viernes, 13 de marzo de 2015

Otra puerta de acceso a la catedral proustiana


Ilustración de Pablo García


Con motivo del cumplimiento de los cien años de la primera publicación de Por el camino de Swann, en 2013 se publicó en este espacio un artículo titulado Marcel Proust: los primeros cien años de su catedral. Allí se mencionaba, entre otras ideas y aproximaciones a la extensa novela enciclopédica del escritor francés, que si bien el acceso a la "catedral" para algunos lectores significaba un fascinante viaje desde el encuentro con las primeras páginas, para otros suponía el riesgo incluso de conducir a un juicio errado respecto de las motivaciones que llevaron a Proust a consagrar los últimos años de su vida a la composición y constante corrección de En busca del tiempo perdido. "Como ha ocurrido con varias novelas, pongamos por caso La montaña mágica de Thomas Mann o Ulises de James Joyce, En busca del tiempo perdido se ha transformado en una suerte de ritual literario, que a pesar de haber transcurrido cien años de la publicación de su primer volumen, sigue sumando adeptos, esos 'amigos de Proust, que forman en el mundo entero una inmensa sociedad espiritual…', como los alude André Maurois en el prólogo de La vida de Jean Santeuil. Hay quienes desisten al primer volumen, esgrimiendo argumentos parecidos al de Humblot (ver artículo completo de La Frontera). Hay quienes llegan al tomo III o IV y abandonan en ese umbral en que las revelaciones proustianas comienzan a cuajar y a ejercer su efecto de fascinación. Los hay quienes, tras haber abandonado, vuelven al tiempo y completan la lectura de la novela. Hay quienes perciben, llegando acaso a través de testimonios, ensayos o artículos, que la catedral los estaba esperando, y comprueban, a los pocos instantes de comenzar la lectura de Por el camino de Swann, que esos senderos de Combray son un espejo cuyo objetivo es reflejar los caminos propios." escribí en aquel entonces al final del extenso artículo publicado en octubre de 2013 en La Frontera. Juan Forn, en su contratapa de hoy del diario Página 12, cuenta cómo, después de varios intentos, gracias a la lectura de El caso Lemoine, pudo al fin superar los prejuicios y adentrarse en ese orbe proustiano en donde el arte asume el rol de transportarnos al lugar en donde  "todo es más real que en la vida misma."

domingo, 8 de marzo de 2015

Roxana después de las palomas

1

No solo Mar del Plata, en esos inusualmente cálidos días de septiembre, esperaba a Fernando en su viaje desde Coronel Suárez. Lo esperaba su querida tía Sofía, quien se había ocupado de los últimos aprontes que demandaba la casa que su sobrino había alquilado por veinticuatro meses, muy cerca del barrio donde pasara tantos veranos. Lo esperaban las amigas de Ro, ávidas de tela para cortar, desbordando de comentarios las entradas que la atacante publicaba en su “face”. Cándido hermetismo el de Roxi y sus compinches, no hacía falta contar con demasiadas astucias para adivinar el propósito que colaba a raudales, aderezado con emoticones “cancheros”, sí, los del ojito guiñado. Lo esperaba fundamentalmente Roxana, guarnecida con su vasto y flamante ajuar, centro de estética, dieta hipocalórica y dos horas diarias de cinta en el gimnasio mediantes: “en el gim, en el gim o en la bici fija de casa; es que como está la cosa no te piso una vereda”, comentó más tarde a “Juli” en la sala de espera, Julieta, quien odiaba las apócopes bajo toda circunstancia.

Llegó a la casa de su tía Sofía a las seis de la tarde. “Sentate acá en la cocina nene, preparo unos mates enseguida, hay facturas en la alacena, alcanzámelas. Conseguí los portobellos para la cena, me falta gratinarlos y nada más. ¿Unas papas a la crema de las que hace la tía te gustan para acompañar?” “Uh, dale tía. ¿Compro un poco de reggianito para rayarles?” “Si te conoce la tía, probá el que está en el estante de arriba de la heladera, me parece que está un poco seco, …, este Diego.” “¿Diego, tiene la quesería todavía? Mi dios, tiene cerca de ochenta años el viejo.” “Y sí, por ahí debe andar, se va a morir en el boliche laburando. Estos gallegos son un fierro. Es el primer ruido de la mañana, a las siete y media recibe el camión de los lácteos, corta un rato al mediodía y a las cuatro, firme de vuelta el viejo. Ahora está cerrando un poco más temprano, pero el verano pasado tenía gente hasta las diez de la noche.” “El queso está espectacular. ¿Te acordás tía cuando me decías ‘tenés carita de quiero un yogur, andá a lo de Diego’?” “Claro que me acuerdo, y ahora tenés carita de sueño, comé algo y recostate un rato. Quedate esta noche acá, cenamos temprano si querés. Mañana te acompaño a la casa y cuando llegue el camión con las cosas te ayudo a acomodar. Hoy fuimos temprano con Delia y dejamos todo impecable, no hay más que arreglar lo que viene mañana e instalarte nene. ¿Te parece?” “Dale tía, hacemos así, tomamos unos mates y me voy a tirar un rato porque estoy molido de manejar,  hice el viaje de un tirón.”

Esa noche, después de cenar con su tía, Fernando se acostó en la cama del cuarto que siempre le fue asignado en ese típico chalet marplatense y se durmió en un santiamén. Sofía promediaba su relectura de Cuentos para la dueña dolorida, de Juan José Manauta, en su cama y con su gato Pedro en el regazo. En el mismo momento, Roxana, en una casa muy cercana, llevaba ya más de media hora hablando vía Skype con una de sus amigas respecto del corte de cabello, color de tintura y otros menesteres estéticos a tener en cuenta en el esperado y pronto primer ataque. Julieta, por su parte, en su cuarto, se masturbaba vehementemente y por segunda vez en el día evocando a Macarena (compañera en una materia del primer año de Letras), escena en la que en tiempo real introdujo a su exnovio Lucas. En tanto que Facundo, el mejor amigo de Fernando, redactaba en su notebook en un bar de Coronel Suárez, un artículo sobre la filmografía de Albert Serra para una revista cultural mexicana que eventualmente le encomendaba trabajos a cambio de un no tan miserable interdepósito. 

