domingo, 17 de noviembre de 2019

Liberté, de Albert Serra, en el marco del 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

El director de Honor de Cavallería, regresa con una película que retoma el tema de la decadencia de la aristocracia europea del siglo XVIII: un grupo de libertinos que escapan del puritanismo de la corte de Luis XVI, se refugia en un bosque en busca de un ámbito en que dar vía libre a su hedonismo.

Tras dos muy diferentes versiones sobre la muerte de Luis XIV, la primera (La Mort de Louis XIV) protagonizada por Jean Pierre-Léaud y la segunda (Roi Soleil) por Lluís Serrat, actor que ha acompañado al director catalán a lo largo de casi toda su filmografía (vuelve a tener un rol no tan secundario en este film), con Liberté, Albert Serra pone su interpelador foco en un grupo de libertinos que expulsado de la corte de Luis XVI, se instala en un bosque entre Postdam y Berlín, buscando la anuencia de un noble prusiano (Helmut Berger) para dar rienda suelta a su hedonismo. 

Mucho más vitalista y contraria a la secuencia que comenzó con su Història de la Meva Mort y que termina con Roi Soleil, en donde el paso hacia la muerte cuenta con cierta inevitable entrega de los personajes a lo próximo e inexorable, en Liberté (que obtuvo en el Festival de Cannes de este año el Premio Especial del Jurado) encontramos a un conjunto de personajes que (en principio) asume el desafío colectivo de dar rienda suelta a un vasto repertorio de experiencias sexuales. Aquí los textos no solo se hablan en planificación de un abanico de prácticas a ser llevadas a cabo, ya que la consumación de algunas de las ideas en su puesta en acción, aparece como una prolongación de un texto que se sigue desarrollando en un plano diferente. Sigue siendo un texto, pero un texto físico, gestual, aderezado por los balbuceos de quienes escriben en tiempo real una trama en el contexto de ese bosque nocturno, con su multiplicidad de sonidos, la tormenta que se desata en un momento de la noche, insectos y animales rondando la escena, dándole marco al intento de consagración de esa procurada libertad que ha sido deliberada de antemano.

Hay una primera y secundaria inversión de roles: la del noble que fuera de su ámbito natural, en un marco en que claramente quedan diluidos los rangos, siendo pasible de la humillación de quienes en su antigua condición estuvieron obligados a rendirle pleitesía. Pero en Liberté el conjunto aparece como un solo cuerpo, por consiguiente, la segunda y más importante ruptura de la norma es la del conjunto que asiste, en un principio velado por el entusiasmo, a la consumación de su propio e inconsciente vasallaje, a la subordinación ante un todo que lo rodea, ese todo que conserva intacta su forma y su objeto, aun sin tener la declamatoria facultad de decretar su propia libertad, esa integridad o integración, noche o contexto, que si bien es mutabilidad, sinfonía pura, conserva inmutable su facultad de acceder o mejor dicho de sucederse en su no buscado e inapelable devenir, sin necesidad de acción o deliberación libertaria alguna.

Las escenas de sexo funcionan como metáfora de esa empresa destinada a fracasar de antemano. Los gestos de los participantes rara vez expresan algo que pueda ser relacionado con el goce. Ese conjunto humano que ha hecho un previo manifiesto verbal en donde la entrega a los pulsos más elementales es lo único perseguido, aparece encerrado, dando pasos en falso, desterrado en la clausura de un bosque cerrado, laberíntico, un ámbito interior y oscuro que vuelve a permitirle a Serra apelar a ese tenebrismo caravaggiano que utilizó en La Mort de Louis XIV, en donde pareciera que la luz tiene como único objetivo delatar la castración simbólica en el rostro y en el cuerpo de los personajes.

No es a esta altura un hallazgo decir que el cine del director de El Cant dels Ocells tiene sus defensores acérrimos, incondicionales, y sus fervientes detractores a quienes no les es difícil encontrar razones para impugnar lo que acaban de ver. Y uno siente que más allá de las loas y las críticas del público y la prensa especializada, es el mismo Serra el que ante esa realidad, se ubica desde un lugar estratégico, gozando del hecho de haberles hecho a ambos picar el anzuelo, porque en definitiva, todos aceptaron, incluso aquellos desprevenidos que a los pocos minutos se retiran de la sala, participar de una de las travesuras de quien ha sido bautizado L'enfant terrible, y quien en alguna oportunidad declaró: "no me importa la opinión del público, cuya valoración será siempre subjetiva y sujeta a equivocarse".