Se
suele decir que hay música para músicos, literatura para escritores, cine para
quienes puedan apreciar los artificios que escapan al espectador poco
informado. Tal vez esto sea cierto, lo cual no le quita valor a ciertas
expresiones artísticas; sino tan solo reduce considerablemente el número de
receptores. Richie Kotzen trasciende esta categorización, dada la conocida
trayectoria que no es espíritu de esta sucinta entrada revisar. No obstante
esto, quien escribe no duda en absoluto que quienes hayan pasado por la
experiencia de intentar domar un instrumento y EXPRESAR algo a través de él,
van a valorar particularmente el recital que se comparte a continuación. Pocas
veces vi tal grado de simbiosis entre un músico y su instrumento. El recital
fue grabado el 2 de febrero de 2015 en Japón y editado el pasado 13 de
octubre.
martes, 2 de febrero de 2016
miércoles, 16 de diciembre de 2015
Los renunciantes
Pero, al fin, somos amantes de nuestras
agonías;
y lo más triste de la vida es cómo parecemos
preferir lo que al otro día nos matará.
EDUARDO
MALLEA, en La noche enseña a la noche.
1
El
café
Amelia
frecuentaba el café de la avenida Independencia, para leer. Desde hacía ya
meses un solo autor seguía suscitando su interés. “¿Para qué más?”, se repetía,
en silencio, sin necesidad de persuadir a nadie. Bartolomé, uno de los mozos
del local, había enviudado hacía poco tiempo. Estaba prácticamente solo en el
mundo, ya que de su unión con su fallecida esposa no había nacido hijo alguno, debido
a razones que siempre rehuía argüir cuando al respecto se lo interrogaba. A
Amelia le resultaba difícil asistir a la recurrente escena que encarnaba este
hombre de cincuenta y tantos, quien trabajaba de domingo a domingo, con un
régimen de medio día franco a la semana (cuando le permitían tomárselo) y reiteraba
hasta el empacho en sus alborozadas conversaciones con los habitués de la casa,
la frase qué se le va a hacer, no queda
otra, confiado en que la redundante y pública aceptación de su existencia, provocaba
la simpatía de la lectora (su anhelo inconfesado) cuando lo escuchaba. Ella,
por su parte, lo hacía sin evidenciar gestualmente su rechazo hacia veredictos
de tal especie, y seguía concurriendo
al café de la avenida Independencia, a leer. Amelia Sugar aparentaba menos edad
de la que en realidad tenía: “no das más de treinta Ame, y ahora que bajaste…”,
había declarado a regañadientes y ante la flagrante evidencia Julia, su
compañera en la delegación del Registro Civil en donde trabajaban. Se hacía
cuesta arriba tener que compartir con Julia esa precaria oficina. A Amelia le
disgustaba, entre aspectos tanto más vituperables de su conducta, la fingida
camaradería con la que su compañera de trabajo había ponderado su vertiginoso
descenso de peso. De todos modos, no quedaba mucho tiempo. Se había fijado sentencia
desde hacía tantos años… A partir del momento en que el invierno, sin papá, ya
no fuera lo mismo, allá en las sierras, a partir de que su prima Francisca
comenzara repentinamente a transformarse en su vehemente enemiga, a partir de
que la iracunda tía Martha, con el dejo teutón de su enérgica voz, augurara cada
vez más frecuentemente ante un peculiar sondeo atmosférico que ese año la
temporada se extendería un par de semanas debido al inusual calor; se había
fijado resolución desde el momento en que mamá se acostó a dormir en la cumbre de un afamado cerro,
convocante, místico, negocio exitoso si los hubo y los hay. Cuando enterraron a
mamá, el hielo de las vísceras no se había derretido aún, “tan despeinada, tan
mal arreglada” murmuró una irreconocible voz de las tantas que acudieron a
presenciar la precipitada, improvisada, no obstante populosa despedida en
aquella inusualmente fría tarde cordobesa.
Habían
pasado los veintiún días de ayuno y allí se encontraba Amelia Sugar, jean
recién estrenado, blusa de bambula color verde agua, ojotas de cuero,
deslumbrante en la tórrida noche de verano, maravillando a cuanta mirada
reparase en esa esbelta mujer de pelo corto, un metro setenta y cinco de
estatura, piel cetrina y mirada contemplativa, solitaria, sentada en el café de
la avenida Independencia. Bartolomé, el mozo, parloteaba sumiso, receptivo,
candorosamente ilusionado, con el doctor Recabarren, adorable truhán de grandes
ligas que había forjado sus célebres reputación y patrimonio, embaucando a más
de uno en la ciudad sin tener que darse a la fuga debido a los embriagadores
encantos de su carisma, conservando, por si aquello fuera poco, su afán de
lograr alcanzar la presidencia de un prestigioso club marplatense. Amelia bien
pudo haberse pertrechado para el perentorio cometido que estaba a punto de
consumar, de los consuetudinarios manjares a base de diversas masas europeas, gírgolas,
endibias, quesos semiduros y duros, azules; armarse con el heterogéneo laterío
de productos de mar, o con los panes saborizados que en tiempos no tan lejanos
adquiría en el mercado del gringo Giuseppe; en fin, llevarse a su cueva el oso
las vituallas, antes de volver a la hibernación. Pero por insondables razones,
decidió dar curso de manera pública al programado y conclusivo frenesí,
prescribiéndose dos, tres (si el estómago se la bancaba) de las incomparables
milanesas completas que preparaba la misteriosa cocinera del lugar. Y después que llamen nomás… No, mejor
renuncio antes. No sea cosa que se enteren de que Amelia quiere dormir sin ser
molestada. Y renunció nomás un par de días antes de empezar el ayuno.