2

-Hola.

-Sí, buenos días. ¿Hablo con la señorita Julieta Repullo?

-Sí.

-Ah, qué tal Julieta. Me estoy comunicando de Prodomar para comentarte que quedamos conformes con la entrevista que tuvimos con vos. Necesitamos que nos confirmes si te sigue interesando el trabajo de secretaria para el que te postulaste. El puesto a cubrir es de 17 a 21 horas, y necesitaríamos que comiences esta misma tarde si fuese posible.

-Sí… Mirá, …, perdoname. ¿Tu nombre?

-Soy Viviana, fue conmigo con quien tuviste la entrevista.

-Ah, cómo te va. El tema es que curso una materia en la Facultad los lunes justo hasta las 17, y tendría que llegar quince minutos más tarde ese único día. El resto de los días de la semana no hay problema porque curso mayormente a la mañana o hasta las 15 solo los jueves.   

-No te preocupes, eso lo podemos contemplar. ¿Vos podrías comenzar hoy mismo?

-Sí, no hay problema. ¿Te tengo que acercar alguna otra documentación?

-A ver…, no, tengo todo lo que necesito. ¿A las 17 nos vemos entonces?

-Ahí estaré.

-Yo habitualmente no vengo a la tarde, pero estos días voy a estar en tiempo completo porque estamos con cambios. Se fue uno de nuestros odontólogos y pasado mañana se incorpora otro doc que se mudó ayer a Mar del Plata, así que no vas a ser la única persona nueva. Vos te vas a ocupar de los pacientes de él y de los de los doctores Robledo y Araujo.

-Bueno, a las 17 estoy ahí.

-Hasta lueguito Juli.

-Hasta luego… “Juli”, “Juli”, …, Espero que esta mina no mienta cuando dice que no va habitualmente a la tarde porque me desgastó con sus sandeces durante los diez minutos que duró la entrevista. Bueno Julieta Repullo, has pasado a ser parte del mundo del trabajo… Las nueve y media ya… Qué calor para ser septiembre. Septiembre, cumplo diecinueve años el mes que viene… Ojalá hoy pueda cruzarme con Macarena. Desde abril hablando y nada. Pero mira de reojo cuando la agarro de sorpresa, como diciendo “me va la movida”. Mi diooos, ayer con el calorcito y esa pollerita, sentadita en la escalera, me liquidó. A ver, vamos a empezar con algo tranqui para escuchar Ju-lie-ta, vamos con… John Foxx, Catedral Oceans. Y a estudiar para el parcial, el dichoso parcial…

3

A Fernando lo contrariaban sobremanera las tardanzas, las esperas. El camión de mudanzas llegó apenas cinco minutos después de la hora acordada. En una coyuntura diferente, la buena fortuna que representaba para él un hecho tan –desde su perspectiva de las cosas- poco habitual, hubiera sido motivo de alegría. Es que la relación con Gabriela, su exesposa, no había terminado nada bien. Fernando había desestimado el consejo de su abogado de seguir dando pelea judicial para tratar de evitar que la otra parte se quedase con lo que, según el entender profesional de su letrado, era un excesivo botín. Cedió a las demandas de su entonces cónyuge, quien no dejaba pasar oportunidad en las audiencias de recordarle su falta de interés por el sostenimiento económico del mínimo exigible (desde su codiciosa valoración del asunto) de cláusulas domésticas, objetivo al servicio del cual, de parte de ella, solo habían sido puestos sus reclamos y las esmirriadas utilidades (pese a contar con una Licenciatura) de la venta de un plan de adelgazamiento basado en la “reprogramación de patrones mentales engordantes”, sistema que según afirmaba la oferente, no contaba con la repercusión que merecía en Coronel Suárez porque: “la gente de acá se quedó en el tiempo, …, las dietas no funcionan, no saben que el que cree, crea, si te visualuizás divina, te vas a ver divina.” Gabriela no logró augurar que su afán de ser por siempre la señora de un Profesional de la Salud –con mayúscula, como le dijera en otro tiempo su madre a instancias de embarcarla en la conquista de Fer- se vería truncado tan abruptamente. “No tiene remedio, arreglando muelas gratis a paisanos muertos de hambre; es el comunista de Facundo el que le llenó siempre la cabeza a mi marido”, despotricó poco antes del precipitado desenlace, llorando a mares a los pies de mamá, quien contenía la humanidad de su hija derrumbada sobre la alfombra, sentada ella a horcajadas en el sillón desde el cual, en ocasiones más felices, había impartido a Gabriela los rudimentos de conquista al joven pronto a regresar al pueblo con su título bajo el brazo, un próspero futuro y “un nombre”, …, “UN NOMBRE” por delante. La unión de Fernando con Gabriela no había dado hijos como fruto. La Licenciada, cuando aún no lo era,  pretextaba que primero debía concluir su etapa de estudio, que viajar a Bahía Blanca tres veces por semana la consumía. Una vez finalizada la fase universitaria, a sus treinta y dos años, la excusa pasó a ser que su marido no ofrecía, dada su evidente falta de interés por “progresar”, un contexto favorable para traer una persona al mundo. Sin embargo, el antecedente de las desavenencias acarreadas a lo largo del desdichado matrimonio, no obstó para que a los tres meses de la partida de su exmarido a Mar del Plata, Gabriela se traslade allí arrepentida y de incógnito en busca de recapturar a quien, según su replanteo de los acontecimientos, seguía exhibiendo más haberes que debes.

