domingo, 26 de noviembre de 2017

Last Flag Flying, de Richard Linklater, en el marco del 32º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Road movie que combina efectivamente drama y comedia gracias al contrapunto actoral de Brian Cranston, Steve Carrel y Laurence Fishbourne, el último film de Richard Linklater funciona hasta cierto punto como una secuela de The last detail.

En 1973, dirigidos por Hal Ashby -uno de los no tan mencionados directores de la Nueva Ola Americana-, Jack Nicholson, Otis Young y Randy Quaid protagonizaron The last detail, comedia dramática que narraba el viaje de dos marines norteamericanos que trasladan desde un regimiento hasta una prisión de la lejana Boston a un camarada de armas condenado a ocho años de prisión por robar cuarenta dólares. La película estuvo basada en la novela homónima (1970) de Darryl Ponicsan y contó con el guion de Robert Towne. Last Flag Flying, está basada también en un libro homónimo (2005) de Ponicsan, quien en este caso participa coguionando su propia historia con Linklater. Pese a que sin duda hay puntos en común entre los dos films, no necesariamente debe tomarse al actual como una secuela del de 1973. De todas formas, los personajes están estrechamente identificados y para encontrar esos puntos en común obviamente hay que ver las dos películas. Pero más allá de esto, el último trabajo del director de Boyhood funciona independientemente desde el punto de vista narrativo, sin necesidad de tener que establecer relación alguna con The last detail.

Ahora, ya en 2003, son tres veteranos de la Guerra de Vietnam quienes se reúnen luego de treinta años y harán un viaje: Sal Nealon (Brian Cranston), el Reverendo Richard Mueller (Laurence Fishbourne) y Larry 'Doc' Shepherd (Steve Carrel). Un viaje nuevamente hasta Boston, pero para dar entierro al hijo de Doc (guiños al Meadows de Randy Quaid en The last detail), quien fue muerto en la Guerra de Irak. Doc ha perdido también, hace no mucho, a su esposa a causa de un cáncer de mama y sigue empleado en la fuerza. Sal, tras su retiro, posee un bar de mala muerte en Virginia (imposible no asociarlo con el Buddusky de Nicholson de la película de los '70) y no muy lejos de ahí, el Reverendo Mueller imparte la palabra de Dios en un pequeño templo, arrepentido de su pasado de vicios de toda índole. 

No es ninguna sorpresa que una película de Linklater tenga al paso del tiempo como un elemento sustancial del relato. Y como se lo hace jugar principalmente en la trilogía Before Sunrise (1995), Before Sunset (2004) y Before Midnight (2013) y en Boyhood (2014), aquí también el factor tiempo no solo oficia como un cincelador que modifica por un lado algunos aspectos de la personalidad de los personajes, sino también, por otra parte, como un componente que no ha logrado mudar sus rasgos más privativos. En Sal no se ha modificado su atávico espíritu cuestionador de las instituciones (religiosas incluidas), sumado a su propensión a los vicios y su debilidad por las mujeres, en Mueller no ha cambiado su aceptación de las circunstancias a las que tanto la vida o las instituciones pueden obligar a vivir a una persona, y en Doc sigue vigente en cierta medida su sujeción a las decisiones de los demás, hecho que no obstante irá cambiando a lo largo del nuevo viaje. 

Una muerte tan temprana en una nueva guerra, no puede funcionar de otra forma en la mirada de estos tres veteranos que como un resurgimiento del absurdo que representó Vietnam para una generación de jóvenes que excedió a Estados Unidos. Sin embargo, Last Flag Flying evita caer en esos planteos de corrección política que por lo general no hacen más que simplificar los aspectos asaz complejos de las guerras y los múltiples asuntos de pertenencia general y personal que se libran en ellas. Otro rasgo que queda en claro de antemano es que estamos en presencia de una comedia dramática, y el contrapunto logrado entre los momentos sobrecogedores y las festivas incursiones de Sal (un estupendo Cranston en vena de comediante) están dosificados con gran efectividad (mérito también este del excelente guion de Ponicsan-Linklater).

