cuando los soles eran
tibios,
los veranos pasaban
sin dejar más rastro
que una dulce evocación
de espinos.
Dos caminos, una torre azul,
un incógnito nombre,
el obseso penitente,
una sonoridad que aún no
había
transmutado a su exaltada
esencia,
conformaban el germen
de la más atinada huella:
arte supremo de tentar a los dioses
para que viertan lo eterno en un instante.
Nombre de cisne,
origen de la crucial
peripecia
del símbolo atravesando la
frontera del símbolo.
Un inesperado mar aguardaba,
atesorando una
multitudinaria sombra
de ninfas saltando sobre la
arena.