tal vez por eso el aire
vertía sobre la escena
su súbita y marítima
gallardía.
Un algo se revelaba,
derramaba esa consagración
que mantendría su fe en el
arte de narrar.
Narrar el único oeste
posible,
la involuntaria conjura
de un mismo río
propagado en el orbe perenne
de los sueños.
Atestiguar el embelezo del
desierto
cuando las bardas descubren
un camino hacia el hielo,
hacia las otras aguas:
volverse un velado artífice
que por décadas persiste
movido por el ansia de recobrar un instante…
Esa última tarde se lanzó al
camino
sin conjeturas, sin más
bagaje
que una vidalita refulgiendo
en el recuerdo de una
extraviada infancia
de naranjas y peces;
no obstante, volvió a su
pueblo
convertido en poeta.