Todos,
menos ella y el propio Marcos, uno de los ayudantes de cocina del café de la
avenida Independencia, ignoraban en el lugar que el adolescente colgaría extemporáneamente
los guantes en un par de horas, tras el prosaico banquete celebrado por la
lectora, seducido el doncel por la importante cifra en moneda extranjera que la
zampona oferente había convidado a cambio de que el atlético y potencial
partenaire se prestase a una ceremonia en la cual los licores ―enriquecidos con
alguna sustancia no declarada― y el agua destilada, constituirían la esencial
materia prima; eso, no obviando ciertamente la virtuosa humanidad del pendejo,
junto con la respuesta de su organismo al estímulo de la ingesta líquida.
2
Caminata
―En
cualquier momento el cielo estalla. Mirá los relámpagos. En el departamento hay
aire acondicionado, el calor no va a ser un problema. ¿Estás intranquilo por
haber dejado el trabajo?
―La
encargada no lo podía creer cuando le di la chaqueta y le dije que no volvía
más. Esa tipa es el mismísimo demonio, y desde que anda con el dueño, peor. Vive
prácticamente en el café. A Bartolomé lo maltrata todo el tiempo, le hace pasar
vergüenza delante de los clientes. ¡Uh!, y desde hace unos días, para colmo, el
lavavajilla no funciona. Van a tener que meter mano todos para sacar la cosa
adelante antes de cerrar. ¿Usted está bien señora? Con todo lo que comió…
―Decime Amelia chiquito, que sabés a lo que
vamos a casa. Ese señora tan ceremonioso que te sale no me va a poner en vena.
Prefiero pensar que no le contaste a nadie acerca de todo esto. Te repito que
por tu seguridad no te conviene, es mucha guita la que te vas a llevar mañana
cuando te vayas. ¿Qué hiciste con los mil que te di como adelanto?
―Eso
no se cuenta señ…, Amelia.
―Está
bien, me gusta que seas reservado. ¿Vivís solo?
―No,
con mis viejos. Mi hermana se casó hace dos años y se mudó al sur.
―¿Qué
dijiste en tu casa para justificar que no vas a aparecer hasta mañana?
―Que
me quedaba a dormir en lo de un amigo en donde me quedo habitualmente cuando
salimos.
―¿No
hay peligro de que llamen para averiguar?
―Tengo
diecinueve años.
―Tenés
razón, retiro la pregunta boluda. ¿Y cuando se enteren de que renunciaste al
laburo?
―No
pensé en nada todavía.
―¿Tomaste
las dos grageas que te di?
―Sí.
―¿Anoche?
―Sí.
―Si
bien no quiero detalles, espero que hayan hecho efecto esta mañana. ¿Estás en
ayunas como te pedí?
―Sí.
―Transparente…
Ahora, cuando lleguemos al departamento, te das un baño y comenzamos con las
ingestas de las que te hablé. Impoluto por dentro y por fuera. De los licores,
una pequeña medida nomás, es para que la
cuestión tenga el dejo que busco. Y a lanzarte un poquito más que no muerdo. Es
bastante elemental lo que sabés que tenés que hacer. Ni se te va a tener que
parar. Es más, inferirás que eso obstaculizaría una parte de la ceremonia.
―¿Ceremonia?
―No
me hagas caso. Me refiero a lo que te dije que tenés que hacer. Y en algún
momento sabés que vas a tener que relajarte y estar receptivo. Tengo igual un
par de cosas que te van a afinar para que no te me destemples y me estropees la
noche. Mirá esos relámpagos, ¡maravilloso!
―Le
juego que esta tormenta se la traga el mar. Como la del otro día, ¿vio cómo el
calor no amainó? Con esta pasa lo mismo, le juego lo que quiera.
―Tuteame
o suspendo la movida chiquitín. ¿Adónde creés que vas conmigo?
―Bueno,
¿l…, te repito las instrucciones?
―No
hace falta, de la forma en que me estás mirando me doy cuenta de que te las acordás
de memoria. Además, para eso fuiste ayer al departamento. Qué calor mi Dios.
Tenés razón con lo del clima. No consulté el pronóstico, pero si no llueve y
cambia la atmósfera, mañana va a estar abrasador el día. Y vos de vacaciones
por unos cuantos meses me imagino.
―Veremos.
―Mientras
no te patines la guita en boludeces. Pensá en el infierno del que te saqué y
tratá de no terminar como el pobre Bartolomé. Las décadas vuelan como esas
nubes rojas que según tu vaticinio se va a tragar el mar… Me gusta que te hayas
rapado. ¿Cuánto me dijiste que pesás?
―Ochenta
y dos.
―Mmm,
me da la impresión de que te agregás un par de kilos. No hace falta que me
mientas. ¿Tenés novia?
―No
en este momento.
―Así,
te parecés a River Phoenix en Stand by Me,
obviamente más crecidito.
―¿A
quién?
―A
nadie.
3
Algunos
días de una vida (fragmentos de varios diarios)
Córdoba capital,
miércoles 20 de mayo de 1992. Hoy a la mañana, en el
hospedaje, me miré al espejo y me deseé feliz cumpleaños. Diecisiete años en
este mundo extraño. Escribo esto en un café del centro. Otoño cordobés. Recién
terminé de releer La balada del café
triste. ¡Te amo Carson McCullers! Ayer al atardecer dejé por fin el hotel
de la tía Martha. Robé el DNI de Francisca (y toda la guita que pude), así que
ahora puedo acreditar mi supuesta mayoría de edad. Por desgracia somos bastante
similares físicamente. Tuvo razón la tía en reprenderme por haberme robado uno de
los piononos y comérmelo sola. Tal vez sea genuina su preocupación por mi
obesidad. Creo que yo de todos modos buscaba su represalia verbal en tren de
tener motivos para la fuga hacia Rosario. Ese lugar, Francisca y su
hostigamiento, la desaparición de papá, el suicidio de mamá; un cumpleaños más
en esa atmósfera forzada hubiese sido un verdadero bajón. Un grupo de turistas
porteños me acercó hasta acá. Creo que paso bien por mochilera. Espero que
nadie me haya visto subir a ese minibus. No creo de cualquier manera que les
preocupe un pomo encontrarme. ¡Libertad, libertad, libertaaad! Mañana sale mi
ómnibus con destino a Rosario.
