Todo animal debe descansar,
sentarse bajo esa sombra que lo acompaña.
Siempre.
El arte del movimiento certero
no está en la fuerza,
radica en el florecimiento de una espera
sucedida por lo que erradamente
algunos llaman milagro.
Mas muchos han de verte crecer
en tu manso silencio
y la oscuridad más atroces,
soportando siglos de una lluvia que no cesa,
devorando partes de tus huesos
para poder capear la lejanía del sol,
del añorado desierto.
Ese que como tú, aguarda, siempre aguarda.
Muchos han de verte plagiar canciones,
mentir a cada paso en un lenguaje que aún no ha nacido,
fluyendo por tu sangre.
Muchos inventarán historias falsas
para poder tolerar tu tiempo de permanencia,
allí, en tu primera guarida.
Y muchos preferirán ignorar
el sonido de tus pasos en círculo,
ocultarse del brillo que emanará tu contundente ausencia.
De lo único que deberás ocuparte,
será de preservar boyante el sonido
que alguna vez te reveló tu estrella
en el nítido cielo de los primeros tiempos.
Allá, cuando ese río que aún vuelve,
no pesaba por su agua,
cuando solo prometía guiarte a ese anhelado lugar desconocido.
Todo sigue sucediendo, en tu primera guarida.
Aún no has acabado de concluir tu primer aliento.
Ese halo, ese instinto
que ha sido ante todo un testigo elocuente:
la muerte de tantos,
tantos que junto a ti han andado.
Y es por eso el homenaje, es Vosotros con mayúscula
y no un perverso ustedes.
Hay palabras que estrangulan a las ciudades,
las vuelven inhabitables,
circulan acompañadas de pavorosas miradas y silencios.
Y con todo, desde niño,
aprendiste a descubrir y refugiarte en la voz de los muertos...
Te acompaña desde los primeros tiempos
la memoria de esa brisa
que no deja de recordarte el perfume de las manzanas
brillando bajo el sol del invierno.
Qué inolvidables, laboriosas manos te acercaban el milagro:
muchas de aquellas mujeres caminan ahora junto a ti
y escriben por ti tus propias canciones.
Son tiempos de déspotas
capaces de lo que sea con tal de usurpar
la sagrada libertad que debiera regir la vida de los pueblos.
Las oraciones de las madres son acalladas por sus bombas.
Se agiganta ese este de tierras blancas, nefasto,
al que muchos todavía siguen volviendo su rostro.
Y has sido testigo de tantos falsos profetas de la igualdad
pisoteando sus falsas banderas a cada paso,
declamando nirvanas y sembrando infamias.
Pero es hacia adelante tu poema.
Hacia ese sitio breve y definitivo
que precederá tu último e involuntario movimiento:
pero antes deberás recordar
que no habrá libertad posible
hasta que sueltes la última mano,
decidas ser un individuo,
olvides sus discursos,
inventes tu propio lenguaje,
te vuelvas un silencioso y solitario profeta,
prediques con la gracia del invisible trazo
que dejan las águilas en su vuelo.
Oración a los muertos que te buscan
antes de tu regreso,
te rondan como a una presa exangüe
deseosa de dilatar su inexorable último paso.
Momento de la verdad.
Y es por eso que sigues urdiendo,
sigilosamente,
desplegar tus alas, en tu primera guarida,
bailar con esa luz, azul, atravesando,
acaso un viernes...