina la joda a mucho vago por acá. En cierta forma, es como dijo Esp, bueh, un economista, un capo al que debería dársele bola en este país para volvernos un ispa moderno y no este apañadero de inútiles. Escuchá lo que dijo el tipo: “uno en cierta forma nace solo y muere solo, ¿por qué tanta dependencia de la teta del estado para vivir?” La hermana de Silvia cobra una pensión por discapacidad por ejemplo. Está bien, está en silla de ruedas. Pero flaco favor le hacen así. Algún trabajo se le podría buscar para que se entretenga y se sienta útil. El populismo querido, el populismo es la plaga de Sudamérica. Che, si vienen los del diario no les largás prenda, te encerrás acá y listo. Si joden mucho me llamás. Y hoy a las siete en el local de campaña eh, que viene a disertar el futuro Presidente de la República. Te me vas bien empilchado eh.

-Si don Carlos, a las siete estoy. Por favor, si no se olvida, recuérdele a su señora lo de la limpieza de la mudanza. Necesitamos la plata.

-Tomá, te adelanto cien y te llevás un par de cajas cuando lleguen. Un par eh. Mirá que están contadas. Jaja. Chau querido, nos vemos en la cúspide, jejej.

No es todavía mediodía, y el sol, acompañado por la humedad, castiga de manera implacable. Habrá que repensar la forma. Llevaría demasiado tiempo intimar con Pedro. Habrá que considerar una nueva estratagema. ¿Qué decirle ahora a Esther? El flaco opta por no regresar a casa. Bordea el alto alambrado que demarca el límite entre las ruinas del parque y un veredón de baldosones cuarteados que concluye su trecho en el río. Una perra husmea en las bolsas de residuos donde se sacan las sobras del restaurant de Carlos. Juan José la llama. El animal obedece y se acerca jocoso. Los perros de la calle son como almas en pena en busca esos dioses imperfectos, ciegos, perdidos, que son los hombres. Llegan al río. Los sauces de la costa mitigan la furia del mediodía. Él se recuesta contra el tronco de uno de esos árboles a escuchar el sonido de la corriente discurriendo hacia territorios más favorables. Ella apoya su hocico en el regazo de su nuevo dios. Él acaricia su cabeza. El tiempo se desacelera. El melancólico viaje del río, su música, su movimiento (todo movimiento conlleva una esperanza), envuelven la modorra compartida, el sueño compartido; él se duerme para regresar al agua de la infancia, a las verdaderas horas; ella sueña despierta que este anhelo será el último, y lame tiernamente la mano de un hombre que tal vez esté recuperando algo.

Más allá no había otra cosa que bañados, cubiertos por una especie de hierba oscilante. Daba la impresión de encontrarse ante una enorme alfombra en flotación sobre el agua, desgarrada arbitrariamente por quién sabe qué mano poderosa. Caminó por un gigantesco puente hasta poder apreciar una de esas ciénagas, de las cuales, por efecto del sol, emanaban haces que dificultaban la visión, provocados por el reflejo de la luz en los sitios en que el agua quedaba librada del verde y espeso apretujamiento. ¿Y más allá aún? La reminiscencia de aquellos canales navegados en su infancia y su adolescencia, el resabio de una visión cada vez más remota, pero que sin embargo, preservaba y preserva íntegra la sensación de un enigma no revelado, atesoraba y atesora el olor dulzón de ese agua capaz de cantarle a los pescadores el arrullo que tiñe de fe la espera…

Has contemplado en sueños ese río, desde esas otras alturas, has presenciado la sagrada turbiedad de un viento transparente... Te recobra el agua dulce, ferviente perseguidor de una pretérita música…


