El instante se redacta a sí
mismo
sirviéndose de una noche y
un pan,
de un cuenco vaciado de
remotos sentidos.
Hallar aquella voz perdida,
hallar la ciclópea
prestidigitación de la infancia,
allá donde las otras luces
alumbran
una tierra de azules
veredas.
Ese oscuro bullicio
circundado por indemnes y
viejas cantarinas
ejecutando al unísono
arpegios disonantes,
en bla bli blu,
precipita un final, una
furia de lobos.
Conocer al enemigo,
viejo arte de la guerra:
demanda de sinrazones,
de abdicaciones,
de ser consagrado por una invisible huella
el más denodado guerrero.
Desde la asfixia de un
sentenciarse
a la mismísima nada,
erige el sigiloso y postrero
vocablo…