Caminamos hacia un sol
que no acaba nunca de erguirse.
Una luz que ilumina apenas las gotas de rocío
que se posan sobre pastos y fangales,
que resisten un invierno corrompido.
Caminamos y siempre las mismas espaldas,
siempre el mismo sonido
ligado a unas tripas a punto de arder.
En mis venas décadas de sangre
manando sobre el peso
de un eterno silencio.
Sagradas tus huellas,
eterno cautivo de una nada.
Tú que aguardas el fin de la noche,
tú que rebasas de espera:
navega, persigue fantasmas…