Rosario, jueves 20 de
julio de 1995. Fin de mi noviazgo con Juan.
Definitivamente creo que jamás me casaría. Cómo se desvanece el embelesamiento
de los inicios. Tan trillado todo lo que puede esperarse. Me entristeció verlo
llorar cuando me di vuelta. Que siga labrándose un futuro. No aguanto más a esa
familia fascista que lo asesinó moralmente en nombre de qué sé yo cuanta
pelotudez irrelevante. Si lo que importa es la guita, se forraría cantando
tangos en Europa. Que lo siga haciendo a escondidas mientras le administra la
distribuidora al papito torturador indultado por el sultanato. Ayer corroboré
que del río sigo enamorada. El invierno, el viento sur, lo adormecen, lo funden
con el paisaje, lo cristalizan en algo parecido a mi esperanza, …, gris. En la
funeraria me deben el sueldo de junio. Me he convertido en una experta en
enfrentar tan asiduamente el dolor de los deudos sin demasiados sobresaltos.
Sigo disfrutando de las charlas y los mates con Eduardo ―quien sigue soñando con mudarse a Mar del
Plata― mientras apresta los cadáveres. Es todo un experto. Los observo, esos
cuerpos inertes, parecen haber pasado por tan poco, aun los más viejos.
Compartimos tanto con Eduardo. Casi la misma edad. Yo dejé a mi novio y el suyo
lo dejó a él por una mina. Y probablemente, no dentro de mucho, nos mudemos a
vivir a Mar del Plata como me propuso. Amo a los putos. Siempre admiré ese
brillo especial, esa égida ingeniosa que esgrimen cuando alguien les muestra su
rechazo. Me encantaría ser un puto, cojer con un igual, tener pija, penetrar… Si
leyera esto Francisca. Tan timorata la conchuda. ¿Cojerá o seguirá esperando
que su principito serrano baje montado en una mula de la montaña y se la
encuentre por accidente? Barriendo, barriendo y barriendo la galería del hotel.
Me fui al carajo, pero lo dejo así.
Mar del Plata, jueves
27 de julio de 2000. Finalmente estuve yo sola en
el crematorio del cementerio. Los familiares de Eduardo no pudieron o no
quisieron venir desde Rosario a tramitar la exhumación y la reducción de
restos. Seguirán sin perdonarlo por lo que pasó. Tuve que acreditar tantas
cosas para que me permitieran ocuparme del asunto… Tengo las cenizas en una
caja de zapatos sobre una silla al lado de mi cama. Mañana las voy a esparcir
en la cima de la sierra que tanto le gustaba. La esposa de su último empleador
pagó todos los gastos. “Parecía que dormía dentro del cajón esa gente” me decía
cuando se refería al trabajo de Eduardo. Tres años que murió y la vieja lo
recuerda. Éramos tan pocos el día del entierro. Ese viento y esa lloviznita
pinchuda, pertinaces… Sigo sin laburo. No me quedan muchos ahorros y debo dos
meses de alquiler. Las esperanzas en el nuevo gobierno se esfumaron como una
bocanada en medio de un vendaval. Bocanada,
no paro de escuchar el disco. Cerati me acompaña, y Alejandra, siempre
Alejandra y sus niñas, sus lilas y sus bosques.
Mar del Plata, lunes
9 de julio de 2007. Nieva en Buenos Aires y en
zonas del país en donde no acostumbra hacerlo. En la tele no paran de
mostrarlo, se ha convertido en el suceso excluyente de la jornada. Qué
porteñocéntricos estos canales del orto. Me imagino lo que pensará una persona
de la Patagonia cuando ve a estos giles haciendo muñequitos de nieve de veinte
centímetros a la vera de la General Paz. La vieja del departamento de al lado
no baja el volumen de ese mortificante televisor. Estas paredes son un maldito
cartón. Voy a tratar de extender la licencia. Si no trasladan a la lela de
Julia a Tandil contemplaré el ofrecimiento de mudarme a la delegación de Bahía
Blanca. Hablando de Bahía Blanca, cuánto hace que no releo a Mallea. Al fin y
al cabo, no solo todo verdor perecerá, todo,
tarde o temprano, pasará a formar parte de esa nada misma que es la historia de
los nadies que habitamos el mundo, …, Julia y sus malditos corrillos (los
primeros en la lista) serán olvido. También mis pobres e insignificantes
huellas. Tan pocas las almas despiertas que han encendido esos profanos fuegos.
Cojer con Javier me está aburriendo. Tiene veintidós años y habla como un
viejo. “¡Te estás haciendo al hijo de la portera Amelia!” hubiese sentenciado
Eduardo con esas eses aspiradas de puta santafesina con las que hablaba, y hubiésemos
parloteado horas y horas acerca del pendejo. Diez años sin la Edu, cómo la
extraño. Tengo que ir a la sierra a visitarlo.
