martes, 10 de abril de 2018

A treinta años del lanzamiento de Seventh Son of a Seventh Son, de Iron Maiden


Inspirado en parte en la novela El Séptimo Hijo de Orson Scott Card y en la tradición narrativa europea ligada a lo sobrenatural, Seventh Son of a Seventh Son fue el último álbum del período más recordado de Iron Maiden y significó en muchos aspectos el fin de un ciclo para la banda británica. 

Abril de 1988. Un año y algunos meses atrás, a fines de septiembre de 1986, Iron Maiden lanzaba su sexto álbum de estudio Somewhere in Time, obra que le valió a la agrupación liderada por Steve Harris la reticencia de una parte de su grey, dada la ortodoxia de esa franja del público maideneano que no estaba dispuesta a tolerar el uso de sintetizadores, pretendiendo que la banda siguiese en con su formato instrumental habitual hasta el momento, con las famosas guitarras gemelas de Dave Murray y Adrian Smith, el preeminente bajo de Harris y la enérgica batería de Nicko McBrain. Pero redoblando la apuesta en la decisión de seguir explorando esas nuevas texturas sonoras, La Doncella de Hierro edita el 11 de abril de 1988 Seventh Son of a Seventh Son, disco que como sus predecesores fue producido por Martin Birch y lanzado bajo la órbita de la discográfica EMI-United Kingdom.

Las referencias literarias en la música de Maiden son harto conocidas, sobre todo obviamente por sus fans. En la portada de Live After Death (1985), engendrada por Derek Riggs, se ve a un Eddie the Head saliendo en llamas de una tumba en cuyo epitafio se lee la frase: That is not dead which can eternal lie, Yet with strange aeons even death may die./ Que no está muerto lo que puede yacer eternamente, Y en los aeones por venir incluso la muerte puede morir., perteneciente al cuento The Nameless City/ La Ciudad sin Nombre (1921), de H. P. Lovecraft. El tema Murders in the Rue Morgue, del disco Killers (1981), está basado en el cuento (1841) de Edgar Allan Poe al cual se le reconoce la inmensa influencia que tuvo a posteriori en el género de la novela policial. El track Brave New World, del trabajo homónimo (2000), está inspirado en la novela distópica Un Mundo Feliz (1932) de Aldous Huxley. En el caso de Seventh Son of a Seventh Son, Harris, tras leer la novela del autor estadounidense Orson Scott Card titulada Seventh Son/ El Séptimo Hijo (1987), decide hacer de la séptima entrega de estudio de Iron Maiden una obra conceptual fundada -en parte- en la vida de Alvin Miller (Maker), protagonista de la historia de Card, quien siendo el séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón, posee poderes sobrenaturales. En palabras del propio Harris: Era nuestro séptimo álbum de estudio y yo aún no tenía el título o alguna idea en absoluto. Entonces leí la historia del Séptimo hijo, esta figura mística que se supone que tiene todos estos dones paranormales, como la clarividencia, y era más, al principio, como que sólo sería un buen título para el séptimo álbum, ¿sabes? Pero entonces llamé a Bruce (Dickinson) y empezamos a hablar al respecto y la idea simplemente creció.

Los Maiden venían de hacer desde el ingreso de Dickinson cuatro discos de estudio que desde lo lírico fueron mucho más aleatorios: The Number of the Beast (1982), Piece of Mind (1983), Powerslave (1984) y Somewhere in Time (1986). De todos modos, la idea de grabar un álbum conceptual no responda tal vez solamente a quebrar ese patrón. Generacionalmente, salvo Nico McBrain que era mayor, Steve Harris, Adrian Smith y Dave Murray ya habían cumplido su tercera década de vida, y Bruce Dickinson estaba a meses de cumplirla, y acaso implícitamente, una idea de madurez musical ligada al hecho de poder construir una obra que sostenga criterios compositivos desde el primero al último tema, haya aportado su cuota. Y la novela de Card fue el disparador, y para quienes la hayan leído, las referencias al mundo de la magia y lo sobrenatural, pueden ligarse al Alvin Maker de El Séptimo Hijo en parte, pero la séptima criatura de estudio de Iron Maiden trasciende los escenarios de esos Estados Unidos aún en pleno proceso de consolidación que son el ambiente y el medio social y religioso en que ese séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón creado por Card descubre ser el Hacedor que tiene por misión luchar contra la nada de un Deshacedor, tarea que para el autor, desde lo moral, supera la simplificación de la idea del bien contra el mal. En verdad hay mucho ingrediente también en Seventh Son of a Seventh Son de la tradición folclórica europea poblada de narraciones góticas, vinculadas al paganismo, la magia, lo sobrenatural y lo profético.   

