Un hombre casi sin
alma
levanta un cuerpo de
plástico;
los colores se
derriten
en un recinto que se
desvanece en el olvido.
Ni un solo escrito,
ni un solo indicio
prometiendo la
inmortalidad
de un alma que se
escurre
entre rojos, naranjas
y fuego.
Hago magia susurró
anoche Gisselle:
la del más enorme
tesoro,
inventora de una
cofradía
que se esfuma en el
humo:
sus palabras desaparecen,
se ahogan en una plañidera súplica.