domingo, 26 de febrero de 2017

Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan



Kenneth Lonergan retoma en Manchester junto al mar (en un formato bastante más arriesgado y coral), muchos de los temas de su bellísima ópera prima You can count on me.

No pocos son los puntos en común de la última película de Kenneth Lonergan con su escueta filmografía anterior. Pero si bien Margaret (2011) los tiene, los antecedentes más claros del film se encuentran en esa pequeña-gran gemita de 2000 (You can count on me) interpretada por Laura Linney y Mark Ruffalo: una familia sometida al cimbronazo de la muerte de uno o varios de sus integrantes, un tío con un pasado problemático teniendo que tutelar a un sobrino al que ya prácticamente no conoce, el pequeño pueblo como lugar de pertenencia (deseada o no), la música barroca (tema para nada menor el de la músicalización, ya que lo musical y el ritmo de narración en el cine de Lonergan son elementos sustanciales), el catolicismo con su ausencia de respuestas a preguntas elementales, el cementerio como lugar de refugio simbólico, el no poder seguir el rumbo que para los demás sería el correcto, y podría seguir haciéndose una lista de trazo más fino aun. Acá el rol del tío -que encarnara Ruffalo en You can count on me- cayó bajo la responsabilidad de Casey Affleck, quien acaso hasta el momento interpretó el más jugado, expuesto -y logrado- papel de su carera. Lee Chandler (Casey Affleck) trabaja en Boston como maestranza de edificios. Es relativamente joven todavía. Su contacto con el mundo, fuera de su empleo, no pasa de frecuentar bares con la propensión de participar de vez en cuando en alguna pelea adobada por el exceso de alcohol. Por algún motivo (que será revelado a cuentagotas), su interés en relacionarse con las mujeres ha desaparecido por completo. Pero la muerte no tan inesperada de su hermano Kyle (Joe Chandler), lo obliga a salir de su rutinario ostracismo, trasladarse al pequeño pueblo (escenario de un aciago pasado) y cumplir con el deseo de éste de tutelar a su hijo Patrick (Lucas Hedges). Siguiendo con la línea de su más clara predecesora, el abordaje de la íntima odisea que afrontan los personajes, está contado con procedimientos narrativos personalísimos. La película en ningún momento derrapa en el sermón de la positividad impuesta a un espectador con expectativas motivacionales, y los toques de comedia están dosificados de manera tan sutil que no cortan de forma abrupta con el sentido dramático de la trama. En el caso de Manchester..., el uso de los flashbacks es mucho más asiduo, pero ese recurso está tan genialmente trabajado, que uno los advierte como una parte del pasado tan incorporado al presente -sobre todo al presente de Lee- que hace pasar al tiempo a un segundo plano, poniendo a esa experiencia no superada del ayer a jugar en el ahora con la misma fuerza con que inflexionó al irrumpir en la vida del protagonista. Y ese es tal vez el tema más destacable de la historia (sin ánimos de spoilear): una declaración en favor del hecho de que ciertos dolores o heridas nunca caducan, sin cargarle el fardo a quien los padece, de la obligación de tener que superarlos en algún momento. Como en las dos precursoras que se citaron, el film lo cuenta a Lonergan como formidable guionista. Por último, se insiste con You can count on me, su trabajo más logrado hasta el momento para quien escribe, quizás por el hecho de plantearse allí el realizador una elegía mucho menos coral, sin los riesgos de perder el timón de la narración al plantear -como en este caso- muchas más aristas argumentales, afrontando el riesgo de dejar a veces de hacer pie en el desarrollo de algunos fragmentos de la película. Véanla si pueden antes de ir a ver Manchester..., trabajo que huelga decir que amerita con creces darse una vuelta por el cine. Las excelentes puestas en escena, las interpretaciones y la historia y el modo de contarla, sobradamente lo valen.