Sigue dialogando con la música, aun tras haber despertado
de una siesta de fulgentes, de amortajados y ominosos dioses. Una única voz se
alzó desde el colosal e involuntario silencio: insiste en volar hasta la testa del apócrifo revelador de secretos, ese
que suele hablar un sonido de vino y de uvas, de acordes que reinventan la
milonga en cada rincón del mundo en que suena una verdadera guitarra…
Sigue cantando al camino en que la turbia revelación del
agua vertió el confidente vocablo, la consagrada y repentina unción de los
vivos, sentenciándolo a observar, adherido fatalmente a paredes que se
incendian en el verano de las ciudades, esa extraña servidumbre que ostentan los mudos caballos.
Sigue cultivando el arte de volver transparente el polvo
dejado por los años caminados en tierras hostiles: insiste en correr con un atesorado fajo de palabras, insiste en
traicionarlas para abrir una grieta por la cual se cuele con sigilo el enigma…
TheMaster es la última película de Paul Thomas Anderson, un film que se destaca por su belleza visual, el genial trabajo de sus protagonistas y por proponer al espectador una participación fuera de lo habitual.
Es posible que en
algunos hombres la guerra haga prosperar un sentido de lo estratégico, que
forje el hábito del autocontrol y del cálculo; pero a veces algunos son
arrojados a raudales a territorios lejanos y desconocidos, de los cuales, si se
vuelve, suele hacérselo peor de lo que se fue. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), no se inscribe
precisamente en el bando de los que adoptan la medida del cálculo y el gobierno de los más bajos instintos, todo lo contrario, el retorno de esa
última instancia bélica en esa suerte de letargo castrense de cese de conflicto
en un paraíso tropical, lo lanza sin pertrechos a un mundo tal vez peor que el
de los días de combate.
Obligado a errar por
los caminos de donde Dios pareciera haberse retirado hace tiempo, donde el american dream brilla por su ausencia,
entre rencillas, borracheras e ironías de un destino que parece haberse
empecinado en complicar aun más su ya maltrecha existencia, acaso uno de esos
caminos pueda conducir a un lugar más promisorio, el que lo lleva hasta
Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman),
quien lo embarca en un iniciático viaje, interno y externo, ya que un extraño
espíritu de mutación, sumado a una voracidad por una especie de colérica
peregrinación, constituyen el principal tema de The Master.
Esta última película
de Paul Thomas Anderson (Magnolia, There Will Be Blood), no parece
proponerse bajo ningún punto de vista desarrollar un planteo moral acerca de
amos y esclavos, fuertes y débiles, ricos y pobres, sino más bien explorar el lado
caótico y brutalmente esencial por el que a veces suele transitar la relación
entre las personas. Las virtudes del cálculo y de la especulación en
consonancia con esa tabula rasa que exhiben determinados individuos lanzados a
la vida sin más aderezos que sus irrefrenables y ambiguas pasiones. Ciertos
aspectos de la personalidad de Lancaster Dodd fueron tomados de Ron Hubbard, el
ideólogo de la Cienciología, religión a la que muchos ricos y famosos han
adherido.
El encuentro entre
Quell y Dodd abre el juego de una relación signada por ese perímetro disonante en
el que transcurre la película. Si bien Dodd interactúa con el mundo, rara vez el mundo parece
perturbarlo demasiado, La Causa es demasiado grande como para andarse con
minucias, la finita condición del hombre común, parece no penetrar ese recinto
donde se desarrolla una jugada que trasciende los límites de lo terrenal, de lo
humano, en definitiva del tiempo. Contrariamente, a Quell le toca sobrellevar un
sino que lo torna inestable, impreciso, y es sobre esas grietas por las cuales
se cuela el maestro a intentar hacer su trabajo de transformación. En ese
territorio que pareciera tan irreconciliable es en donde se fragua una
correspondencia de roles interpretados de una manera superlativa por Joaquin
Phoenix y Philip Seymour Hoffman, ese es uno de los puntos centrales de The Master, si estamos de acuerdo en que
también en eso el cine consiste.
La música de Jonny
Greenwood, aporta lo suyo, colabora con los climas del film acompañando esa
apuesta de hacer hincapié en esa condición indiscutible que tiene el séptimo
arte en cuanto a la narración visual y que Anderson demostró manejar muy bien
en anteriores trabajos. Muchos elementos aportan a esto, desde la elección de
las locaciones, pasando por el leitmotiv –visual- del agua hasta los silencios
de los actores. Es digno de mencionarse el trabajo de Amy Adams en el rol de
esposa de Lancaster Dodd.
