Algo me ha dicho que en realidad
no hay distancia,
que nuestro andar
o cesar
es hallarse en destino,
que nuestro hablar
es violar un secreto,
que los genuinos pasos
han de darse
siempre en peligro,
han de darse
osando burlar
el infame coloquio de la lluvia.
Mas no obstante
ella vendrá con su jungla,
llegará con sus huestes
de ramas carnívoras,
el agua,
infame alegría
de almas rendidas.
Y tú serás,
serás por eso
al fin semilla
o no serás nada,
serás un soplo de Dios
en busca de tu aire,
serás, serás.
Y con todo,
hijo del único sol,
el tuyo,
el nuestro,
has de fingir demencia
de ser preciso,
has de aferrarte al escudo del NO
y a tu música,
has de afianzar tu atavío.
Has de leer la memoria
en tus diestras manos,
surcar cauteloso
la palabra justa,
hacerla tuya,
solo tuya,
has de portarla encendida
y volverla poesía.
Pues la canción ya se ha escrito.
Pero la música
suena en su cielo
o no suena.
Y nuestros cielos no admiten
la pavorosa barbarie del agua
cuando se atreve a impregnar
nuestras noches,
nuestros cuerpos,
nuestras calles,
nuestras ansiadas ciudades.