Mar del Plata,
viernes 1 de enero de 2010. Hoy a la mañana se tiró del
balcón una mina del edificio de enfrente. Tardó en reunirse gente. La resaca de
ayer. Todo el mundo guardado en su refugio. Rechacé por tercer año consecutivo
la invitación de Jorge a pasar con él y su familia la noche de fin de año. El
año que viene desiste. Eso espero. De todos modos lo prefiero como compañero de
oficina. Ceremonioso y lenteja, pero no jode. Habló de más cuando me contó que
vuelve Julia de Tandil. Pobre Jorge, si se enterara de los comentarios que en
su momento hizo Julia acerca del engaño de su esposa. Sin embargo, creo que a
ella la atrae. Quizás el hacer circular la noticia fue otra de sus habituales y
poco sutiles estratagemas. En el Registro dicen que sigue soltera. ¿Quién la
aguanta si vuelve con dos años más de despecho en la mochila? Este laburo no da
para más… Los canas siguen en la puerta del edificio de enfrente. Debe ser una
buena muerte después de todo estallar contra una vereda tras más de treinta
metros de caída. A Eduardo le bastaron dos pisos. De cualquier forma, con todo
lo que se había metido previamente, no había necesidad de ejecutar el salto del
ángel. El alma de diva, la última cabriola de la Edu abandonada por el más
eximio de sus chongos.
Mar del Plata, … de
febrero de 201... Cincuenta y cinco kilos. En otra época
hubiese levitado de alegría ante una constatación tal. Hoy viene Marcos a
buscar los mil dólares de adelanto y a reconocer el escenario. La cara que puso
el otro día cuando lo esperé en la vereda y le hice la propuesta. Lo que puede
la guita, ..., o la curiosidad. Espero
que el chiquito no hable porque van a creer que soy rica. Si supieran… Se lo ve
bastante lúcido y precavido. Confío en que lo repliegue su instinto de conservación.
Edu, ayudame desde donde estés para que no se arredre cuando empiece la movida,
la noche D, la noche de las lluvias, de la transparencia, la noche fluvial.
Algo habrá que ponerle a los colores para que el nene se suelte. Veremos. Tengo
tiempo hasta mañana para ajustar detalles. La sorpresa que le voy a dar a
Bartolomé cuando empiece a pedir, pedir y pedir. Y el alcohol, lo dejaremos
para cuando lleguemos con Marquitos. No quiero echar nada a perder.
4
El
cordero y las aguas
amarillo: amansado el cordero,
descepado de la cotidiana lucha por
permanecer en el marchito preludio,
le es otorgada la primera llave del ingente abismo;
entregarse primero
para poder después escapar…
El sonido de las llaves abriendo la puerta del moderno departamento se fusiona al de los truenos. Esta vez el mar no se tragó la tormenta. Llueve cuantiosamente. Ella enciende el aire acondicionado mientras él comienza a ducharse. Se encontrará en unos minutos atisbando en el reflejo de la mampara cómo la espuma se desliza por una de las prolongaciones de su cuerpo. Ha recibido instrucciones respecto de cómo realizar la minuciosa operación de higiene. Se le ha pedido terminar la maniobra con la frotación de una esencia que lo aguarda en la cómoda del único dormitorio que posee el departamento. Debe hacer su entrada con una toalla blanca enganchada en su cintura, sin demasiada teatralidad, al living en donde se procederá a hacer la primera ingesta líquida y todo lo demás. La oferente aprendió de su tía Martha el arte de escoger los frutos y transformarlos en los famosos elixires que entre prodigios menos inestimables hicieron famoso al hotel de las sierras. Ella prefiere llamarlos por sus colores, ya que la simple mención de su base constitutiva echaría por tierra el proceso de elaboración, que en este caso ha conllevado el pulso férvido de la expectativa. Ha sabido detener a tiempo el desarrollo del pedestre ágape acabado hace menos de una hora. Los veintiún días de ayuno jugaron más a favor que en contra. Mientras su vientre es un torbellino de procesos involuntarios que van recuperando espacios en donde se van forjando apetencias nuevas, una botella que transparenta el intenso amarillo de su contenido es traída a la mesa del living desde la cocina. Lamenta que la molienda de comprimidos que ha sido disuelta previamente en las tres botellas, la amarilla, la naranja y la roja, enturbie ligeramente sus contenidos. Siempre tuvo que renunciar a las anheladas purezas, no solo a las materiales, ha sido más dispendioso hacerlo con los avatares del habla y sus fútiles meandros. Por eso ahora calla, sirve y espera. Él conoce las generalidades del proceso. Sin embargo, lo que hará que la ceremonia corone, será la maestría de la oferente al desplegar sus alas imaginarias bajo la lluvia. “Tomate la medida de un saque y sacate la toalla.” “Y después en aquél sillón.” “Muy bien.” “AMARILLO ¿Después el agua?” “Qué bien te aprendiste el libreto, …, no hablemos más. Sacate la toalla.” Lo observa, iluminado por el fuego que estalla en el cielo de la noche de febrero y se cuela por el enorme ventanal. La tormenta arrecia. Adentro, una escena casi inerte, un silencio largo, cargados de expectación por un lado y de temor por el otro. Los corderos suelen transitar ciertos rituales despidiendo el trémulo perfume de su casto temperamento. La lectora olfatea la sangre bullendo, camina, observa desde varios puntos, se acerca, toca, pondera, acaricia y vuelve a alejarse, adivina el repiquetear de una ansiedad que no obstante va siendo disuelta por la leve turbiedad que ha sido incorporada al amarillo. Ay de las flores cítricas que endulzaban las tardes de soles débiles. Retorna el paisaje a través de un cuerpo que suda, iluminado, jadea, se entrega en sacrificio y a la vez espera su turno de proyectarse. El tiempo no está muerto, late, lento pero penetrante. “Estoy. ¿No se va a sacar la ropa?” “Hacé lo que te dije.”
