The Master es la última película de Paul Thomas Anderson, un film que se destaca por su belleza visual, el genial trabajo de sus protagonistas y por proponer al espectador una participación fuera de lo habitual.
Es posible que en
algunos hombres la guerra haga prosperar un sentido de lo estratégico, que
forje el hábito del autocontrol y del cálculo; pero a veces algunos son
arrojados a raudales a territorios lejanos y desconocidos, de los cuales, si se
vuelve, suele hacérselo peor de lo que se fue. Freddie Quell (Joaquin Phoenix), no se inscribe
precisamente en el bando de los que adoptan la medida del cálculo y el gobierno de los más bajos instintos, todo lo contrario, el retorno de esa
última instancia bélica en esa suerte de letargo castrense de cese de conflicto
en un paraíso tropical, lo lanza sin pertrechos a un mundo tal vez peor que el
de los días de combate.
Obligado a errar por
los caminos de donde Dios pareciera haberse retirado hace tiempo, donde el american dream brilla por su ausencia,
entre rencillas, borracheras e ironías de un destino que parece haberse
empecinado en complicar aun más su ya maltrecha existencia, acaso uno de esos
caminos pueda conducir a un lugar más promisorio, el que lo lleva hasta
Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman),
quien lo embarca en un iniciático viaje, interno y externo, ya que un extraño
espíritu de mutación, sumado a una voracidad por una especie de colérica
peregrinación, constituyen el principal tema de The Master.
Esta última película
de Paul Thomas Anderson (Magnolia, There Will Be Blood), no parece
proponerse bajo ningún punto de vista desarrollar un planteo moral acerca de
amos y esclavos, fuertes y débiles, ricos y pobres, sino más bien explorar el lado
caótico y brutalmente esencial por el que a veces suele transitar la relación
entre las personas. Las virtudes del cálculo y de la especulación en
consonancia con esa tabula rasa que exhiben determinados individuos lanzados a
la vida sin más aderezos que sus irrefrenables y ambiguas pasiones. Ciertos
aspectos de la personalidad de Lancaster Dodd fueron tomados de Ron Hubbard, el
ideólogo de la Cienciología, religión a la que muchos ricos y famosos han
adherido.
El encuentro entre
Quell y Dodd abre el juego de una relación signada por ese perímetro disonante en
el que transcurre la película. Si bien Dodd interactúa con el mundo, rara vez el mundo parece
perturbarlo demasiado, La Causa es demasiado grande como para andarse con
minucias, la finita condición del hombre común, parece no penetrar ese recinto
donde se desarrolla una jugada que trasciende los límites de lo terrenal, de lo
humano, en definitiva del tiempo. Contrariamente, a Quell le toca sobrellevar un
sino que lo torna inestable, impreciso, y es sobre esas grietas por las cuales
se cuela el maestro a intentar hacer su trabajo de transformación. En ese
territorio que pareciera tan irreconciliable es en donde se fragua una
correspondencia de roles interpretados de una manera superlativa por Joaquin
Phoenix y Philip Seymour Hoffman, ese es uno de los puntos centrales de The Master, si estamos de acuerdo en que
también en eso el cine consiste.
La música de Jonny
Greenwood, aporta lo suyo, colabora con los climas del film acompañando esa
apuesta de hacer hincapié en esa condición indiscutible que tiene el séptimo
arte en cuanto a la narración visual y que Anderson demostró manejar muy bien
en anteriores trabajos. Muchos elementos aportan a esto, desde la elección de
las locaciones, pasando por el leitmotiv –visual- del agua hasta los silencios
de los actores. Es digno de mencionarse el trabajo de Amy Adams en el rol de
esposa de Lancaster Dodd.
The Master es una película que seguramente será
recordada por muchos aspectos, dado que no solo plantea interrogantes abiertos,
incómodos, y exige una participación activa de parte del público, sino también
por su indiscutible aporte a ese cine no comedido del cual, a menudo, adolecen
muchas ofertas filmicas.
TRAILER