En cuanto a Fernando, no era el desafortunado final de sus casi diez años de enlace lo único que perturbaba su tranquilidad. Nuestro personaje infería que era su pronto arribo a Mar del Plata lo que motivaba las publicaciones en Facebook de Ro, que como se ha informado al principio del relato, daban cuenta de un cripticismo infantil, transparentando como corolario, sus ambiciosas expectativas: “alguien que quiso ser mi boyfriend se viene a vivir a mdq”, “estoy libre, libre y preparada para un nuevo amor”, “recién separadito y con chapa chicas, ¿qué les parece? ¿qué le aconsejan a su friend?”. En Coronel Suárez, Fernando y Facundo divertíanse desde hacía años husmeando el muro de Facebook de Roxi (quien había mandado al primero una solicitud de amistad que no había sido confirmada). Según el bohemio compinche del altruista odontólogo, la solicitante constituía el “perfecto y más acabado paradigma de la pelotudez humana”. Habían llegado ambos a la conclusión de que el clímax en la expresión de este prodigio, había sido alcanzado como consecuencia de la publicación hecha por la fisgoneada en la red social, de una foto en cuya descripción detallaba la marca de cada prenda y accesorio con los que posaba, desde los anteojos hasta los zapatos, detalle en el que se incluía el precio de cada artículo y la referencia del lugar en que había sido adquirido. Pero ya instalado el pretendido en la ciudad atlántica, la cercanía de Roxana estaba ligada a potencialidades que este deseaba ahuyentar a toda costa. Esa mañana, mientras terminaban de acomodar en la casa recién alquilada los pocos bienes que habían llegado desde Coronel Suárez, Sofía confirmó las sospechas a su sobrino: “…no para de preguntarme por vos desde que le conté que te divorciaste y te venías, perdoname querido, me preguntó por vos hace unas semanas y hablé sin pensar; me ve entrar a lo de Diego a comprar algo y se cruza para sacarme el tema. El otro día le tuve que decir dónde ibas a atender. Lo iba a averiguar de todos modos. Pensar nene el metejón que tenías cuando eras chico con ella.”

4

A los pocos días de conocerse en Prodomar, Julieta y Fernando fornicaban con pasmosa asiduidad. Pero sería injusto apuntar solamente esta faceta de su relación. Para Julieta, la personalidad de Fernando -principalmente los pilares que suscitaban su rechazo hacia las convicciones de Roxana- alimentaba su esperanza en que el mundo no siempre acababa logrando cincelar esos sujetos que tanta repulsa le provocaban y que tan frecuentemente hallaba entre los adultos. En rigor de ser honestos, debemos referir que también algunos adolescentes que la rodeaban, conforme su opinión, esbozaban ya algunas particularidades que detestaba, principalmente esa mezcla de nimia preocupación por lo estético (cánones de belleza física, marcas de ropa e incontables fetiches accesorios considerados como imprescindibles), en comunión con un enfoque filosófico pasatista y nada riguroso ante cuestiones que ella consideraba capitales. En una ocasión, eliminó a todos los “amigos” de Facebook que contribuyeron a la propagación de un video en el que un joven sin brazos ni piernas, se mostraba realizando todo tipo de proezas físicas y dando ánimo a estudiantes norteamericanas preocupadas por su exceso de peso. Los aspectos más sobresalientes de la personalidad de la joven amante y amiga de Fernando (espíritu contestatario, libertad y ambigüedad sexual, aversión por la normalidad y las singularizaciones) conformaban lo que desde la perspectiva de Roxana –quien a mediados de octubre interactuó con ella por primera vez- significaba ser una “reventadita”. Fernando por su parte, reconocía en la avenencia con esos rasgos del carácter de Julieta, un nuevo espacio en que moverse y oxigenarse, lejos de las disonancias acaecidas hasta hacía tan poco tiempo con Gabriela. La joven estudiante de Letras, encarnaba también para él una égida ante los embistes de Roxi, quien –hasta recibir tiempo después la explosiva primicia de parte de una colega, concurrente también al centro odontológico en donde trabajaban nuestros amantes- nunca habría atinado siquiera a contemplar la más mínima posibilidad de un affaire entre el inspirador de sus cálculos y cavilaciones y alguien de la calaña de la “reventadita”. Por último, las largas conversaciones que Fernando disfrutaba tener con la adolescente, paliaban su tristeza por no contar con la cercanía de Facundo, su incondicional amigo de toda la vida, dado que para ambos camaradas, no había nada como charlar de bueyes perdidos durante horas, mate, café o whisky mediantes, y pronto Julieta -además de devolverlo a la esfera de sus mejores ciclos sexuales, experimentados en los años de estudiante universitario-  ofició ese rol en la nueva vida de nuestro filántropo dentista.

5

-Me pierdo en tu casa, es enorme, rara. ¿Cocinamos algo Fernando?

-¿“Fer” no suena mejor?

-Detesto las apócopes.

-Por eso te lo digo “Juli”.

-Qué gracioso el viejito.

-Pará nenita que tengo treinta y ocho años, no setenta.

-Tu tía también las odia. Me contó el día que fuimos a cenar que no le va para nada que la llamen “Sofi”. Y por lo de viejito no te ofendas. No es una deshonra envejecer. Solamente en una cultura pelotuda como en la que vivimos puede ser tomado como un valor el aplazar algo que de todos modos es inevitable. Además me gustan los jovatitos. Tengo un profesor de sesenta y dos años que en su momento me calentó.

-¿Y ahora? Ah, cierto, estamos Macarena y yo en el top two.

-Macarena ya no. Detesto la histeria. Ahora estás vos solito en el podio. ¿Pedimos o cocinamos?

-Tengo más de media pizza precocinada en el freezer. ¿Alcanza?

