y la identidad del
que se traslada.”
Patricia Almarcegui.
El
viaje, desde siempre, ha representado para el hombre la posibilidad de algún
tipo de mutación, acaso la posibilidad de transformación en una instancia
obviamente externa, pero también en el orden interno, en el plano de nuestro
imaginario y nuestras ansias de descubrimiento, es innegable que conforme los
caminos externos van ramificando, el universo interior del viajero experimenta
una expansión en varios órdenes.
No
caben dudas de que existe una ligazón palmaria entre cierta literatura y el ideario
del viaje, no solo en aquella que se propone reseñar el periplo de quien
posteriormente narra su parte de ruta, puesto que también en una buena parte de
la narrativa de ficción, el viaje está presente explícitamente, pongamos por
ejemplo las salidas de Alonso Quijano en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha , los viajes de la
infancia a Combray y de juventud a Balbec y Venecia del Marcel de En busca del
Tiempo Perdido, o el iniciático traslado de Hans Castorp desde Hamburgo a
Davos-Platz en La Montaña Mágica .
Es
oportuno asimismo aludir a un aspecto más en esta concomitancia entre viaje y
literatura, ya que más allá de lo expedicionario o peregrino de la historia por
la cual estemos transitando, el libro es casi siempre una manera del viaje, del
descubrimiento de mundos, a veces lejanos, no sólo en espacio, sino también en
el tiempo. Dijo Borges alguna vez que el hecho de que su padre le franquease su
biblioteca fue indudablemente el acontecimiento capital de su vida, y creo que
en cierta forma, hacía hincapié en la relación que se pretende establecer en
esta reseña, ya que es incontrovertible que para un niño ante el cual se abre un
universo tan descomunal de historias, algunas cercanas, pero algunas,
ambientadas en lugares asaz remotos, la literatura es una magnífica manera de
viajar.
Pero
más allá de este filosofar en torno al hecho de viajar en sus tan diversos
modos, el propósito de este artículo es recomendar tres libros de viaje, que a
criterio de quien escribe, merecen una especial deferencia. Uno de ellos ya ha
sido reseñado en una entrada del 22 de Noviembre del año pasado en La Frontera . Se trata de Diarios de bicicleta, de David Byrne. Tal vez la particularidad más remarcable
del libro de este músico y artista multimedia, sea el hecho de que propone un
recorrido por lo que Byrne llama el lado “b” de las ciudades, dada la
accesibilidad que permite un medio como la bici con su capacidad para
escabullirse de los atascos, incluso para recorrer adyacencias y caminos
alternativos que parecieran estar vedados para los otros medios de transporte,
en particular para los automóviles, que en oportunidades da la impresión de que
estuvieran obligados a discurrir por arterias inamovibles, sobre todo en
algunas ciudades norteamericanas que son reseñadas en el libro, donde el uso de
las autopistas se vuelve algo prácticamente inevitable, inclusive se plantea en Diarios de bicicleta que ciertamente hay lugares naturales a los cuales es
imposible o muy difícil arribar si uno no se sirve de un medio alternativo o de
la tracción de sus propias piernas, ya que esta suerte de derroteros que
trasladan a millones de automóviles a diario, “curiosamente” brindan la
posibilidad de escapar de esos atascos en lugares como cines, shoppings, o
cualquier otro punto donde quien o quienes planificaron la arteria al parecer
querrían hacer arribar a la mayor cantidad de gente posible. De todas maneras,
este planteo es sólo el punto de partida de este recorrido francamente
cautivador y entretenido por varias ciudades del mundo en bicicleta, razón por
la cual agrego el enlace a la reseña completa para quien quiera leerla:
El
segundo libro que voy a sugerir es Viajes con Charley, de John Steinbeck.
Cuenta en las primeras páginas el autor de Al este del paraíso y Las uvas de
la ira, que lo que motivó el inicio de este recorrido por los Estados Unidos,
es que en los albores de su vejez, se dio cuenta de cuán ignorante era acerca
de muchas cosas sobre las cuales había escrito: “En los Estados Unidos vivo en
Nueva York, o paso temporadas en Chicago o San Francisco. Pero Nueva York no es
Estados Unidos, así como París no es Francia ni Londres Inglaterra. Así
descubrí que no conocía mi propio país. Yo, un escritor norteamericano que escribía
sobre Norteamérica, estaba trabajando de memoria, y la memoria es, en el mejor
de los casos, un receptáculo defectuoso y deformante.” [STEINBECK, J, Viajes con Charley, Avellaneda, COLOR
EFE, 1985, p. 13]
Charley
no es para nada un personaje secundario de la travesía, ya que este perro
adulto, desde la perspectiva cronológica canina, también se encontraba frisando
los inicios de la vejez, lo cual lo convierte en un compañero de ruta con ese
plus para nada menor. La simbiosis entre Steinbeck y el perro transita todo el
tiempo dentro de esa sociedad que entre otras cosas, va construyendo a lo largo
del viaje un lazo cada vez más fuerte.