The Master es una película que seguramente será
recordada por muchos aspectos, dado que no solo plantea interrogantes abiertos,
incómodos, y exige una participación activa de parte del público, sino también
por su indiscutible aporte a ese cine no comedido del cual, a menudo, adolecen
muchas ofertas filmicas.
¿Quién es el que
respira la humedad de la noche, el que busca desesperadamente el exacto
sinónimo de la distancia, para poder liberar a aquellas niñas desvanecidas en
el pequeño tiempo?
¿Quién el que
indaga en el fulgor de un ansia que crece inacabable desde el espeso barro,
desde la eterna frontera, desde la incauta palabra?
¿Quién el que viste
esa escénica estampa cada mañana, desterrando inclaudicable el aviso de un
nuevo y cristalino sueño de amodorradas urbes?
Quien te ha
visto y quien te ve con esa música recrudeciendo, reivindicando la estoica y
afligida voz de Nico en el más siniestro de los veranos…
¿Quién es el que
respira el agua, quién la ausente heroína de las sombras?
Retornó, otra vez
en la noche, sembró de piedras un suelo diezmado por los espectros que
apresuraron el mal sueño. El centelleo de luces grises en un negro de bravura
implacable -ese que siempre, desde las más estivales y sumergidas sombras, lo
obligó a fugar hacia adelante, furtivo, escurridizo, anónimo, en busca de la
utópica promesa de la sangre- asió unas manos, un torso, unas delgadas piernas,
al cálido emerger de sábanas que surcaban, velaban a menudo su adentrarse en el
anticipo de un inevitable regreso, acaso una atormentada huida hacia el mejor
de los Tiempos: (vagar con las alas arrancadas por las fauces de los más bellos niños,
…, perdiendo y recuperando la fe a cada paso).
Ella brindaba la
hierba, suministraba los más diversos brebajes, mientras inconsciente, precisa,
siniestra, construía sosegadamente una última morada, lejos del transparente
señorío del impenetrable bosque.
Retornó otra vez
en la noche; él, impreso ya en la historia del más incógnito ilusionismo,
caminaba por un cimiento impregnado de indecorosa música, esa que no obstante
no impedía, merced de su impreciso y entrecortado estrépito, que un hilo de
muerte devorándose casi todo el aire, se colara desde la contigua celda.
Se cuela, se
escurre, se vuelca tras vagabundear infancia, río, misteriosas carreras de
chicas y limoneros, la primera música, la segunda y trunca experiencia del
sonido, la remilgada tertulia en que destila la mejor de todas las sangres, el
mar de nuevo, el eterno sepulcro de la más triste de las urbes, …, penetra la
tibia y mojada cercanía de pequeños lobos, baja por un túnel eléctrico y vuelve
a decir que no…
Resistías un nuevo estallido. El artífice de
cada paso en el desierto aguantaba ese tétrico vuelo de oscuros pájaros, y el
sur tan lejos, cada vez más enfáticamente lejos el niño que alguna vez asumió
inconsciente la silenciosa y visual coreografía del bosque. ¿Y ahora qué, una
lectura obligada, una conquista musical, otro poema sobre los lejanos y
olvidados témpanos, ahora un furtivo desenfreno de pasos entre este estival
reciclaje de cadáveres nutriendo su fastidio a base de almendras y chocolate?
Ya vibraba el porvenir nuevamente en un
vientre, aleteaba un águila emancipadora blandiendo la lóbrega fascinación de
una fortuita, finita, teatral fantasmagoría pugnando por sostener sus últimos
actos, …, antes de partir para siempre.
Un disco de The Cure se desintegraba
nuevamente en el tibio y eléctrico abismo de la noche, …, y parecía parecer que
el ave dormía, …, parecía parecer como entonces, que la poesía conducía, como
entonces, el flotar en esa eterna mañana de libros, de río, de piedras y
amilanados soles…
Tras el adelanto de dos videos y un tema, y la sorpresiva subida del disco completo a la plataforma iTunes, David Bowie invita a un esperado festín a su expectante congregación de fans, uno de los mejores trabajos de los últimos tiempos y un guiño indiscutible a lo mejor de su extensa y prolífica carrera.