Musicalmente hablando, desde el primer track, queda claro que las cuerdas sintetizadas llegaron para quedarse. Promediando el disco, los teclados harán asimismo lo suyo, reafirmando esa impronta resistida por los puristas que recibieron con reservas o con un rechazo absoluto el trabajo anterior. Y lo expansivo, los acordes abiertos, las exquisiteces de un Smith inspiradísimo en el último disco de su primera etapa en la banda (se incorporó nuevamente en la grabación de Brave New World hoy sigue siendo parte del grupo). Adrian Smith es en lo musical la viga maestra en toda la obra, más allá de figurar como compositor en los créditos de solo tres temas: Moonchild, Can I Play with Madness y The Evil that Men Do. Todo SSOASO está teñido de esa característica, un Smith en vena arreglador y un Dave Murray con un lirismo e inspiración proverbiales en sus solos (Moonchild es el claro botón de muestra de ese patrón que se va a mantener con sus matices hasta el final), y ambos guitarristas fusionándose en melodías armonizadas que nunca Maiden logró siquiera igualar en su posterior discografía. Salvo el tema The Prophecy, del cual puede rescatarse acaso su final acústico, motivo musical que podría haber formado parte del tema netamente instrumental del cual el disco carece, desde Moonchild hasta Only the Good Die Young, hay un ensamble sonoro, un vestigio tímbrico, una inspiración melódica y una interpretación vocal admirables: la obertura en in crescendo de Moonchild. Los arreglos de Smith y las melodías armonizadas de Infinite Dreams. El momento pop de la obra con Can I Play with Madness: una canción más sintética, con coros hiperpegadizos. The Evil That Men Do, que terminó convirtiéndose en un épico maideneano que rara vez la banda no ha programado en sus sets de presentaciones en vivo. Los casi diez minutos de Seventh Son of a Seventh Son, donde lo instrumental se cobra su buena parte con inolvidables solos de guitarra. Otra vez las excelentes melodías de Maiden en The Clairvoyant, con uno de los mejores solos de Murray de todos los tiempos. Y un final con Only the Good Die Young, sintetizando en sus casi cinco minutos el enorme capital musical y lírico del álbum. 

A partir del disco siguiente, No Prayer for the Dying (1990), Adrian Smith fue reemplazado por el guitarrista Janick Gers. Y Fear of the Dark (1992) marcó la despedida de un Dickinson que en los noventa, dejó un par de más que buenos álbumes como solista, algunos contándolo a Adrian Smith como integrante en los créditos y en las giras en vivo. Por su parte, la banda incorporó a Blaze Bayley como nuevo vocalista en dos entregas -The X Factor (1995) y Virtual XI (1998)- con las que si bien se logró sostener al grupo de pie, no se aportó nada equiparable desde lo compositivo con lo que se produjo hasta Seventh Son of a Seventh Son. Brave New World (2000) marcó la vuelta de Dickinson y Smith y la permanencia de Gers en una agrupación con tres primeras guitarras, con un consecuente sello más sinfónico, sobre todo en las presentaciones en vivo. Significó también junto al siguiente álbum, Dance of Death (2003), el retorno a un Maiden de canciones más a la medida de la feligresía nostálgica de unos '80 que con todo nunca iban a ser mejor evocados que con los clásicos himnos de esa década. Le oí decir una vez a alguien que lo que vino después compositivamente en la banda liderada por Steve Harris, daba la impresión al escucharlo, de estar ante la obra de un grupo de millonarios ingleses encerrados en un palacio de campiña, empecinados por hacer canciones de corte progresivo en donde el único desafío parecía ser que los temas sean cada vez más extensos. Tal vez haya tenido razón. De hecho Empire of the Clouds, el último track de The Book of Souls (2015), tiene una duración de más de dieciocho minutos. Pero no es tampoco menos cierto que sostener niveles de inspiración tan altos sin recalar a veces en alguna extravagancia, es casi imposible. Y por fortuna, vivimos en una época en que el acceso a los discos implica una simple búsqueda y un click para escucharlos. Para quien escribe, volver a Seventh Son of a Seventh Son, como a tanta otra música, libros, películas, es volver a la cifra de una época, volver a un espacio delimitado, volver a emociones recobradas gracias artistas que en la significación de su propia individualidad, construyeron un espejo en que uno también puede verse reflejado.