lunes, 27 de diciembre de 2021

Adrian Smith, Richie Kotzen y un temazo de época


Siempre fui reacio a selecciones tales como el disco o tema del año, la película del mes, la novela de la década y juicios por el estilo. Ese tipo de veredictos siempre me han parecido y son, no me caben dudas, en todo momento, arbitrarios y discutibles como todo dictámen inamovible, del orden que sea. Pero tampoco me caben dudas de que Scars, el tercer track del discazo que editaron Adrian Smith y Richie Kotzen en marzo pasado (Smith/Kotzen), más allá de lo que haya inspirado la canción, encarna de manera palmaria la perplejidad y sensación de forzado desvinculamiento, de final de época que aún sigue viviendo el mundo ante el tan impredecible futuro que nos sigue planteando esta maldita pandemia. Y hay que decir que no solo la enfermedad es motivo de preocupación, para quien escribe, lo es mucho más la desmedida reacción de las administraciones de los distintos países con las discutibles restricciones y sus tremendas consecuencias en todo orden, no solo el económico, sino también las funestas secuelas psicológicas de los encierros prolongados, sin pasar por alto por cierto, las claras violaciones constitucionales que se han vivido en múltiples rincones del planeta, lamentablemente bajo gobiernos de todo color político. Pero esta entrada es más que nada para hablar (o escribir mejor dicho) sobre música. Obviamente la interpretación de la letra, como en todo hecho lírico con cierta cuota de cripticidad, es mucho más vasta, pero al menos a mí me es imposible desvincular a Scars de la sensación de miedo, desconcierto e incertidumbre ante lo que se vivió y aún se está viviendo en relación con la pandemia. Acá les comparto un enlace al texto en inglés y su traducción al español y para los que no lo escucharon, abajo va el tema y el videazo en acertado blanco y negro. Y el deseo de que 2022 sea un año de mayor expansión y de mayores libertades, ...en todo sentido.

lunes, 9 de agosto de 2021

El cine de terror y la quema de calorías

A continuación, una razón más para seguir apostando por ese hermoso género que tantos momentos gratos nos ha dado en esa extraña combinación de miedo y placer que sentimos cuando vemos películas de terror.

Dos profesores de la Universidad pakistaní Bahauddin Zakariya, en Multan (M. Imran Qadir y Muhmmad Asif), llegaron a la conclusión de que ver películas de terror no solo aporta una cuota de entretenimiento, sino también colabora con la pérdida de peso. La razón es simple y previsible: ver películas de terror acelera el ritmo cardíaco. En el caso particular de este estudio, estos dos científicos del departamento de Biotecnología y Tecnología Molecular, descubrieron que en promedio, el ritmo cardíaco se acelera un 28% por encima del que una persona tiene en estado de reposo. La variación coincide con la que se experimenta con algunos ejercicios de baja intensidad.  

Mientras miramos películas de terror, se desencadena un mecanismo de neurotransmisión en que hormonas como la dopamina y la serotonina son secretadas, poniéndonos en estado de alerta, más allá de que obviamente seamos conscientes de que estamos ante un hecho de ficción y de que ni nuestra vida ni nuestra integridad física se encuentran en peligro. 

Se ha demostrado por ejemplo, que ante una escena de asesinato, se ven afectadas las hormonas hepáticas en su función de metabolización de la glucosa. Por su parte, el corazón acelera el bombeo de sangre a los músculos, mientras que el páncreas aumenta la secreción de insulina por encima de lo normal. Debido a estos procesos, los espectadores sufren un descenso en sus niveles de glucosa en sangre como consecuencia del estrés al que se someten al ser testigos de este tipo de escenas. 

Participaron del estudio 120 voluntarios, a los que se les tomó una muestra de sangre previa y posteriormente a la proyección de los filmes; y conforme a los datos que arrojó la singular experiencia, El Resplandor es uno de los largometrajes que aportó una gran dosis de quema de calorías, ya que los voluntarios quemaron (en promedio) 184 calorías a los largo de la proyección. El Exorcista aportó una quema de 158 calorías, superada levemente por Saw con 161 calorías quemadas. 

Para ser justos, hay que mencionar que una experiencia muy parecida fue hecha en 2012 en la Universidad de Westmister, en Londres, pero el muestreo se hizo sobre diez personas, un número mucho más reducido que el del estudio actual. En aquella oportunidad se elaboró un ranking de los diez films que más gasto calórico provocan: El Resplandor (184 calorías), Tiburón (161), El Exorcista (158), Alien, El Octavo Pasajero (152), Saw: El Juego del Miedo (133), Pesadilla en lo Profundo de la Noche (118), Actividad Paranormal (111), La Matanza de Texas (107) y El Proyecto Blair Witch y Rec (101 respectivamente).

Finalmente, los profesores Qadir y Asif, llegaron a la conclusión de que ver una cinta de terror durante una hora y cincuenta minutos equivale a quemar 113 calorías, pérdida calórica que se obtiene tras una caminata de aproximadamente media hora. Debe tenerse en cuenta asimismo que el gasto calórico está asociado también al metabolismo particular de cada persona y a su complexión física: a mayor masa corporal, mayor es el consumo de energía ante un determinado ejercicio realizado a través de un período establecido de tiempo. 