Es
posible que tras cinco décadas de tanta saludable inquietud artística, de tanta
empedernida, rabiosa iconoclasia autoinfligida para resurgir airoso a dar la
próxima batalla, un experimentado artífice, desde la cima de la montaña, se
permita mirar atrás y prodigarse un fastuoso banquete consistente en la
merecida cosecha de tesoros concebidos a lo largo de una vida. Mucho se ha
hablado y especulado en los últimos tiempos acerca del desvanecimiento, de la
acaso pronta finitud de uno de los dioses que habita el olimpo del rock, pero
al escuchar el primer tema de The Next
Day, uno de esos dioses habla a su aturdida feligresía diciéndoles: -aquí
estoy, no precisamente muriendo-.
Después
de casi diez años de hermetismo, de rumores acerca de su salud, David Bowie
hizo una inesperada irrupción subiendo sorpresivamente su último disco a
iTunes. Previamente, había adelantado a su ilusionada y multitudinaria cofradía de seguidores dos videos –el de Where
Are We Now? y el de The Stars (Are
Out Tonight)-, y el tema Where Are We
Now?, bellísima canción que promedia un álbum colmado de guiños a la
trilogía de Berlín, a su período de glam rock, a Scary Monsters (And Super Creeps), y a la faceta electrónica experimental de los
’90, sobre todo la del monumental Outside.
El
arte de tapa del disco reproduce la de su antecesor de los ‘70 Heroes, en este caso con un rostro del
“White Duke” velado por un cuadrado blanco con el nombre del nuevo álbum.
Dejando de lado las interpretaciones obvias, remilgadas o traídas de los pelos,
es indudable que The Next Day representa
entre otras cosas el merecido tiempo de cosechar las gemas sembradas a lo largo
de un camino con sus altibajos inevitables, haciendo resurgir, en una suerte de
barajar y dar de nuevo, de neoclasicismo de estilo propio, la esencia de sus
mejores logros musicales, es eso lo que uno advierte a la primera escucha de
por lo menos una media docena de temas, que sobre catorce, y hablando de Bowie,
no está para nada mal.
Hay
una incisiva reflexión existencial en las letras, el día a día, el devenir del
tiempo que no es eterno, por lo menos el terrenal, la pregunta del por qué y el
para qué que después de los sesenta se vuelve evidentemente más inquietante, el
balance, la demoledora fortaleza de la juventud perdida, la impotencia ante el
militarismo, una cierta reconciliación melancólica con el pasado ...; un fragmento del comienzo de Heat, el último tema de la versión del
disco sin bonus tracks, puede graficar algo del espíritu introspectivo que lo
atraviesa:
Entonces
vimos al perro de Mishima
atrapado
entre las piedras
obstruyendo
la catarata,
las
canciones de polvo,
el
mundo podía acabarse,
la
noche siempre estaba cayendo,
el
pavo real en la nieve,
y
me digo a mí mismo:
no
sé quién soy,
y
me digo a mí mismo:
no
sé quién soy…
Y hablando de música…
Bowie
siempre se ha caracterizado por conferirles a sus trabajos un marcado dinamismo
guitarrístico, no es casual que desde siempre lo hayan acompañado en sus
proyectos guitarristas de la talla de Mick Ronson, Robert Fripp, Reeves Gabrels
o Carlos Alomar. The Next Day no es
para nada una excepción a esa regla, es más, en este álbum los trabajos de
guitarra de Earl Slik, Gerry Leonard y David Torn imprimen una línea exquisita
a algunos temas (Valentine’s Day, (You
Will) Set The World On Fire, You Feel So Lonely You Could Die, las texturas
acústicas de Heat, entre otros). Del
bajo se encargaron Gail Ann Dorsey y Tony Levin, de las baterías Sterling
Campbell y Zachary Alford. Tony Visconti vuelve a estar al lado de D B, co-produciendo,
arreglando cuerdas y ocupándose de algunos arreglos de teclados. Steve Elson (Let’s dance) participó en el saxo y el
clarinete, y los coros son de Janice Pendarvis.
El
track Heat es una explícita
reverencia a su siempre admirado Scott Walker y si bien corta un tanto con la
vena sintética y rockera del disco, como cierre e invitación a la
introspección, con sus atmosféricas alusiones al Tilt del genial compositor, es una de las canciones más relevantes.
Los
dos videos que aparecen bajo la reseña oficiaron de adelanto de este atinado
regreso del “White Duke”. El disco saldrá a la venta el 12 de este mes. Dadas
las versiones acerca de las reticencias de Bowie a salir a girar con The Next Day, disfrutemos por ahora de
lo que hay disponible, que por otra parte no es para nada frugal, es uno de los
mejores banquetes a los que nos ha invitado en los últimos tiempos el músico
británico.