Richard Linklater estuvo mucho tiempo detrás de este proyecto. Y más allá de lo que se ha escrito sobre la importancia del factor tiempo en su cine y en esta historia en particular, es probable que por estas épocas tal vez él, junto a Alexander Payne y Paul Thomas Anderson, más que ningún otro director norteamericano actual, sean los claros herederos en muchos aspectos de esa movida cinematográfica llamada también Generación de los '70 de la cual Ashby participó, movimiento de corte tan naturalista en eso de ficcionalizar la vida y las circunstancias de personas dubitativas, débiles en muchos rasgos de su personalidad y sobrepasadas por las circunstancias; corriente cifrada también en realizadores como Bob Rafelson, Peter Bogdanovich, y más popularmente en los nombres de Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Brian De Palma. 


                    

domingo, 19 de noviembre de 2017

Lucky, ópera prima como director de John Carroll Lynch, en el marco del 32º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata


Desde hace veintitantos años, pero mucho más asiduamente ya en los '2000, venimos viendo a John Carroll Lynch desempeñarse en esos papeles si bien no protagónicos, lo suficientemente relevantes para no olvidar la cara y la efectiva labor de un actor tanto en series (Càrnivale, El cuerpo del delito, Billions) como en cine (Zodíaco, Gran Torino, Crazy, Stupid, Love, El fundador). En este caso, detrás de la cámara por primera vez, dirige uno de los últimos trabajos actorales del recientemente fallecido Harry Dean Stanton, quien interpreta a un anciano ateo de 90 años que vive en un pequeño pueblo en una zona desértica de Estados Unidos, y para quien la proximidad de la muerte, dadas su falta de certidumbres y su avanzada edad, se vuelve un motivo de deliberación cada vez más perentorio. El guion de los debutantes Logan Sparks y Drago Sumorja, parece haber sido escrito para una película que más que una historia de ficción, bien podría ser la forma conjetural en que podrían haberse imaginado los últimos años de Stanton. Un personaje hecho a la medida de un actor que ha dado muestras de su capacidad de interpretar de forma modestamente gigantesca, sin necesidad de alocuciones grandilocuentes ni de una puesta pensada para paliar algún tipo de falencia actoral. Porque eso es Lucky: un veterano de guerra, sin hijos, sin grandes recursos económicos, amante de la música mexicana, sin una formación académica que lo lleve a explicitar sus enigmas existenciales de forma sofisticada, alguien conocido por todos en el pueblo y en -casi- completo estado de desnudez y exposición ante lo conocido, pero con una enorme pregunta ante la cada vez menos eventual certeza de un final con puerta a lo incógnito. Hay otro Lynch en la lista de créditos. David, alguien que vaya si lo ha hecho descollar a Stanton (Corazón Salvaje, la hermosa interpretación del Lyle de Una historia sencilla, su participación en Twin Peaks), interpretando a Howard, un vecino del pueblo y amigo de Lucky a quien se le ha perdido su tortuga de cien años llamada President Roosevelt y cuya única preocupación es qué será de ella los próximos cien, cuando él ya no esté. Un punto acaso contradictorio de la historia es el rasgo de candidez o falta de credibilidad de mostrar lo amigable (sin excepciones) del contexto humano que rodea al anciano en épocas en que pareciera que el envejecer se ha convertido en un pecado imperdonable, sobre todo porque en la trama la palabra realismo va cobrando un peso determinante en las consideraciones del personaje principal, sumado a que Lucky no se caracteriza por su propensión a la diplomacia. Pero más allá de eso, la ópera prima de J. C. Lynch no deja de enternecer, ya que como se dijo, oficia como un merecido homenaje en vida a un actor que nos ha dejado tantos momentos sublimes a lo largo de sus más de sesenta años de carrera. Beth Grant, Ed. Begley Jr., Barry Shabaka Henley, Hugo Armstrong y Tom Skerritt (compañero de rodaje de Stanton en Alien, el octavo pasajero), completan parte del elenco. 



sábado, 18 de noviembre de 2017

Wonderstruck, de Todd Haynes, en el marco del 32º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata


Todd Haynes homenajea en su película más popular hasta la actualidad, dos momentos icónicos para el cine, narrando la odisea de una niña y un niño separados por cincuenta años, pero vinculados por sus circunstancias. 

