Luces involuntarias
alumbran el ingrávido mundo
en que andar entre sepulcros
-un futuro que se recuerda–
se ha vuelto puerta.
La puerta de un mundo propio
parece haberse abierto:
descubro mi cara de niño pájaro
en el espejo de un alma
que de tan cansada de andar en las sombras
ha comenzado a despertar a la mejor de las muertes.
El olor de tu sangre,
el crujir de tu viejas y frágiles venas transparentes
-te has vuelto un fino cristal que resuena sin verse–
se confunde con la tenue luz
del más neutro de los mundos.
Las luces involuntarias
se han encendido para atisbar el halo
de tus antiguos pasos.
Somos tan viejos como el más viejo de los átomos:
hemos muerto tantas veces
que el matar se vuelve un resoplo de chico
que vuelve a su casa
en busca de la mano de una madre:
las más tierna de las asesinas,
en busca de la voz de un padre:
el más idiota de todos los hombres.