-Dale, yo la caliento… Che, mañana va de nuevo al consultorio tu “pretendiente”, como la llama Sofía. Me tenés que contar más de ella. ¿Cómo la bancás? Batile sutilmente la posta, pero de una, y listo. En otro caso diría “pobre mina”, pero la verdad es que con una sola vez en la sala de espera me alcanzó para darme cuenta de que además de boluda es una garcha de ser humano. Estábamos solas a esa hora porque fueron los días en que Araujo estuvo en el Congreso y a Robledo le cancelaron dos turnos seguidos. Tiró una ristra de tópicos que aborrezco: “con la autoridad que me da ser profe de secundaria, te digo que los chicos de los barrios periféricos son un caso perdido”, “Fer es joven todavía, pero tiene que ir pensando en rehacer su vida, ya no tiene veinticinco años”, “la tía es un poco rara, se pasa el día leyendo, ¿de qué vive esa mujer?, podría buscarse una ocupación para no aburrirse”, “en el gim el otro día había una pareja gay besándose, no sé, a mí te confieso que me dan asco; si me entero de que alguna de mis hijas tiene un profesor gay, la cambio de colegio”, “las chicas con el padre no quieren saber nada, y por un lado mejor, nunca se esforzó por conquistar a las nenas”. No paraba de hablar, y yo contestándole con monosílabos. Imaginarás mi cara ante semejante perorata, se dio cuenta de que me cayó como el culo todo lo que tiró. No te conté en esa oportunidad de toda esta arenga porque me enteré previamente por Sofía de qué iba la mina, tenía miedo a que lo interpretaras como un acto de celosía de mi parte. Debe ser la clásica despechada que pone a los hijos en contra del marido que la dejó por otra.

-En este caso fue otro.

-Con razón ese discursete de lo gay. ¡Maaamita, qué horror de personaje la dichosa Roxi! ¿De qué es profesora?

-Inglés. La tía se avivó y contó poco y nada el día que fuimos a cenar, pero yo tuve un metejón de la hostia con ella, sobre todo a partir del día…, bueno…

-¿Qué? ¡Me contás o te asesino! ¿Cómo te enamoraste de eso? ¿Cuando eras pendejo?

-Sí, no sé, yo creo que fue la primera calentura importante más que un enamoramiento. Me acuerdo exactamente del día en que arrancó la pasión.

-Ja ja…

-Fue en enero del ‘89. Yo tenía trece años, ella catorce, me lleva un poco más de un año. Hizo un calor de puta madre.    

-Contame. Ya está la pizza. ¿Hay vinito? Tengo ganas. Contame. 

-Abro una botella. Como contó Sofía el día en que cenamos con ella, Roxana toda su vida vivió en la cuadra. Por eso le saca data mía, la tiene a mano, la acorrala en lo del gallego y le arranca información. En esa época vivía obviamente con los padres, el padre murió cuando ella todavía estaba en la secundaria y cuando se casó, la madre le dejó la casa y compró un monoambiente en el centro.

-Ah, pero estás al tanto de todos los detalles. ¿No te gustará todavía la reaccionaria esta?

-Ni a palos, es más, con la cara de “te quiero conquistar” que tenía cuando fue a atenderse llegué a padecer escalofríos y vergüenza ajena a la vez. Y mañana otra vez…

-Es que está claro que lo que persigue de vos es la chapa profesional. Si supiera lo que detestás todo eso. Ese tipo de mina advierte que se le viene la noche respecto de la edad y se desespera por encontrar su media naranja, eso sí, a un laburante raso ni la hora le dan. Cómo cayó vestida a la consulta, todo premeditado, flamante. ¿Viste la ropa? Todo nuevo, una onda negligé “después tengo gim y no hago a tiempo para cambiarme pero igual estoy di-vi-na”. Tenía ese olor a prenda de algodón nueva, y un perfume de guerrerona… No me preguntes cuál porque no tengo ni idea de perfumes.

-La religión no te lo permite.

-¿Es una crítica?

-No, al contrario.

-Contame lo de la calentura de pendejo que me muero de curiosidad.

-Fue un día de muchísimo calor que terminó en tormenta de verano con granizo, como te dije, enero del ’89. Nos conocíamos del barrio. Mi tío Felipe, el fallecido marido de Sofía, invitaba a los chicos del barrio a la pileta.

-Tal vez porque no tuvieron hijos.

-Puede ser.

-¿De quién es hermana Sofía?

-De mi viejo. Esa tarde vino ella sola. Los tíos se habían ido a dormir la siesta. Encima Felipe, cuando se va y nos deja solos, me guiña el ojo sin que ella lo vea, como incitándome al ataque. A mí hacía un par de años que me daba vueltas en la cabeza la dichosa Roxi, porque la verdad es que estaba muy buena. Convengamos que uno a los trece años no repara en las boludeces que dice alguien, haciendo de eso un punto flojo a la hora de elegirlo. Porque honestamente, la consumada pelotudez de su discurso siempre fue lo que la caracterizó. La cuestión es que nos quedamos solos y ella empezó a hablarme de un pibe del barrio que supuestamente le gustaba.

-La clásica, histérica pelotuda, desde chiquita.

-Sí, de todos modos yo me daba cuenta de que la tenía servida. Pero no encontraba la forma de  salirme del diálogo del pibe que decía le gustaba, y como un gil se me ocurrió la tangente de contarle que estaba leyendo La casa de los siete tejados, cosa que era verdad, me la había pasado el tío porque habíamos hablado de literatura unos días atrás, y viendo que yo tenía lo que según él era para mi edad una “buena base”, me prestó la novela de su “biblioteca santuario”, como le había puesto Sofía a la biblioteca del tío, ya que los dos se pasaban horas ahí leyendo en un silencio zen; Sofía lo sigue haciendo, yo creo que es una forma de seguir estando con él, ¿no?

-Claro que sí, en cierta forma sí, yo creo que uno es correspondiente con cierta literatura, porque encuentra ahí algo de sí. Ese algo es lo que sigue estando en la biblioteca, en los libros con los cuales tu tío comulgó, y es lo que Sofía recobra de Felipe.

-Uh, nos volvimos proustianos.

-No necesariamente Fernando, pero debo contemplar la posibilidad de que mi abuso del verbo recobrar se deba a mi devoción por Proust.

-Epaaa, una trotskista leyendo a la burguesía francesa obnubilada por la nobleza.

-Si decís eso no entendiste nada de Proust.

-Te cargo Juli, perdón, Julieta. Ya sé que detestás, perdón, detestamos las simplificaciones.

-Y las apócopes. Exonerado el jovatín que se parte de lo bueno que está.

-No vayas por ahí si no querés que interrumpa la narración.

-Nooo, me convertí en una monja de noventa años, prosiga doctor.