El
tercer personaje del periplo es Rocinante, una camioneta encargada
especialmente para el recorrido de los miles de kilómetros de peregrinaje por
los estados de Maine, Nueva York, Ohio, Michigan, Illinois, Wisconsin,
Minnesota, Dakota del Norte, Montana, Idaho, Washington, Oregón, California,
Arizona, Nuevo México, Texas y Luisiana, y el retorno por la costa este hasta Nueva York.
Hay
una advertencia acerca de la multiplicidad de visiones que se pueden obtener
del mismo lugar, dependiendo del observador. Es más, una de las ideas más
interesantes de Viajes con Charley es que incluso nuestros ojos matinales y
nuestros ojos vespertinos pueden diferir en cuanto a las impresiones que
podemos recolectar de un lugar, es por eso que se insinúa que no se puede
recomendar este relato como la
Norteamérica que los lectores encontrarán, ya que ni siquiera
un mismo observador obtiene siempre una idéntica impresión de un lugar, no sólo
debido al factor temporal, sino sobre todo a las emociones que inevitablemente
imprimirán su cariz sobre la imagen que finalmente cristalizará, haciéndonos
creer que en un futuro, acaso no tan lejano en términos de tiempo, nos
encontraremos con la misma experiencia.
Se
encuentra también en estos apuntes de ruta, una observación respecto de la
desaparición de los localismos del lenguaje, por causa de la radio y la
televisión y su efecto unificador. No debe olvidarse que este viaje se hizo a
principios de los sesenta, momento en el cual, estos medios de comunicación,
sobre todo la tv, comenzaban a encastrarse en la cotidianeidad de las
poblaciones, debido sobre todo al alcance nacional de estas ondas que para
Steinbeck diseminaban un cada vez más marcado efecto “unificador y homogeneizante”,
haciendo replegarse cada vez más los giros locales, sustituyéndolos por una
suerte de inglés standard, envuelto, insípido y empaquetado.
Regreso
al pueblo de la infancia:
Hay
un aspecto de los viajes que inviste una sustancial significancia: el
imaginario del retorno a un lugar que hemos dejado atrás hace mucho tiempo.
Guardamos en nuestra memoria una especie de radiografía con la que pretendemos
reencontrarnos en nuestra vuelta, a veces después de décadas de haber
abandonado esos sitios. El regreso a Salinas, California a bordo del fiel
Rocinante, gira en torno a esta idea y
al desengaño proveniente de que lo que encontramos al volver a nuestro pueblo
natal después de una prolongada ausencia, no se asemeja en absoluto a lo que
nuestra ingenua y romántica especulación bosquejó: “Mi regreso solo causaba
confusión e intranquilidad. Aunque no se atrevían a decirlo, mis viejos amigos
querían que me fuera para que ocupara el lugar que me correspondía en la trama
de las remembranzas, y yo quería irme por la misma razón.” [STEINBECK,
J, Viajes con Charley, Avellaneda,
COLOR EFE, 1985, p. 178]
... ... ...
Al enorme Texas, Steinbeck le dedica una gran cantidad de apuntes: la contradicción entre la riqueza de algunos habitantes y su fingida simpleza, las enormes distancias que es posible recorrer sin salir del estado, las diferencias climáticas entre el norte y el sur, la multiplicidad de códigos de pertenencia de las distintas ciudades, aspectos estos que sin embargo no logran romper ese códice inquebrantable que hace de Texas más que un lugar, un estado mental.
La
visita a Luisiana viene acompañada por el profundo sinsabor del racismo sureño.
El episodio de “Las Animadoras” es imperdible y a la vez desolador. “Las
Animadoras” eran mujeres blancas que en los días en que las escuelas “de
blancos” comenzaron a matricular niños negros, se paraban frente a los colegios
en el momento en que los chicos entraban junto a sus padres, lanzando sus
discursos cargados de una xenofobia atroz, vivadas por una buena parte de los
ciudadanos de Nueva Orleans.
