domingo, 2 de noviembre de 2014

Boyhood


El último film de Richard Linklater, al igual que su llamada trilogía del amor, vuelve a mostrar al tiempo como cincelador de la vida y la sensibilidad de sus personajes.

Si preguntásemos a varias personas acerca de los efectos más visibles del tiempo, tal vez la mayoría referiría la observación de cambios físicos y de pareceres respecto de la experiencia vital. El tiempo, en tanto sucesión cronológica, es sin duda un parámetro que permite trazar una serie de gradualidades, no solo en relación a las personas, sino también en lo concerniente a las cosas con las que las personas interactúan. La última película de Richard Linklater posee mucho de esto. Se rodó a través de 11 años, distribuyendo la filmación en 40 días de rodaje. Quizá el resultado más visible que muestre este ensayo sea el tiempo de maduración que los actores han tenido en lo tocante a la elaboración de los roles. Los personajes han crecido a la par de los actores, y eso se traduce de manera para nada ingenua; hay que dejar en claro que Linklater ha demostrado una maestría fuera de lo común en lograr una compenetración teatral de sus dirigidos desde una perspectiva cinematográfica. Un vivo ejemplo de esta virtud es, sobre todo, la primer entrega de la trilogía conformada por Before Sunrise (1995), Before Sunset (2004) y Before Midnight (2013); también obviamente Tape (2001), donde la propuesta queda a un tris de enrolarse en la categoría de teatro filmado, ya que fue rodada en tiempo real. Boyhood acompaña la etapa que va desde los siete a los dieciocho años de Mason (Ellar Coltrane), un chico de una familia con las venturas y adversidades de cualquier otra -padres separados, nuevos matrimonios, el traslado de una ciudad a otra, altibajos económicos-. Pero sin dudas hay una clara parábola: mientras que el paso del tiempo cambia sustancialmente a las personas que rodean a Mason, hay una silenciosa pero evidente intención en él de preservar al sujeto que es, de mantener inclaudicable, más allá de las circunstancias, una sensibilidad que se ve despuntar desde los primeros minutos del film. La mayor parte de la película transcurre Texas, estado natal del director. Acaso el trabajar sobre campo seguro en ese aspecto, dé cuenta de cierta intención de insuflar al proyecto su cuota autobiográfica. Lo de Ethan Hawke (quien ha acompañado a Linklater en una fracción importante de su filmografía), y Patricia Arquette interpretando a los padres del protagonista es digno de destacarse desde lo actoral. Boyhood ciertamente fue concebida como una experiencia fílmica tendiente a mostrar el rol del tiempo como cincelador y modificador, pero lo que prevalece como lectura final es la persistencia de un sujeto que sabe que más allá de las contingencias, la vida es un eterno presente.  


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