-Prosigo. Como Hawthorne y su novela evidentemente no iban a funcionar como tema de conversación, la dejé explayarse en relación al pibe que supuestamente le gustaba y no le pasaba bola. No te imaginás la de posturas que adoptó en la reposera para hacerme excitar. Yo explotaba de calentura, tenía una mallita verde agua de dos piezas que estaba siempre mojada porque se daba chapuzones en la pileta a cada rato, invitándome a acompañarla. Yo como un papanatas en vez de tirarme y arremeter en el agua, le decía que no me quería mojar de nuevo, que se me estaba secando la malla, un cagón. Siempre fui bastante lenteja.

-Conmigo no.

-Ehhh, bueno, la cuestión es que fue pasando el tiempo en medio de esa turbadora situación y se vino una tormenta tremenda, con un granizo y un viento que no nos permitían estar ni en la galería. Aparecieron los tíos y nos hicieron pasar a tomar la merienda. Ella me miraba con cara de “qué gil que sos, la que te perdiste por cobarde”. Pero aunque en menor medida, siguió amigable conmigo mientras tomábamos el té. La tormenta no duró mucho. Cuando terminamos de merendar, ya que había parado de llover, me sugirió ir hasta la cuadra en la que el pibe que presuntamente le gustaba se reunía con sus amigos en la vereda. Acepté. Y acá el punto más jugoso del condenado incidente: en el camino encontramos dos palomas heridas, seguramente por el granizo. Una de las dos estaba casi muerta, la otra aleteaba pero no podía volar. A mí siempre me afectaron excesivamente ese tipo de situaciones con los animales. No sabía qué hacer, si ir a buscar al tío para que hiciera algo, si tocar timbre en la casa en cuya vereda estaban las palomas; en fin, me puse a llorar como un nene de seis años, intentando hallar en ella una comprensión que ni por asomo encontré, ya que como respuesta a mi llanto lanzó un “qué idiota que sos nene, los hombres de verdad no pierden el tiempo con un animal de mierda, no es un perro además.” Yo le pregunté qué diferencia había, si acaso las palomas no sufrían, pregunta que recibió como réplica un “aaay, pará de llorar maricón, ¿no serás puto vos?” Y así terminó ese verano con Roxana. Pegó media vuelta y me dejó solo llorando e impotente.

-¿Y las palomas? ¿Las salvaste?

-Me recompuse y fui a buscar al tío. Cuando volvimos, la que estaba más maltrecha ya había muerto. A la otra la llevamos a la casa de mis tíos y la salvamos. La tuvimos en una caja en el lavadero, la alimentábamos con miga de pan humedecida, y en unos días la pasamos a la galería de la que seguramente salió volando, ya que de buenas a primeras desapareció de la caja. Respecto de la futura “profe de inglés”, volví a los pocos días a Coronel Suárez hecho trizas. Los tíos interpretaron que tenía un metejón no correspondido hacia ella, cosa que en cierta forma era verdad, no me la había podido cojer, pero mi taciturnidad se debía principalmente a mi inferencia de que estaba hecho de otra madera, particularidad que adivinaba me iba a hacer difícil mi relación con el mundo toda mi vida. Mis viejos, advirtiendo mi tristeza y ante mi negativa a hablar, se comunicaron con Sofía y Felipe para preguntarles qué había pasado. De eso me enteré años después a través de mi tía. Por suerte, en marzo de ese año conocí a Facundo en el colegio y descubrí que no era el único, que no éramos muchos pero existíamos los seres malditos, usted me entiende petit Baudelaire. Volví a pasar los veranos subsiguientes en Mar del Plata, pero con Facundo, razón por la cual ya no necesitaba para no aburrirme a los oportunistas que venían a la pileta de los tíos. Con Roxana me crucé cara a cara un par de veces en el barrio, pero no medió entre nosotros más que un frío saludo cargado de un odio no disimulado y en dosis abundantes. Y ahora, mirá vos…

-Ahora los años han pasado y la chapa ha obrado milagros. Quedó atrás el mariconcito que lloraba por las palomas. Ahora es un odontólogo que le puede suministrar un buen pasar y hacerla la envidia de las amigas forras que debe tener.

-Parece que sí.   

6

Roxana, poco después de su primera visita al consultorio de Fernando, se enteró de su affaire con Julieta a través de una colega (“ammmiga” en cierne), profesora de matemáticas, en la sala de profesores de uno de los colegios privados en que daba clases: “¿la yegüita de la tarde de Prodomar? Sí Ro, anda con el odontólogo nuevo. Los vi el domingo de la semana pasada en el café que da al valle, en la sierra, solitos los dos en una mesa y a los arrumacos. Qué desperdicio. Él se rompe de lo fuerte que está; un poco petisón, pero esos ojos y ese culo. Yo a la pendeja la tuve de alumna en la Media…, bueno, me guardo ese dato porque estas cooosas... Les sacaba canas verdes a todos los profesores. Discutidora y contestataria como ella sola. Un día salió el tema de la homosexualidad. No te imaginás las declaraciones, sin que se le mueva un pelo hizo una defensa de la bisexualidad con argumentos que seguro trajo de la casa…, era una chica de quince años en ese entonces, y por sí sola, no sé… Mi marido conoce al padre porque es proveedor de la empresa en que el tipo trabaja, y parece que con la mujer hacen pareja abierta. Me contó que un compañero de trabajo vio a la madre de la pendeja con un punto, y cuando le va con el cuento al tipo, él le dice: ‘ah, sí, es uno de los novios que tiene.’ No lo podía creer cuando me lo contó. Además me dice mi esposo que es gente rara, viste que en los trabajos todo se termina sabiendo, se pasan tantas horas en el trabajo… A los parientes ni los tratan y con los vecinos poco y nada. A la dichosa Juli no la bautizaron cuenta el papito, como si fuese motivo de orgullo. Deben andar en algo raro. Por lo pronto, la nena, bien politizada que les salió. Bonita es la guacha, hay que reconocerlo; no me gusta el pelo tan corto, pero tiene una altura… Debe ser un poco más alta que él. La mujer no puede ser más alta que el hombre en una pareja. Podría haber sido modelo, pero con esa forma de ser…, es un medio en el que una no se puede exponer así, además, ¿para qué? Si yo hubiese tenido ese cuerpo y esos ojos, y bueh, Dios le da pan… En una clase, creo que de historia, se mandó un discursito en contra de la clase media que daba vergüenza por lo que contó la profe. ¿Ella qué es, POBRE ACASO? La clásica zurda con el verso de que los medios de comunicación esto, con que la iglesia aquello, con que las clases dominantes lo otro. No sé, la verdad, es como dice mi papá, a veces uno extraña otras épocas en que por lo menos esas cosas no se escuchaban.”