Aprovechando que hoy es lunes y que muchos seguramente han iniciado una dieta, se recomiendan como menú los siguientes siete filmes para cada día de esta semana: 

Lunes: Don´t Look Now (1973), de Nicolas Roeg

Martes: The Hills Have Eyes (1977), de Wes Craven

Miércoles: One Dark Night (1982), de Tom McLoughlin

Jueves: Sinster (2012), de Scott Derrickson

Viernes: Nosferatu the Vampyre (1979), de Werner Herzog

Sábado: El Espinazo del Diablo (2001), de Guillermo del Toro

Domingo: The Visit (2015), de M. Night Shyamalan

domingo, 17 de enero de 2021

Destino

And I used to be a citizen
And I never felt the pressure
I knew nothing of the horses
Nothing of the thresher
Paolo, take me with you
It was the journey of a life...

Scott Walker


No sabrán ellos si los oirán ese día, 
no lo sabrán,
mas renunciarán, acaso sin testigos, 
por siempre a esta ciudad diezmada 
por el negro y húmedo viento, 
el mar cantando su inaguantable rabia.
Darán paso tras paso, darán la espalda al territorio 
donde seguirá sonando un viejo canto.
Aguardarán, aguardarán la tarde 
para entregarse al implacable sol de enero.

Ciudadanos disidentes, expatriotas, 
habitantes de una nación diezmada. 
Ironía del destino o destino irrevocable, marcado a fuego,
fraguado a tiro de un absurdo, beatífico divertimento.
Y cantar en el mientras tanto, cantar en la entusiasta marcha, 
cantar, disonantes, mientras se busca el centro,
caminando, andando hacia el único destino, 
ese que aguarda escoltado por gigantes de hielo, 
por cielos cambiantes,
por una hermosa e impredecible coreografía de salvajes caballos.

¿Los escucharás pequeño habitante de un nuevo mundo?
Estarán pasando por la puerta de tu casa en algún momento.
¿Lo sabrás?
¿Los escucharás futuro narrador de gestas,
los oirás rezando en silencio oraciones a un Dios 
en quien no habrán acabado de creer? 

Y aquella insólita llanura les regalará un adelanto del destino final.
Y recobrarán, recobrarán ante ese hallazgo 
su fe en que al fin, su tiempo y su sueño 
se fundan en un solo y anónimo acorde.
Descansarán, dormirán su sueño en ese escarpe, 
sobre ese suelo entibiado por el promediar del verano,
y sabrán cuándo seguir hacia su sustancial anonimato.
Andar, andar nuevamente con el cuerpo seco, el alma llena.

Y como es de esperarse,
perderán, muchas veces, 
perderán aliados en el camino.
Y rondarán el lugar de la entrega,
se detendrán sin ánimo de socorrer a nadie,
solo a velar por que la historia 
escriba a puño de hierro otra inescrutable página.

Y vendrán los días más cortos,
y los verán andando,
y seguirán a paso firme a su escogido destino,
caminarán sin prisa pero sin pausa,
y escucharán, y enfrentarán a ese nuevo viento,
una voz rara vez atravesada por el eco irreverente 
de criaturas solitarias.

¿Los escucharás pequeño habitante de un nuevo mundo?
Estarán pasando por la puerta de tu casa en algún momento.
¿Lo sabrás?
¿Los escucharás futuro narrador de gestas,
los oirás inventando pretextos para seguir adelante,
custodiando la llama de un augurado nirvana?

Mas de pronto surgirá una extraña melodía,
brotará desde el cristalino cuenco de esos eriales,
surgirá y no será aprehendida sino recordada.
Minúsculo rebaño de fieles;
seguirán admirables su camino cantando un acorde prefijado 
desde la azul, eufórica, rotunda intuición de la infancia.

Si bastaba solamente un río amigable,
si alcanzaba solo con los primeros regalos del silencio,
si bastaba una pequeña colección de canciones,
venerar en secreto las historias que trajo aquella escurridiza brisa,
si alcanzaba con mirar las estrellas recostado en el regazo de las abuelas,
cantar y desafiar al mundo desde esa frágil y efímera confidencia,
y honrar a la vez a un pletórico y tibio universo de naranjas y peces 
que cabía en el patio de casa. 

¿Los escucharás pequeño habitante de un nuevo mundo?
Estarán pasando por la puerta de tu casa en algún momento.
¿Lo sabrás?
¿Los escucharás futuro narrador de gestas,
los oirás persistiendo en volar como los pájaros 
que llegaban cada verano de mundos tan lejanos, 
llegaban a inflamar de optimismo a aquellas pequeñas ciudades?

Solo tres hombres habrán llegado a destino. 
Ya no será preciso seguir andando. 
Solo cantarán, 
cantarán a esas cumbes que se irán cubriendo 
con las primeras nieves del otoño.
Cantarán ese acorde precitado, 
y será entonces, será entonces
cuando todo verbo, 
todo signo, 
todo gesto,
toda absurda reverencia,
cuando incluso el resto de la música,
deberán al fin rendirse, 
será entonces cuando ya no sea preciso 
bailar una danza invisible, 
cantando un mudo grito en tierras ajenas...