naranja: la iniciación en la praxis
está por hacer historia,
por determinar
algunos futuros pasos…
Otra botella ha sido depositada sobre la mesa. “Tomate la medida y después el agua Marquitos, otro litro. Y una de estas dos, yo me tomo la otra para que no desconfíes. Elegí la que quieras.” Él vuelve a llenarse. La tormenta no escampa. La oferente optó por no secarse. Lleva el estigma de la etapa anterior hasta en las manos y hace sonar un disco de Ben Frost desde un artefacto ubicado en el dormitorio. Vuelve con un maletín negro. Lo abre. Escoge. Exhibe. Sonríe. Él conoce de memoria el guión y se abraza al respaldo de un sillón con las rodillas sobre el asiento. Durante la próxima hora, un repertorio de extravagancias recorrerá el interior de un cuerpo resaltado por la luz de las centellas penetrando un recinto apenas iluminado.
rojo: atajo imprevisto;
la dinámica del baile
cuando amo y esclavo
se entregan al franco
intercambio...
El instrumental con que se ha llevado a cabo la operación previa es retirado mientras Marcos oculta su pelvis con la toalla, jadeante. La lectora decide, mientras recoge, construir una tangente, improvisar antes de la tercera etapa de la ceremonia algo que seguramente conllevará un pago extra. Amanece. El cielo está totalmente cubierto. El viento ha rotado al sur y ya no es necesario que siga funcionando el aire acondicionado. “Uno de esos adelantos del otoño” piensa ella mientras comprueba que sigue lloviendo, aunque más débilmente. Se alegra. “Despabilate.” Arranca arrebatadamente la toalla que cubre el cuerpo desnudo. Le habla al oído… “Si te va, te doy trescientos más.” “Está bien.” “Empezá que voy a buscar el cuenco.” Cuando regresa, él la mira mientras agita. Se sonríe. Entiende, mientras procede artificiosamente con el spin-off del protocolo, que lo peor ha pasado. No se imagina lo que añorará el momento más ríspido del affaire al evocarlo. La operación toma varios minutos. “Acá, hasta la última gota.” Amelia no mira hacia la parte medular de la escena, se inclina por observar la contracción de los músculos de Marcos en el momento en que producto de la culminación se vierte en el recipiente. Lleva el cuenco a la cocina y lo guarda en el freezer. “¿Ahora el rojo?” “Después el agua. ¿Otra de estas?” “Dale.”
5
Los
destinos
Cuando
salió del edificio en uno de cuyos departamentos se ofició la ceremonia, Marcos
se detuvo en la vereda para ponerse el sweater que llevaba entre la muda limpia
de ropa que ocupaba su mochila la noche previa. Las demás prendas ya ataviaban
su recientemente incautada complexión. Había tomado un segundo baño antes de recibir
su importante recompensa y despedirse. Una de las cláusulas del conversado convenio
había sido que dejase en poder de la parte ofertante la ropa que se quitó antes
de la primera ducha en el semipiso. El anticipo del otoño marplatense había
llegado con más fuerza que lo habitual. El viento del sur soplaba intensamente,
aportando a la atmósfera de la mañana un viso harto diferente al del día
anterior. Mientras pequeñas gotas de lluvia pinchaban su cara, quien todavía no
lograba superar el efecto de lo consumido en la preludiar noche que tanto
recordaría durante toda su vida, no pensaba en otra cosa que en llegar al
escondite que había previsto para el dinero que llevaba consigo. ¿Abriría su
propio café como había especulado desde el momento en que aceptó la proposición?
¿Se mudaría a Villa la Angostura, lugar en donde su cuñado le había ofrecido
trabajar como guía de pesca en lo que se proclamaba como una actividad con
incuestionable futuro? ¿Haría el tan añorado viaje iniciático por América del
Sur en busca de paraísos ignotos? Si algo puede narrarse de seguro respecto del
destino de Marcos, es que volvió a merodear varias veces por el lugar en donde
pasó una excéntrica noche, pero sin atreverse a preguntar por la lectora.
A
Amelia por su parte no le quedaban fuerzas esa mañana para restituir el
escenario previo al evento planeado durante tantos meses. Consumió lo necesario
para dormir, impregnada del bálsamo para cuya consagración tanto había
trabajado y que había juzgado exitosa. El verano retornó a los pocos días. La pulcritud
volvió a imperar en el pequeño reino. Por la enorme ventana se atisbaban los
días bochornosos, con esa característica, iluminada bruma de algunas tardes del
febrero marplatense. Pidió a la encargada del edificio no ser molestada,
aludiendo un voto de silencio atribuido a una religión inexistente, nombre que
la mujer repetía defectuosamente, toda vez que hablando con los vecinos, citaba el encargo, haciéndolo con el mismo aire de censura y amedrentamiento con que refería cada episodio tocante a nuestro misántropo personaje. La lectora pagó
por adelantado varios meses de expensas y se consagró finalmente a esperar
durante varias semanas, en ayunas, en estado de anticipada hibernación, la
llegada del sueño.