7

Especulando con que toda esta artillería informativa era desconocida por Fernando, Roxana acudió a la segunda consulta con el plan de iluminar a su acosado acerca de la abominable estirpe que había catapultado al mundo a la “reventadita”:

-Bueno Roxana, con esta muela ya estaríamos. Quedaría una limpieza y listo. Le pedís un turno a Julieta para dentro de un mes más o menos, así nos aseguramos de que los arreglos hayan quedado bien y la hacemos.

-Perdoname Fer que te diga, pero me enteré que tu compañerita de trabajo viene de una familia bastante complicadita.

-¿Quién?

-Juli.

-No le digas “Juli” porque odia las apócopes. ¿Por qué complicadita?

-Ahhh, mirá, los apócopos… Entre nos, salió el tema en una sala de profes y me contaron que la familia a la chica, para empezar, no la bautizó.

-Ah, mirá vos, a mí tampoco me bautizaron. ¿Estoy en problemas?

-Daaale Fer, no embrooomes, en seeerio che, parece que le gustan las mujeres a la guacha, y lo cuenta como si nada. De la familia mejor ni hablar, es para otro capítulo. Pero está bien, veo que te preocupa que la chica pierda el trabajo por ahí. Yo, una tumba, a pesar de que a Vivi, la administradora de acá, la conozco por terceros, pero seamos tolerantes como dijo el otro día el Papa Francisco.

-Seamos tolerantes entonces. Roxana, te dejo porque hoy estoy con mucha gente para atender.

-Decime Ro che, nos conocemos de chiiicos, …, y desde chicos tenemos algo pendiente, ¿nos acordamos o pasó mucho tiempo?

-Tengo bastante mala memoria ¿sabés? Nos vemos en un mes más o menos y terminamos con lo tuyo.

-Daaale, hasta lueguito Fer.

Podía cortarse el aire con una uña dada la tirantez con que nuestra desairada Roxi solicitó el próximo turno a la ya a esa altura de los hechos aborrecida “reventadita”. La humillada aspirante a “novia en serio y futura esposa”, abandonó la sala de espera con un portazo, sucedido de un taconeo estrepitoso por el pasillo (que podía observarse por los vidrios de la recién aporreada puerta). El contoneo de caderas y la oscilación exagerada de la espalda, movimientos sobreactuados, nimbados por el flamante tailleur, estrenado para la frustrada ocasión, denunciaban el habitual artificio de Roxana de interpretar, ante ese tipo de inconcebibles desatenciones, su papel de personalidad de peso agredida por una inaceptable chanza del destino.

Decí que todavía sos un buen partido mi amor, caso contrario, tu ruta. Ya se te va a pasar. Serenate Ro, después de todo, la chica sea lo que sea tiene derecho a trabajar. Pero no es para él. Le lleva casi veinte años. Este se la creyó de golpe… Seguro lo tenés loco todavía Roxi, se está vengando de lo que le hiciste el día de las palomas. Qué rencoroso, pasó tanto tiempo, hay que saber perdonar… Ahora, pensándolo bien, apurate, porque entre lo que le debe haber sacado la ex y ahora esta mosquita muerta viviéndolo, te lo despluman, y como dice mamá, ya pasaron los tiempos del “contigo pan y cebolla”… A ver esa autoestima eh, que no sos una empleada doméstica tampoco, sos una Profesional de la Educación… Qué rápido van llegando los cuarenta… Pero las cosas por algo pasan, el que ríe último ríe mejor. Y el turno se lo postergo al boludo este, se va a arrepentir de haber estado tan frío conmigo… ¡La tarjeta! Le pido de nuevo plata a mami y listo. Qué vergüenza si las chicas se enteran que el tailleur lo compré en 12 cuotas, ¿cuándo me lo vuelvo a poner de nuevo? Salir a la calle con algo tan caro hoy en día…; y para ir a dar clase, no sé…, en las públicas ni loca… La reventadita, ¡qué vergüenza!, con esas ojotas hippies, esa blusita, el piercing en el ombligo y el jean roto a la altura del muslo. Claro, a esa edad se pasan horas tiradas en la cama y no engordan, el cuerrrpo que tiene la yegüita…, todo le queda bien… Así cuidan el trabajo estas mocosas. Por ahí le hablo a Vivi, al fin y al cabo, atendiendo en un lugar familiar y con esa facha de fácil, hay que darles un buen ejemplo a los chicos. Por un lado mejor, el tarado en cualquier momento la pierde en manos de uno más joven que le arrastre el ala. Y ahí pasás al frente Ro. Decí que la tía es rara como él, si no te la pondrías de aliada, la tenés tan cerca y es un desperdicio esa vieja. A ver si le gustan las mujeres a esa también; no me le acerco más. Hace tanto tiempo que se quedó viuda y no se le conoció nada. ¿De qué vivirá? Bah, ahora le regalan una jubilación a cualquier vago, porque seamos sinceros, esta, mucha lectura, mucho cine, mucho arte, pero de moverse nada, y el difunto marido igual, andá a saber en qué anduvo toda la vida esta gente… No sé, pero yo al histérico me lo gano. Minga le voy el día que me dio el turno la reventadita, se lo suspendo y voy…, ¿en qué fecha estamos?, 7 de noviembre; hasta el año que viene no me ve la cara el odontólogo. Que se canse de la nena, o que la nena lo deje por otro, o…, ¡qué horror!, por otra. Pero mejor, mejor por otra, así aprende a valorar a una mujer decente como vos Ro.