sábado, 9 de mayo de 2015

Leonardo D'Espósito: Todo lo que necesitás saber sobre cine


Leonardo D'Espósito, además de ser el autor de Todo lo que necesitás saber sobre cine, es crítico cinematográfico, docente y periodista. No solo se lo conoce por sus publicaciones en medios nacionales como El Amante/Cine, Ñ, Noticias, Brando o Perfil, sino también por su colaboración con medios internacionales como Global (República Dominicana), Kinetoscopio (Colombia) o Cinémaction (Francia). Sería imposible condensar en un libro de poco más de trescientas páginas todo lo que el potencial lector necesita saber respecto del cine, dado que si bien se trata de un arte que cuenta con algo más de un siglo desde su discutible nacimiento como tal, mucho se ha reflexionado sobre él, no solo desde la crítica, sino también desde la semiología, la sociología y la filosofía, yendo a la par los diversos abordajes, de su crecimiento y consolidación como herramienta narrativa, como instrumento de difusión política, como entretenimiento o bien como multimillonario negocio. Empero, Todo lo que necesitás saber sobre cine, es una valiosa herramienta para quienes busquen no solo información teórica o un recorrido por la historia del séptimo arte con su consabida lista de films, sino también instrumentos para reformular películas ya vistas, reconociendo incluso en el trabajo de directores del mainstream, las huellas de las escuelas que revolucionaron la manera de filmar. Una travesía visual (si se la acompaña con la extensísima filmografía sugerida) desde las pantomimas luminosas de Émile Reynaud en el Musée Grévin de París, la consolidación de Hollywood como una industria vigorizada por los maestros europeos, o los incisos dedicados a directores como John Ford u Orson Welles, hasta las vanguardias que revitalizaron el arte del celuloide, pasando por la pornografía o el cine de autor; desde el enfoque de los aspectos técnico-visuales, las teorías cinematográficas, o cómo la actuación se ha ido modificando conforme el cine fue mutando, hasta el paseo por los Festivales y sus políticas de premiación, pasando por la incorporación de lo digital o el constante espíritu de experimentación cinematográfica. Hecha esta sucinta reseña, se recomiendan tres cosas: la primera, comprar el libro; la segunda, tener en cuenta que su lectura conllevará la necesidad de ir apuntando data e ir bajando cintas de la web; la tercera, aprontar y actualizar softwares succionadores y comprarse un hd de por lo menos 1 tera para archivar el material.


viernes, 13 de marzo de 2015

Otra puerta de acceso a la catedral proustiana


Ilustración de Pablo García


Con motivo del cumplimiento de los cien años de la primera publicación de Por el camino de Swann, en 2013 se publicó en este espacio un artículo titulado Marcel Proust: los primeros cien años de su catedral. Allí se mencionaba, entre otras ideas y aproximaciones a la extensa novela enciclopédica del escritor francés, que si bien el acceso a la "catedral" para algunos lectores significaba un fascinante viaje desde el encuentro con las primeras páginas, para otros suponía el riesgo incluso de conducir a un juicio errado respecto de las motivaciones que llevaron a Proust a consagrar los últimos años de su vida a la composición y constante corrección de En busca del tiempo perdido. "Como ha ocurrido con varias novelas, pongamos por caso La montaña mágica de Thomas Mann o Ulises de James Joyce, En busca del tiempo perdido se ha transformado en una suerte de ritual literario, que a pesar de haber transcurrido cien años de la publicación de su primer volumen, sigue sumando adeptos, esos 'amigos de Proust, que forman en el mundo entero una inmensa sociedad espiritual…', como los alude André Maurois en el prólogo de La vida de Jean Santeuil. Hay quienes desisten al primer volumen, esgrimiendo argumentos parecidos al de Humblot (ver artículo completo de La Frontera). Hay quienes llegan al tomo III o IV y abandonan en ese umbral en que las revelaciones proustianas comienzan a cuajar y a ejercer su efecto de fascinación. Los hay quienes, tras haber abandonado, vuelven al tiempo y completan la lectura de la novela. Hay quienes perciben, llegando acaso a través de testimonios, ensayos o artículos, que la catedral los estaba esperando, y comprueban, a los pocos instantes de comenzar la lectura de Por el camino de Swann, que esos senderos de Combray son un espejo cuyo objetivo es reflejar los caminos propios." escribí en aquel entonces al final del extenso artículo publicado en octubre de 2013 en La Frontera. Juan Forn, en su contratapa de hoy del diario Página 12, cuenta cómo, después de varios intentos, gracias a la lectura de El caso Lemoine, pudo al fin superar los prejuicios y adentrarse en ese orbe proustiano en donde el arte asume el rol de transportarnos al lugar en donde  "todo es más real que en la vida misma."