¿Y
en cuanto al ilusionado Bartolomé? Esperó, esperó y esperó con idéntico afán; por
un lado, el regreso de quien se sentaba horas largas a leer casi siempre en la
misma mesa del café de la avenida Independencia, y por el otro, el triunfo de la
lista del truhán Recabarren en las elecciones del club (quien le había
prometido un mejor empleo en caso de “llegar”). Pero ninguna de las dos cosas
ocurrió. En la mañana del Viernes Santo, entrando por la puerta principal a su
lugar de trabajo, acción que a los empleados del café de la avenida
Independencia les estaba terminantemente prohibida, asesinó de un disparo en la
frente (no era cuestión de morir sin enterarse) delante de la tumultuosa
concurrencia, a la encargada del establecimiento, quien le había negado a
último momento los francos que se le debían y de los que planeaba disponer para
ir a visitar a su hermana a un pueblo serrano del oeste de la provincia de
Buenos Aires. Cabe subrayarse que más de un empleado del lugar exhaló más
tarde, secretamente, un aire de profundo regocijo motivado por el arrebato del
que fue testigo tanto público. Bartolomé corrió hacia la vereda en medio del
pavoroso estrépito y la diáspora de clientes y personal, con el revólver calibre
38 en la mano derecha, y sentado en el cordón, erigió su agitado rostro para esperar, sintiendo el sol del otoño.
sábado, 21 de noviembre de 2015
David Bowie: Blackstar
El próximo 8 de enero David Bowie cumple 69 años, fecha que coincidirá con el lanzamiento de Blackstar, su vigésimo quinto álbum de estudio. El video que se comparte corresponde al tema que da nombre al disco y fue dirigido por Johan Renck, músico y realizador que ha capitaneado videos de New Order, Chris Cornell y Madonna entre otros, además de tres episodios de Breaking Bad y una entrega de The Walking Dead.
domingo, 15 de noviembre de 2015
Los Huéspedes, de M. Night Shyamalan
Con Los Huéspedes (o The Visit en la entrega original), M. Night Shyamalan retorna al efectivo recurso de la vuelta de rosca argumental, combinando de manera inteligente y eficaz el género del terror y el de la comedia.
Desde hace un tiempo considerable el arte de asustar, empresa más que loable en el cine, viene complicándose. El público del cine de terror demanda eso, miedo, sorpresa, esa mezcla entre placer y el encontrarse ante la irrupción del elemento desestabilizador. Ahora bien, también ha quedado demostrado que los artificios empalagosos, hiperexplícitos, sangrientos, ya no conmueven a casi nadie, provocando en algunos casos más risas que sustos. Si bien hubo experiencias previas, podría decirse que el found footage quedó consolidado como género con The Blair Witch Project (1999). Muchos de los tópicos de dicho género son utilizados en The Visit o Los Huéspedes, la última película del director de El Sexto Sentido (1999), Señales (2002), La Aldea (2004) y La Dama en el Agua (2006) entre otros films. El último trabajo de Shyamalan narra una especie de bitácora fílmica realizada por dos hermanos adolescentes que van a visitar a sus abuelos (a quienes no conocen) a un páramo de una invernal Pennsylvania. El plan original es restablecer una relación familiar que ha roto su madre al fugarse en su adolescencia junto a su novio. No obstante, desde el comienzo de la visita, los ancianos comienzan a manifestar actitudes inquietantes, que como es de esperar, van acrecentando su intensidad a medida que la trama avanza. Pero la efectividad no la aporta solamente la estrategia de la cámara en mano y ciertos guiños sobre todo al mejor James Wan, el de The Conjuring (2013) (y aclárese que acá no son los demonios sino el desquicio de seres humanos de carne y hueso el encargado de asustar); sino también los gags de los cuales es protagonista casi principal el hermano menor (Ed Oxenbould), que aportan una impronta de comedia por momentos desopilante, constituyendo una sinergia de risas y julepes que no hacen para nada un híbrido de la historia, todo lo contrario. The Visit se realizó con un presupuesto muy bajo respecto de lo que el director (quien también escribió el guión) venía proponiendo, como por ejemplo la fallida The Happening (2008). Representa asimismo un claro retorno al tópico de la vuelta de tuerca que a Shyamalan le funcionó con creces en films como El Sexto Sentido o La Aldea. Podría decirse que aquí el hallazgo reservado al espectador no es para nada borgeano, ya que no hay ningún otro lado complementario a lo que se cuenta, pero el artificio es interesante y se va dosificando de forma perspicaz. Evidentemente, no siempre más presupuesto, significa un mejor resultado. Puede decirse que se está una vez más ante la evidencia de que lo que en definitiva cuenta es encontrar una voz y una manera propia de ejercer el cine, y está claro que con este trabajo el director hindú ha dado nuevamente con la suya con bastante acierto.
domingo, 11 de octubre de 2015
En la cuerda floja, de Robert Zemeckis
En una propuesta no apta para acrofóbicos, Robert Zemeckis vuelve a confirmar sus negligencias como guionista, pero también su maestría como realizador de proezas cinematográficas.