8

Mientras la primavera iba dejando entrever los indicios del advenimiento del verano, fenómeno curiosamente perceptible en Mar del Plata (ya que si bien el sol de principios de diciembre en el sudeste de la Provincia de Buenos Aires refulge con casi toda su fuerza, el viento proveniente del océano es todavía muy fresco) Julieta y Fernando comenzaban a transitar una etapa de su relación en que la opulencia de los primeros ardores, fue cediendo terreno a una convivencia que iba franqueando los días en un aire de mutuo y más escrupuloso descubrimiento. Recorrieron lugares de la ciudad que Fernando no conocía, a pesar de haber visitado tantas veces el lugar un sus vacaciones de infancia y adolescencia. Julieta –contrariamente a las irritadas meditaciones que había albergado Roxana- era una asidua caminante. Tenía prefijados varios circuitos con diferentes extensiones, que atribuía no al azar o al propio albedrío, sino a la ciudad, el habérselos preestablecido. Una vez revelados los perímetros, dejaba escoger a Fernando la caminata, que juntos realizaban generalmente después de la cena. En lo tocante a sus estudios, había dejado a fines de octubre de cursar las materias del cuatrimestre, objetando al tiempo, cuando fue descubierta, haberse encontrado abrumada por las obligaciones curriculares, por las ingentes cantidades de fotocopias que según ella, no daban cuenta en absoluto de las notas que intuitivamente había captado en su correspondencia con ciertos textos. Fernando temía que el abandono temporal o definitivo de la carrera, mantenido en secreto en un principio por la abjurante, se debiese a la relación que hacía casi tres meses se había iniciado de manera tan inesperada por ambos, temor que Julieta trataba de mitigar –no dejando de atribuir reservadamente cierta cuota de incidencia en la decisión al efervescente romance- argumentando que nunca había leído tanto como en aquellos días en que como se ha dicho, el fuego dio paso a una más diversificada convivencia. La hipótesis abrazada por la adolescente, de que un lector encuentra en un libro con el cual comulga, un artefacto para descubrir no solo la subjetividad de quien lo escribió, sino también la propia, la llevó a solicitar a su novio una lista de títulos que considerase capitales en su vida. Especulaba con que si determinadas obras establecían un sutil código de equivalencia emocional, por carácter transitivo, quienes empatizaran con el mismo libro, inopinadamente compartirían al menos cierta cuota de sintonía en sus individualidades. Leyó también en ese período cinco relatos escritos por Fernando, uno de los cuales Facundo –quien repentinamente se había radicado en México, D. F. para trabajar como redactor permanente en la publicación con la cual, hasta ese momento, colaboraba a distancia desde Argentina- le había propuesto publicar a su amigo, dada su gran extensión, en tres entregas. También en esa etapa, alguien hizo llegar vía telefónica a oídos de Viviana, la administradora de Prodomar, la primicia de la relación entre los dos nuevos integrantes del centro odontológico, noticia a la que se restó credibilidad, dado que había sido provista de manera anónima. Generalmente los domingos, Sofía agasajaba a su sobrino y la desertante universitaria, haciendo gala de sus extraordinarios e históricos almuerzos. Entretanto, Roxana preparaba su tercer intento. Cumpliendo con la autopromesa realizada el 7 de noviembre de cancelar el turno para la limpieza dental, había obtenido una nueva cita (llamando de mañana con el objetivo de evitar a Julieta) para el 6 de enero. Trataba por otro lado de no ser vista en el barrio por Sofía, reflexionando que un encuentro con la tía de Fernando podría ser interpretado por esta como un intento más de sonsacar información concerniente a la persona que ocupaba casi todas sus cavilaciones desde hacía ya meses. El soporte afectivo de sus amigas fue considerado como algo insustituible por la pretendiente. Sin embargo, lejos estaba de adivinar nuestra aspirante que más de una supuesta compinche, apostaba al malogro de su empresa, recomendando estrategias condenadas de antemano al fracaso, que no obstante, dado quizás el encandilamiento de Roxi ante la visualización del éxito que juzgaba inminente, no fueron advertidas: “dale masa al face Ro, delatate que eso es lo que les gusta a estos tipos que se hacen rogar tanto; tampoco lo vas a nombrar, pero sé menos misteriosa y aprovechá de paso para destruir a la reventadita, hacete amiga y asustala con un mensaje al in-box diciéndole que lo conocés de chico y que en el fondo no es tan trigo limpio, que le conviene un pendejo de su edad”, “te tenés que vestir como ella, ponete un piercing, no das ni treinta mi amor, para vos el tiempo no pasa”, “transátelo de una en el consultorio al doc, andá bien en tren de trola, eso es lo que quieren los que la van de tímidos”.      

9

La tarde del 6 de enero fue muy calurosa. Roxana descubrió que Julieta no se encontraba en su lugar de trabajo. Una nueva secretaria contestaba los muy esporádicos llamados y recibía a la reducida concurrencia de pacientes a Prodomar. La puerta del consultorio habitualmente utilizado por Fernando estaba abierta, mostrando el lugar desocupado. Sin embargo, la voz del pretendido se escuchaba desde la sala de espera. “Buenas tardes, tengo turno con el doctor Fernando Rawson, Roxana Gil es mi nombre.” “Buenas tardes, sí, emmm, el doctor se está yendo en un rato, la limpieza se la va a hacer el doctor Robledo si está usted de acuerdo.” Roxana asintió tratando de recomponerse, le era difícil mantenerse en pie. La situación no le dejaba restos para reclamar sus derechos como paciente ante tan inadmisible destrato. Consintió en silencio, tratando de desdibujar el desengaño de su rostro. Entregó los comprobantes solicitados por la reemplazante de la “reventadita” y se sentó pensando qué excusa argüir para aplazar la visita. No se le ocurría nada. Se seguía oyendo la voz de Fernando. Si me lo cruzo me va a escuchar, me lo llevo a la vereda y le canto las cuarenta. Qué poco profesional. ¿Me lo habrá hecho adrede? Calmate Ro, te atendés con Robledo y después te inventás una excusa para volver. Cómo me arde esta nariz de mierda. Por fin se abrió la puerta del consultorio de Araujo y el procurado, dando un abrazo a su colega, “chau querido” mediante,  salió caminando hacia la puerta vidriada que una tarde, dos meses atrás, había sido aporreada por la víctima de un inconcebible despecho.

