domingo, 27 de mayo de 2018

Animal, de Armando Bo


Rodado en Mar del Plata y protagonizado por Guillermo Francella y Carla Peterson, el segundo largometraje de Armando Bo, narra el derrotero de un personaje que decide consagrarse a sus más bajos instintos en pos de recobrar su antigua vida. 

El nombre de Armando Bo (nieto), comenzó a circular de forma más masiva en nuestro país a raíz de formar parte como coguionista en Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (2014), de Alejandro González Iñárritu, ganadora en 2015 del Óscar al mejor guion original. Su primo, Nicolás Giacobone, fue también integrante de ese cuarteto de guionistas que se completa con el propio Iñárritu y Alexander Dinelaris. Biutiful (2010), dirigida también por el realizador mexicano, y El último Elvis (2012) , dirigida por Bo, cuentan asimismo a la dupla Giacobone-Bo en los créditos de guion. Y Animal, el último trabajo del nieto del emblemático director homónimo, los reúne nuevamente dándole letra y contexto a un film.

Cuesta encontrar antecedentes en el cine argentino, de una película que aborde el tema de un personaje expuesto a circunstancias que desaten sus impulsos más primarios. En Relatos Salvajes (2014), de Damián Szifron, podría hallarse en principio un cercano precedente, pero las historias tienen un tono de comedia que dosifica y descomprime la sensación de conflicto. No obstante en films extranjeros como Straw Dogs (1971), de Sam Peckinpah, Solo contra todos (1998), de Gaspar Noé, en la más reciente y sutil Elle: abuso y seducción (2016), de Paul Verhoeven y en buena parte de la obra de Lars von Trier y Michael Haneke, sí pueden encontrarse analogías con el último film de Bo, obviamente salvando las particularidades argumentales. 

Animal acompaña la odisea de Antonio Decoud (Guillermo Francella), gerente de un importante frigorífico de Mar del Plata, quien tras un considerable tiempo en lista de espera para un trasplante de riñón, decide tomar un atajo, fuera obviamente de los procedimientos formales, decisión que va a conllevar el precio que deberá pagar un hombre de clase media alta dispuesto a comerciar su situación con personas cuya realidad está regida por un imaginario social muy diferente. Ahí es donde aparecen los interrogantes sobre qué cosas está dispuesta a arriesgar una persona cuando su vida se encuentra en peligro. El film es el parte de ese descenso progresivo en la escala de abyecciones en las que Decoud va cayendo en pos de alcanzar la meta de obtener su tan preciado riñón. Y no solo se hace hincapié en el ensayo sobre el contraste (tan bien logrado) de clases, sino también sobre la reacción de la esfera familiar del personaje ante los hechos, principalmente en las figuras de su esposa Susana (Carla Peterson) y de su hijo mayor Tomás (Joaquín Flammini). Esa es la idea más sólida que transmite la película: hasta qué punto un hombre está decidido a abandonar el confort de un entorno conocido, y adentrarse en un submundo que sin embargo, puede traer consigo la llave de la tan anhelada salvación en términos netamente físicos. 

Las conclusiones sobre la estela moral que deje como resultado la historia, quedan reservadas al espectador, otro punto a favor cuando se entiende que todo tipo de subrayamiento ético es un exceso y una subestimación al público, aun cuando una buena franja de él concurra al cine con la expectativa de recibir un producto juzgado de antemano. 

Hay dos venas muy argentas en Animal. La primera es el hecho de que esté rodada en Mar del Plata, ciudad tan arraigada en el ideario popular argentino. Pero en Animal la ciudad feliz muestra su cara invernal, tan lejana del estrépito estival, habitada -en parte- por personas que no conocen otra ley que la de la subsistencia cotidiana en un entorno de absoluta marginación. El otro guiño a lo argentino es el frigorífico y la carne tan presentes en la puesta en escena, homenaje acaso no tan implícito a la película del abuelo Bo (Carne, 1968), protagonizada por Isabel Sarli.

Muy probablemente se hable por mucho tiempo sobre este último trabajo de Armando Bo, thriller en donde la apelación a los sentimientos más primarios está acompañada por una puesta visual excelente: el color rojo explicitando y contando por sí mismo. La sangre. Cifra de vida y de muerte a la vez. Y una Mar del Plata tan poco mostrada en cine, con todos los tonos sombríos del largo y duro invierno del que solo somos testigos los que habitamos en ella todo el año y los que la visitan fuera de temporada: las playas desiertas, ese otro mar, esas otras calles, ese otro panorama humano que pareciera esfumarse con la llegada de cada verano, para emerger año tras año con una abrumadora y tétrica regularidad.