¿Hasta dónde puede llegar un ser humano que se proponga una empresa lejos de la media esperada? ¿Todo es posible para quien crea que así lo es? Seguramente que no, dado que el plafón de acción de un hombre está indefectiblemente determinado y acotado por el contexto en que se mueve. En la cuerda floja, el último film de Robert Zemeckis, habla entre otras cuestiones de eso, sin embargo resalta hasta qué punto los márgenes de acción se expanden, aun ante la concreción de proyectos harto difíciles, cuando al miedo y a los pormenores se les concede un mínimo ápice de implicación. La odisea protagonizada por Philippe Petit, el equilibrista francés que en 1974 acometió la gesta de unir las ya extintas torres gemelas del World Trade Center de Nueva York caminando por una cuerda de acero, ya había sido magníficamente narrada en el documental -basado en el libro de Petit To Reach the Clouds- de James Marsh Man on Wire (2008) ganador de un Oscar en la categoría Mejor documental. (Se recomienda a quienes no lo hayan visto, ver primero el trabajo de Zemeckis para no contar con cierta información que restaría cierto grado de sana exaltación.) En la ficción, quien asume el rol de Petit es Joseph Gordon-Levitt (G. I. Joe: The Rise of Cobra, (500) Days of Summer, Inception, Sin City: A Dame to Kill For), quien junto al genial Ben Kingsley, quien no necesita exhibición de antecedentes, salvan la un tanto plana primera parte de la epopeya en que se cuentan los inicios del artista callejero de París que fue Petit y cómo de manera abrupta las torres ejercieron sobre él su fascinación, antes incluso de ser construidas. Y se escribe esto porque indudablemente el fuerte de Zemeckis es el lenguaje visual y no su rol como guionista (el guion se escribió en colaboración con Christopher Browne). Acaso el contraste entre los momentos en que los textos y las actuaciones llevan adelante la narración y aquellos en que la increíble artillería cinematográfica revive esos edificios imponentes con un realismo asombroso sea demasiado advertible, pero vale la pena acompañar al funambulista en el momento crucial de la hazaña, eso sí, acrofóbicos abstenerse, por lo menos al 3 D, porque hay secuencias en que puede tornarse difícil bancársela. El artificio del equilibrista desde la Estatua de la Libertad anticipando los flashbacks a través de los cuales se va contando la historia, no adelantando en ningún momento el desenlace, suma, dado que uno bien puede imaginarse a una suerte de espíritu circundante de la Gran Manzana, adherido a los espacios en donde sus sueños no resultaron conforme sus aspiraciones. Es por eso que se insiste en no ver el documental de Marsh si se va a ver el film. El punto quizás más flojo es cierta para nada necesaria sensiblería (no por lo banal del hecho, entiéndase) sino por la obviedad del caso, respecto al homenaje visual y silencioso que se hace a ese emblema de la arquitectura y el comercio internacional del cual los neoyorquinos prescinden desde el ataque del 11 de septiembre de 2001. No obstante, quienes gusten del cine, principalmente en sus instancias motivacional y de narración por la increíble fuerza que cobran las imágenes cuando son manipuladas con maestría, En la cuerda floja es una opción más que decente.
miércoles, 19 de agosto de 2015
César Aira: El santo
El último títere de César Aira, logra escapar de las garras de un sicario para navegar por el Mediterráneo, ser vendido como esclavo, enamorar perdidamente a la reina de un exótico país africano y descubrir el deleite de la acción tras una larga existencia contemplativa en un monasterio de la Cataluña de finales de la Edad Media.
Conociendo la obsesión de
César Aira por singularizar cada ejemplar de sus libros, por dotarlos (al
menos) de una infralevedad
distintiva, hablar de su última novela como de la ochenta y tantas, sería
contravenir uno de los rasgos caracterizadores del artífice. Acaso en las
actuales épocas en que el concepto de viralización está tan en boga, podría
considerarse al último trabajo del escritor nacido en Coronel Pringles como una
pequeña partícula más lanzada a la multiplicación del aparentemente inagotable
universo airano.
El
santo nos lleva a las
postrimerías de la Edad Media, a un pequeño pueblo catalán junto al mar
Mediterráneo, desde donde un monje hacedor de milagros, advirtiendo la
proximidad de su muerte, decide retornar a su Italia natal para morir en su
terruño. Dicha decisión desencadena, ante la inclaudicable determinación del
viejo asceta de cumplir con su peregrino cometido, y frente a la inminente
pérdida del formidable negocio de la exhibición de su cuerpo una vez muerto, la
urdimbre de un plan para asesinarlo. Para este cometido, el Concejo de
correligionarios contrata al Cobalto, una suerte de sicario que persigue al
santo en su viaje por mar en una falúa griega y en un barco pirata turco, y
posteriormente, en un derrotero (con aires de road-movie lynchiana) por
exóticos países africanos.
"¿Quieres
saber quién eres? No preguntes. Actúa. La acción te definirá y
determinará.",
escribió Witold Gombrowicz en uno de sus Diarios; y si bien es indiscutible que
el anciano religioso pasa de una vida de recogimiento a la acción, esta acción
se da en dos fases muy bien definidas, ya que en un principio ese hacer, ese
obrar, es forzado por las circunstancias, haciendo emerger empero, como
consecuencia, como segunda instancia, un sentido de autodeterminación que va in crescendo a medida que la historia
avanza. El arco transicional discurre desde un ámbito de oración, contemplación
y rutina consuetudinarios, desde un día a día entre pájaros del mismo plumaje donde
todo acontecer, fortuito o premeditado, se vuelve moralmente convincente si se
lo atribuye a la voluntad de Dios, hacia una itinerante y exuberante vida en
que hasta un apasionado romance con una reina sabe a poco ante las nuevas
expectativas que van emergiendo en el transmutado hacedor de milagros; y ese quién soy aflora aportando cualidades
dormidas, inimaginadas, presagiando un futuro colmado de nuevas posibilidades. “Es asombroso lo que se aprende saliendo del
cascarón de lo cotidiano” dice el Cobalto al santo en el único diálogo que
mantiene con quien ha sido objeto de su precipitada pesquisa.
En una entrevista que le
realizaron en Montevideo, Aira manifestó: "Nunca
me interesó la psicología de los personajes. Tampoco en la vida real me
interesa ahondar en la psicología de la gente. En mis novelas, los personajes
son solamente funcionales a la trama. Si sirven para que la historia avance,
están bien. No trato de darles densidad psicológica, una redondez, algo para
que crean que existe esa gente en el mundo, cuando son como figuritas, títeres
que yo manejo a mi modo.", y el protagonista de El santo no es la excepción a esta pauta, el monje, si bien es un
personaje forzado a actuar por la coyuntura en un comienzo y que luego acaba
adquiriendo la capacidad del hacer deliberado, toma decisiones que no provienen
de una mente dotada de una hondura analítica; es el característico personaje
títere del autor, que como un Ema, la
cautiva es absorbido por contingencias, orbes y culturas asaz desconocidos
hasta entonces.