-Nos vemos Andy -dijo dando un beso a la nueva secretaria.

-Suerte doc.

-La limpieza te la hace Robledo -se dirigió a la quebrantada Roxana, pasando con ligereza a centímetros del lugar desde donde ésta observaba sin inspiración para improvisar reacción alguna.

Afásica, enfrentada a dos ancianas que aguardaban ser atendidas, se hallaba la buena de Ro, con su flamante piercing en la nariz, atravesando un orificio que todavía no había terminado de cicatrizar, con su blusa de bambula, sus jeans estratégicamente rotos en las zonas consideradas más convenientes, con sus ojotas de cuero de similar factura y apariencia que las que usara Julieta aquella fatídica tarde. El precio y la procedencia (aspectos inadvertibles para quien careciera de esa información) las diferenciaban. Las de la “reventadita”, compradas en una feria a una cooperativa de trabajo, las de Roxi, adquiridas en tres pagos al triple del precio de las primeras en un coqueto local de la calle Güemes. El perseguido abrió la puerta y comenzó a caminar el largo pasillo. Julieta entró desde la vereda, se detuvieron ambos en mitad del recorrido, se dieron un ligero beso en la boca, cruzaron unas palabras y comenzaron a caminar hacia la calle. La última imagen que vio Roxana desde la silla que la burla del azar le había hecho escoger para aguardar ser atendida, fue la de la mano de la adolescente pellizcando una nalga del escurridizo destinatario de sus afanes. Luego el sol, el fulgor del sol de enero resplandeciendo en una vereda solitaria. Sería inexacto decir que este revés fue como los anteriores, porque más de uno de nosotros ha experimentado en su vida la sensación de corroborar en forma manifiesta, una indeseable verdad acerca de la cual se nos ha puesto verbalmente en conocimiento, pero dado ese extraño mecanismo de supervivencia emocional que afinca en la duda su fuerza para hacernos seguir adelante en relación a algo a lo cual nos es difícil renunciar, dado tal vez el peso de todo lo que hemos depositado en ello, decidimos hacer oídos sordos y continuar con nuestra vida, aunque sea por unos instantes, como si nada hubiera pasado. Pero las evidencias visuales surten un efecto diferente. Pongamos por caso a un padre que se ha enterado de que su hijo murió en un accidente, quizás, mientras se encuentre en camino a reconocer el cuerpo en la morgue, la posibilidad de haber sido víctima de un error por parte de quien le ha hecho llegar la noticia, mantiene viva una cuota de esperanza en cuanto a volver a ver a su sucesor con vida. Pero esto no era la muerte, mientras hubiese vida… Y no obstante la flagrante prueba del beso entre Fernando y Julieta, no obstante el advertible estrecho lazo entre ambos, Roxana logró, sentada en la sala de espera, reatrincherarse y comenzar a rumiar un nuevo ataque. No sabía que la pareja no cruzaría más la puerta de ingreso a Prodomar. Ignoraba que ambos habían renunciado a sus trabajos. Quien había salido hacía unos instantes del consultorio de Araujo, había ido a despedirse de la gente que trabajaba en el centro odontológico. Julieta había hecho lo propio unos minutos antes, acto seguido, se había dirigido a buscar el auto a un estacionamiento, y constatando el olvido del comprobante, había vuelto a pedírselo a quien la encontrara en el pasillo, ya concluida su visita al lugar. Ambos partirían en unos días a México, D. F.; Facundo había logrado convencer por teléfono a su incondicional amigo: “el tipo es empresario hotelero, tiene muchísima guita, hoteles por todo el país, es un excéntrico, pero estuvo detrás de un par de proyectos de novelas gráficas que prosperaron, sobre todo en España, es un fanático del género. Le fascinó el relato que te publicamos; me pidió más cuentos tuyos y se los pasé, disculpame si hice macanas, igual están registrados. Dice que sos el escritor que busca. Yo le conté que sos un aficionado, que sos odontólogo, pero insiste, dice que abomina a los que la van de escritores ungidos por el medio. Te ofrece un año de paga, te banca la casa. Mecenazgo del siglo XXI. Dice que los cuentos están atravesados por un hilo conceptual sobre el cual quiere trabajar su nuevo proyecto. Te confieso que el tipo se ha equivocado en algunas movidas que no prosperaron, pero respecto de la guita no deja a nadie a gambas. Traete a Julieta. Me encantaría que volvamos a estar cerca. Te extraño chabón.” 

La tarde castigaba con sus 37°C. La sala de espera, poco concurrida, era testigo de una conversación urbana entre las ancianas y la nueva secretaria. Pero ella renunció esta vez a participar de ese tipo de coloquio, donde siempre sintió una reconfortante sensación al colar su axiomática mirada de las cosas, preservada de réplicas y rigurosidades introducidas por interlocutores indeseables como la “reventadita”. Preparaba una nueva embestida mientras aguardaba que Robledo la atendiera. Ahora Ro, a renovarse, con la mejor onda. Positiva, po-si-ti-va. Podés consultar con las chicas, pero reciclar un poco el pilcherío vendría bien. Esa tal Gabriela…, me perdí la charla el otro día, pero la de la recepción del gimnasio habló maravillas del método que vende. De Coronel Suárez dicen que se vino a vivir a Mardel, igual que el pánfilo este, seguro que lo conoce…, en los pueblos chicos… La verdad es un poco caro el programa de adelgazamiento, pero estos cuatro o cinco kilitos de más te deben estar jugando en contra Roxi. ¡Reventamos la tarjeta de mami! Además, es como contaron las chicas que dijo la tal Gabriela en la charla: el que cree, crea, si te visualizás divina, te vas a ver divina.