El escritor e ilustrador Brian Selznick -pariente no tan lejano del mítico productor David O. Selznick (fue primo de su abuelo)- tuvo la primera adaptación cinematográfica de uno de sus libros con La invención de Hugo Cabret (2011, dirigida por Martin Scorsese). En aquella oportunidad, el guion estuvo a cargo de John Logan. Wonderstruck, el último trabajo de Todd Haynes, lo cuenta a Selznick como autor del libro y guionista de dos historias que acontecen en épocas separadas por cinco décadas, pero que sin embargo tienen como escenario casi excluyente a la ciudad de Nueva York.

En 1927, Rose, una chica sorda de 14 años (interpretada por Millicent Simmonds, quien en la vida real también es sorda), se traslada a Nueva York en busca de su madre (Julianne Moore), exitosa actriz quien se encuentra de gira teatral en la época en que el cine mudo va dando paso al sonoro. Por su parte, en 1977, Ben (Oakes Fegley), un chico de 12 años huérfano de madre quien acaba de quedarse sordo a raíz de un accidente, decide ir a Nueva York desde el remoto Minnesota tras la borrosa huella de su padre a quien no conoce, valiéndose de dos pistas que encuentra en su casa. Pero si bien las dos épocas están separadas por cincuenta años, ambos itinerarios van siendo interpuestos en un contrapunto que quizás en un principio resulte un poco abrupto, ya que lo mostrado de 1927 se filmó en blanco y negro en una recreación de tópicos fílmicos y actorales de la década, sumado al clima de depresión económica, y los saltos al bullicioso y en algunos aspectos decadente Nueva York de finales de los '70, por momentos se tornan demasiado bruscos. La clave acaso esté en la música que unifica las secuencias sin modificarse, dando un primer atisbo, como es de esperarse, de que las dos historias tenderán a confluir en algún momento de la película.

Claramente dickensiano en muchos aspectos: chicos solos con su suerte jugada en un principio a la mano de Dios, la ciudad como amenaza, la ausencia total de recursos económicos, el film sin embargo tiene como tema preponderante la comunicación y los mecanismos que las personas encuentran para establecerla. No hay que olvidar que la sordera de los dos protagonistas es el primer guiño explícito de confluencia. Pero hay también en él un homenaje al cine de las dos épocas. Haynes declaró haberse inspirado en The Crowd (1928) de King Vidor y en The french Connection (1971) de William Friedkin para componerlas. También la presencia de los gabinetes de curiosidades y los museos, aluden al hecho comunicacional de dispositivos que logran traer el pasado al presente, como obviamente también el cine. En los guiños a la música como un tal vez más sutil pero no menos efectivo testimonio de tiempo, destacan Space Oddity de David Bowie y Fox on the run de Sweet, reproducidos en vinilo y en bandejas que no dejan de ser tampoco (más allá de haber sido reflotados en la actualidad) un emblema de un tiempo pasado. Y dicho sea de paso, objetos de diversa índole como portadores de historias, también tienen un lugar dentro de esa línea de conexión pasado-presente. 

Julianne Moore cuenta con ésta su cuarta participación en un trabajo de Haynes, interpretando dos papeles de la manera brillante en que suele desempeñar sus roles. Sobre todo, el papel de esa actriz de las postrimerías del cine mudo en el cual la labor de un actor se encaraba de manera harto diferente dada la ausencia de textos sonoros. Hay un film dentro del film en que una joven mujer personificada por Lillian Mayhew, la madre de Rose, trata de salvar la vida de su hijo en brazos debatiéndose en medio de una feroz tormenta, y es esa una de la mejores secuencias, tan a contramano de la lógica cinemática del cine y la actuación actuales.

Emotiva, carente de golpes bajos, sobre todo en su resolución, Wonderstruck representa ciertamente la propuesta más familiar de Haynes hasta el momento. En sus propias palabras: "es un tributo a lo que se hace con las manos, con los dedos. Del lenguaje de signos a la construcción de miniaturas, como la que mostramos de la ciudad de Nueva York. Es un homenaje a lo táctil, al pegamento y a la tinta que se quedaba en las yemas de los dedos. Recuerdo cómo se quedaba en las mías. Y creo que los niños necesitan aprenderlo."