sábado, 22 de enero de 2011

Prefacio de "La Frontera"


Pretendo, con esta breve introducción, tratar de dilucidar el propósito y substancia de lo que este prefacio antecede. Este algo que busca un algo, trata de retornar, trata de escaparle al sonido de esas consabidas voces; surgió uno de esos tantos y recurrentes otoños que ahora vuelvo a encontrar acá, cuando releo este trabajo. De todas maneras, creo que exponer estas imágenes bajo el nombre de trabajo ante ustedes, presuntos cómplices de un eterno viaje, representaría una traición al espíritu espontáneo que como un torrente inevitable, abrumador, fue filtrándose sutilmente en mis días, fue dictando y recreando las visiones de un pasado que insiste en hacer eternas esas breves luces.
  
Siempre desconfié bastante de los haceres, de las disciplinas, de todo aquello que se construye conforme un proceso de autoimposición de un conjunto de acciones. Quizás esto valga para lo que se encuentre fuera de los dominios del arte. En el arte reconozco un solo proceso, es el de cincelar, el de escuchar humildemente a ese algo que precede a la identidad del artífice, y sin lo cual el fenómeno de la verdadera poesía, del verdadero cine, de la verdadera música, perdería toda razón de ser.
   
No obstante, es necesario doblegar a ciertos gigantes, aprender a los tumbos a engañarlos, alivianar las pesadas cargas, traicionar aliados, en fin, volverse un oscuro recinto dentro del cual la llama siga ardiendo al compás de nuestra trágica fidelidad.
   
Todos hemos hallado, sedienta de sangre y fuego, esta frontera, donde las antiguas palabras del mundo se tornan inaudibles, ese sitio donde algunos pocos, exhaustos de gritar en la más absoluta soledad, deciden desandar sus pasos, recoger las migajas que siguen destellando en la oscuridad.
   
Albert Camus escribió en el prefacio a una reedición de Revés y derecho: “Conozco mi desorden, la violencia de ciertos instintos, el abandono sin gracia en que puedo caer. La obra de arte, para ser construida, debe servirse ante todo de esas oscuras fuerzas del alma. Pero hay que canalizarlas, rodearlas de diques, para que su caudal suba… Sencillamente, el día en que establezca el equilibrio entre lo que soy y lo que digo, ese día quizá, y apenas me atrevo a escribirlo, podré realizar la obra que sueño… En arte todo viene simultáneamente, o nada viene; no hay luces sin llamas... al menos sé, a ciencia cierta, que una obra humana no es nada más que ese largo encaminarse, por los rodeos del arte, en busca de las dos o tres imágenes sencillas y grandes ante las cuales se abrió por primera vez el corazón.”
   
Ayer sentí que ese trabajo de cincelamiento, de recuperación de esas antiguas imágenes y sonidos podría darse por terminado. Seguramente en un futuro no tan lejano no sienta lo mismo…