Aira ha declarado tener
que sobrellevar con cierto fastidio esa necesidad de tener que filosofar el
porqué de las circunstancias, no solo las que describe el narrador de sus
textos, sino también las propias. Tal vez sea por eso que el santo, ante la
interpelación del Cobalto respecto de los pormenores que han hecho posible la
inconsciente fuga, responde: “Para darle
una respuesta, tendría que pensar, y a esta altura de mi vida y experiencia no
quiero pensar más. En eso también coincidimos. Si me acepta un consejo,
renuncie a la satisfacción banal del saber. Yo sé lo que le digo. Estos
misterios de cuarto cerrado, y todos los de su especie, enigmas de salón,
exhibiciones de ingenio, son una pérdida de tiempo. Usted espera una revelación,
como quien espera ganar la lotería, pero esa revelación, que según las reglas
del juego estaba implícita en los datos del planteo, es una construcción
redundante además de imaginaria. ¿De qué le serviría? El caso se resuelve, y no
queda nada, ni en el mundo ni en la memoria.”
Literatura Random House ha
publicado hasta el momento las siguientes obras de César Aira: Ema, la cautiva (1997), Cómo me hice monja (1998), La mendiga (1999), Cumpleaños (2001), El mago (2002),
Canto castrato (2003), Las noches de flores (2004), Un episodio en la vida del pintor viajero (2005),
Parménides (2006), Las curas milagrosas del doctor Aira (2007),
Las aventuras de Barbaverde (2009), El error (2010), El congreso de literatura (2012), Relatos reunidos (2013) y Los
fantasmas (2013). El santo, en
simultáneo con una selección de sus trabajos, da inicio a la Biblioteca César
Aira del grupo editorial. domingo, 5 de julio de 2015
Massacre: Biblia Ovni
El último y existencial álbum de Massacre está sobrevolado por extraterrestres, deidades e incluso los fantasmas de Ian Curtis y Gustavo Cerati. Un acto de reafirmación de conceptos artísticos y de florecimiento de una siembra llevada a cabo en un Tiempo no tan perdido...
Tal vez, la mal llamada madurez artística, no sea otra cosa que mantenerse firme en el lúdico y anárquico proceso de aprender a calibrar cada vez más el cincel con el cual se labra la obra que expresa las obsesiones y búsquedas de un determinado artífice. "El mamut es nuestro Jessico, bisagra, despegue" declaró Walas en una entrevista en torno a Biblia Ovni, acaso aludiendo a la evolución precedida por dicho disco (2007), Ringo (2011) y Aerial 13 (2013, regrabación del Aerial del ´97 con modificaciones en el cover y las versiones). Desde el primer tema, Mi amiga soledad, track hiperpoderoso, con un riff formidable, se percibe esa sensación de encontrarse ante un trabajo forjado sobre conceptos sólidos, granados por una banda con casi tres décadas de historia entre sus haberes. Si bien los tonos y las estructuras de las canciones son muy eclécticos en Biblia Ovni, la lírica apunta claramente a lo existencial: evolucionismo, intervención extraterrestre o la mano de la deidad, pero en definitiva la expresión de la necesidad del ser humano de creer en algo para poder sustentar y darle sentido a su vida. No está para nada ausente en el último trabajo de Massacre la exquisitez guitarrística de Pablo Mondello y Federico Piscorz, caracterizada por esa impronta épico-melódica que no pierde nunca su afable agresividad. Por otro lado, los sintetizadores tuvieron también su papel en un disco en que en realidad se grabaron con la misma intensidad las guitarras y las máquinas, dándoseles el predomino a unas u otras en el proceso de mezcla. La producción estuvo a cargo de Alfredo Toth y Pablo Guyot, quienes entre otros antecedentes, acompañaron a Charly García en la presentación de Clics Modenos (1983) y fueron junto a Willy Iturri los integrantes de G.I.T. Las musas ceratianas han dicho presente por su parte en Biblia Ovni, sobre todo si uno se remite a la fase más rockera de Soda Stereo, que ciertamente podría cifrarse en el álbum Canción Animal (1990); Sin dormir, el tema más "canción", es quizás una de las muestras más claras de tal influencia. Domador de jaguares, el track 8, tiene una historia que involucra a Johnny Marr, a Ian Curtis y al propio Walas: “El año pasado, cuando tocó, fui a saludarlo. Le llevé discos y su libro de fotos (Instrument, con Pat Graham) donde hay cincuenta instrumentos de amigos de él, Flaming Lips, Sonic Youth, Smiths obvio. Ahí hay una guitarra que, desde chico, quise tener, la Vox Phantom. Es una viola inglesa emblemática, la usaba Ian Curtis las pocas veces que tocaba la guitarra. Y yo la pude tener ahora, que soy rocker consumado. Bien, cuando estábamos charlando con Johnny Marr, le llevé el libro y le dije que me encantaron las reseñas que hizo. El me miró a los ojos y me preguntó: ‘¿Viste la Phantom?’. Él la tiene en su casa de Manchester. Y de eso se trata: el tema dice que su casa está embrujada del fantasma del ahorcado.” Los dos últimos tracks, Despoblando el planeta (una declaración por la no procreación) y Feliz noviembre (la recuperación del Tiempo Perdido de las épocas de Cemento y el Parakultural en una cálida noche de noviembre de 2014) son los más extensos y poseen cierta impronta rapsódica y progresiva. Ya sea consciente o azarosa la opción de cerrar el disco con un tema como Feliz noviembre, el tema oficia como una suerte de balance de época de una banda que toma lo mejor de su historia para pulir cada vez más su mensaje: "...mientras pienso si esto lo soñé, nuestra siembra comienza a florecer..."
Video Oficial de Niña Dios
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