En
suma, Viajes con Charley es una propuesta más que recomendable en materia de
literatura de viajes, ya que volviendo a esa idea de la capital importancia de
los ojos del observador, muchas veces situada por encima de la significación de
lo observado, no sólo propone un periplo por el Estados Unidos de los sesenta,
sino también un profundo fondear en los intersticios de la personalidad de este
genial escritor norteamericano.
La
tercera sugerencia en materia de libros de viajes es Placeres y fatigas de los
viajes de Manuel Mujica Láinez. Este libro consiste en una recopilación de las
notas de viajes por el mundo que M.M.L. publicó en el diario La Nación entre 1935 y 1977. La
primera edición –en dos volúmenes- es de 1984, año en que muere el escritor a
quien su círculo íntimo –y con el tiempo no tan cercano- llamaba Manucho.
La
relación de Manucho con los viajes comienza en la infancia. Mujica Láinez nace
en el seno de una familia de la oligarquía argentina de principios del S. XX.
En esos tiempos era muy común que esas familias, en consonancia con su profunda
idiosincrasia europeizante, enviara a sus hijos a educarse a Europa. En el caso
de los Láinez, la familia se traslada a Europa y permanece varios años en
Francia e Inglaterra.
En
una extensa entrevista realizada para la tv española en los años ‘70 por Joaquín
Soler Serrano, el autor de Bomarzo, Aquí vivieron y Misteriosa Buenos
Aires declaró: “he viajado en todos los medios de locomoción, fuera de estos, …,
claro, que ya me han tomado tarde en la vida y que lo llevan a uno a la luna.”
El
primer volumen comienza con el único texto que no fue escrito por M.M.L. Se
trata de un reportaje realizado por el periodista Luis Mazas a Manucho y a
Miguel Tato, publicado por Clarín revista el 25 de Junio de 1978; allí se
cuenta la aventura del Graf Zeppelin, un vuelo desde Río de Janeiro hasta Alemania
en el que se embarcaron Tato y el artífice de Placeres y fatigas de los
viajes.
Los
apuntes son numerosísimos, van desde los vagabundeos y caminatas por un Londres
devastado en los meses posteriores a la segunda guerra, una vuelta al París de
la infancia y la adolescencia, una visita a una exposición de antigüedades en
el palacio Grassi de Venecia, incluso a la Quebrada de Humahuaca, hasta una reflexión sobre
el turismo de paquete, ese sobrevuelo por sobre ciudades al que se ve
arrastrado el turista que tiene que recorrer en ocasiones 10 países en 20 días.
Escribe M.M.L. acerca del posible móvil de estos itinerarios: "El
solo hecho de poder decir: 'Una noche, en Londres…', o 'Una tarde en Sevilla…',
ubica espectacularmente a quien pronunció esas frases mágicas y lo exalta a la
condición de oráculo político, de consejero estético y de autoridad
mundana" [MUJICA LÁINEZ, M,
Placeres y fatigas de los viajes, Buenos Aires, Talleres Gráficos Garamond
S.C.A., 1986, p. 331]
Para
quien quiera conocer más acerca de este importantísimo escritor de la
literatura argentina del S. XX, sugiero la biografía Genio y figura de Manuel Mujica Láinez por Jorge Cruz.
Amén
de las críticas a causa de su confeso y militante antiperonismo y
anticomunismo, Mujica Láinez supo granjearse a lo largo de su vida el afecto de
buena parte de los lectores argentinos, quizás debido a su capacidad para
atravesar con inteligencia los límites impresos por las a veces inevitables
diferencias-obviamente siempre bienvenidas por quien escribe-, pero fueron tal
vez esa fascinación que ejerce su obra en quien la aborda, ese orbe monumental
de amenos relatos y novelas, en algunos casos de un gran rigor histórico, y el
encanto enigmático de su conversación, herramientas que Manucho
utilizó perspicazmente para diseminar su mágica concepción de la experiencia a
quien se atreviese a cruzar el asombroso perímetro dentro del cual se guarecía.
Y volviendo al libro que nos ocupa, cabe señalar que esos hechizos lo habitan.
… … …
Cierro
este artículo rindiendo un homenaje a la experiencia del viaje, reformulada a
través de la mirada y la palabra de escritores, naturalistas o amigos
trashumantes, a veces escrita, a veces simplemente en forma verbal, en
definitiva, la palabra de quienes se atreven a recorrer el mundo trascendiendo
los límites de los soporíferos circuitos turísticos, y a descubrir las
múltiples singularidades que los caminos del planeta acuñan para quien se anime
a pagar el precio que siempre ha exigido lo no conocido…