Hablaba a media voz consigo mismo.
Es que la mañana había quedado suspendida,
recubriendo el enigmático empedrado
con esa tenue luminosidad.
Es que ese enfático gris que parecía provenir
de allá, donde las involuntarias memorias
conjeturan y preparan el sueño,
no dejaba prosperar a los colores
que suelen diluir las oscuridades de la noche.
Vaya si era viable ahí, en ese Buenos Aires
lanzando a borbotones una multiplicidad de ciudades,
la música que sólo puede señorear
en el definitivo silencio.
Ese recóndito artífice de las siestas
volvía a fraguar su reiterado flotar
sobre angostas veredas.
Es que la femenina fascinación,
el regreso a lo sustancial
volvía para dejar una vez más
su prodigiosa huella.