Estos son los créditos tema por tema:
“The Next Day” – (Bowie)
David Bowie – Vocals
Gerry Leonard – Guitar
David Torn – Guitar
Gail Ann Dorsey – Bass
Zachary Alford – Drums
Antoine Silverman, Maxim Moston, Hiroko Taguchi, Anja Wood – Strings
David Bowie and Tony Visconti – String arrangement
“Dirty Boys” – (Bowie)
David Bowie – Vocals
Gerry Leonard – Guitar
Earl Slick – Guitar
Tony Visconti – Guitar
Tony Levin – Bass
Zachary Alford – Drums
Steve Elson – Baritone Sax
“The Stars (Are Out Tonight)” – (Bowie)
David Bowie – Vocals and Acoustic Guitar
Gerry Leonard – Guitar
David Torn – Guitar
Gail Ann Dorsey – Bass
Zachary Alford – Drums
Steve Elson – Baritone Sax and Contrabass Clarinet
Tony Visconti – Recorder
Antoine Silverman, Maxim Moston, Hiroko Taguchi, Anja Wood – Strings
David Bowie and Tony Visconti – String arrangement
Gail Ann Dorsey and Janice Pendarvis – Backing Vocals
“Love Is Lost” – (Bowie)
David Bowie – Vocals and Keyboards
Gerry Leonard – Guitars
Gail Ann Dorsey – Bass
Zachary Alford – Drums
“Where Are We Now?” – (Bowie)
David Bowie – Vocals and Keyboards
Gerry Leonard – Guitar
Tony Levin – Bass
Zachary Alford – Drums
Henry Hey – Piano
Tony Visconti – Strings
“Valentine’s Day” – (Bowie)
David Bowie – Vocals
Earl Slick – Guitars
Tony Visconti – Bass
Sterling Campbell – Drums
“If You Can See Me” – (Bowie)
David Bowie – Vocals and Keyboards
Gerry Leonard – Guitar
David Torn – Guitar
Tony Levin – Bass
Zachary Alford – Drums & Percussion
Gail Ann Dorsey – Backing Vocals
“I’d Rather Be High” – (Bowie)
David Bowie – Vocals
Gerry Leonard – Guitars
Tony Levin – Bass
Zachary Alford – Drums
“Boss of Me” – (Bowie/Leonard)
David Bowie – Vocals
Gerry Leonard – Guitars
Tony Levin – Bass
Zachary Alford – Drums
Steve Elson – Baritone Sax
Tony Visconti – Recorder
Gail Ann Dorsey and Janice Pendarvis – Backing Vocals
“Dancing Out In Space” – (Bowie)
David Bowie – Vocals and Keyboards
Gerry Leonard – Guitar
David Torn – Guitar
Gail Ann Dorsey – Bass
Zachary Alford – Drums
“How Does The Grass Grow?” – (Bowie/Jerry Lordan)
David Bowie – Vocals and Keyboards
Gerry Leonard – Guitar
David Torn – Guitar
Gail Ann Dorsey – Bass
Zachary Alford – Drums
Gail Ann Dorsey – Backing Vocals
Contains an interpolation of “Apache” written by Jerry Lordan and published by Regent Music Corp. and Francis, Day and Hunter.
“(You Will) Set The World On Fire” – (Bowie)
David Bowie – Vocals
Earl Slick – Guitar
Gerry Leonard – Guitar
Tony Visconti – Bass
Sterling Campbell – Drums & Tambourine
Gail Ann Dorsey and Janice Pendarvis – Backing Vocals
“You Feel So Lonely You Could Die” – (Bowie)
David Bowie – Vocals and Acoustic Guitar
Gerry Leonard – Guitar
David Torn – Guitar
Tony Visconti – Guitar
Gail Ann Dorsey – Bass
Zachary Alford – Drums
Henry Hey – Piano
Antoine Silverman, Maxim Moston, Hiroko Taguchi, Anja Wood – Strings
Tony Visconti – String Arrangement
Gail Ann Dorsey and Janice Pendarvis – Backing Vocals
“Heat” – (Bowie)
David Bowie – Vocals and Acoustic Guitar
Gerry Leonard – Guitar
David Torn – Guitar
Gail Ann Dorsey – Bass
Zachary Alford – Drums
Antoine Silverman, Maxim Moston, Hiroko Taguchi, Anja Wood – Strings