“Siempre he creído
que mis letras iban más allá
del reportaje y que adoptaban posiciones
aunque no morales, sí emocionales.”
Lou Reed
El
mes que viene se cumplen cuarenta años de la realización en Londres de Berlin, de Lou Reed, uno de los discos
más significativos de la historia del avant-rock. Hemos leído muchas reseñas
dando cuenta del maltrecho derrotero en relación a la repercusión inicial del
álbum. No puede dejar de mencionarse que el año anterior un asteroide llamado Transformer zamarreaba el mundo de la
música, y que en cuya montura no solo irrumpía el poeta urbano del lado
salvaje, sino también, no tan desde las sombras, David Bowie y Mick Ronson
hacían gala de otra muestra de desenfreno e inspiración creativa. Berlin no pudo evitar tener que emerger
de las penumbras que había dejado la nube de polvo provocada por su predecesor.
¿Qué
condiciones deben exigírsele a un disco para que definitivamente pueda
adscribírselo al paradigma de lo conceptual? Se ha escrito y leído por ahí que
Reed se propuso un objetivo tan grande, pretendiendo cristalizar la mismísima
esencia de la tristeza, el nihilismo, el desamor y la soledad, aderezados por
la gravitante embriaguez de las drogas más pesadas; y que dada la enormidad de la
ambición, el resultado fue un elegante fracaso. Esto puede ser verdad en parte,
acaso en lo musical uno sienta una cierta carencia de cohesión orquestal. El
manejo de las intensidades y de las instrumentaciones, los ensambles entre tema
y tema, probablemente sean las claves que fomenten ese juicio. Sin embargo esto
no hace que no pocas canciones de Berlin sean
poco menos que sublimes. Contrariamente desde el punto de vista lírico la
congruencia del álbum es casi perfecta. Podrían tomarse no escasos dictámenes
que abonarían perfectamente las líneas de un sórdido pero a la vez bellísimo
epígrafe de una tragedia urbana occidental del siglo XX:
“Los
hombres con fortuna a menudo derriban imperios / Mientras que los hombres de
origen humilde a menudo no pueden hacer nada…” (Men of Good Fortune)
“Caroline
dice mientras se muerde el labio / La vida ha de ser más que esto y esto es una
mierda // Ella atravesó el cristal de la ventana con el puño / Fue una
sensación muy rara // Hace mucho frío en Alaska…” (Caroline Says II)
“Este
es el lugar donde ella ponía la cabeza / Cuando se iba a la cama a la noche / Y
este es el lugar donde nuestros hijos fueron concebidos / Por la noche la
habitación estaba iluminada con velas // Y este es el lugar donde se cortó las
venas / En aquella noche extraña y fatídica / Y yo dije oh, qué pena…” (The Bed)
La
materia conceptual de Berlin se
fragua en relación a la historia de Caroline y Jim, en torno a su controvertido
vínculo, pero la manera en que está planteado el disco da cuenta en todo
momento de no tener intención de tomar a estos personajes como una extrañeza
escindida de la realidad, declaró Reed en aquellos días: “es sólo una
historia realista sobre la gente que vive en los setenta, que existen, que no
están especialmente locos o que son unos degenerados. Esto ocurre con la gente
todo el tiempo, no sólo en Berlín, sino en sitios como Ohio”. Y parece ser que su intención no era
retratar sólo una escena común a la época, sino universalizar en una suerte de
tragedia de cabaret, el veredicto resultante de la exploración de los temas que
aborda el disco, como se ha dicho anteriormente: nihilismo, desencuentro,
soledad, violencia, drogas y una profunda melancolía que alcanza su clímax, en
canciones como Caroline Says II, The Bed y Sad Song.
Berlin fue producido por Bob Ezrin, quien en los ’70
coprodujo The Wall de Pink Floyd, y produjo discos harto significativos
y emblemáticos como Destroyer de Kiss o casi todos los trabajos de Alice
Cooper en esa década. En el documental Lou Reed: Rock and Roll Heart, Ezrin
manifestó a propósito del disco que se está reseñando y refiriéndose a Lou
Reed: “Podría haber hecho 'Transformer' 2, o 3, 'Walk on the Wilder Side' –ironizando-
versionado. En su lugar, dio uno de los pasos más audaces de la historia
del pop: creó un trabajo pionero, el más profundo en el alma de un artista, más
que ninguna otra obra en la escena musical americana de los últimos cincuenta
años.”
El momento de reivindicación masiva le llegó tarde
al álbum, en 2006 Julian Schnabel realizó un film en el que registró la interpretación completa de Berlin, obviamente por Lou Reed, con un
impresionante staff de músicos y una performance visual verdaderamente
estupenda. La experiencia consistió en cinco días de grabación en St. Ann’s
Warehouse, en Brooklyn. Participaron como invitados, entre otros, Antony
Hegarty y Steve “The Deacon” Hunter, guitarrista legendario que originalmente
grabara las sesiones del disco, en 1973.
Le oí decir a Daniel Melero un par de veces: “El
arte es incómodo”. Sin duda Berlin para mucha gente sea una obra que
no apela a proporcionar un bocado fácil de digerir, por lo menos de movida. Hay
por otra parte quienes sienten al escucharlo por primera vez la sensación de
estar ante una creación hecha a la medida de su melancolía; para los del primer
bando me permito una recomendación: con él pasa lo mismo que con esos discos,
libros o películas que no se dejaron domar de entrada, sin embargo a los cuales
nos acercamos porque advertíamos que tras hacernos atravesar ciertas pruebas,
se convertirían en un regalo de esos que nos entrega el arte y que nos
acompañan toda la vida.