cae desde el techo.
Afuera los jóvenes saltimbanquis
celebran la estación
multiplicando círculos de fuego.
Interpelar las recónditas musas
-aun cuando el viento que barre las primeras hojas
habita otras regiones-.
Hay una intrínseca reunión de perros salvajes
dispuesta a hincarse ante unos pies,
una mística recurrencia de ríos y turbiedades,
de inusitados enigmas literarios
ofrendando su extravagante agasajo.
Mientras la noche regurgita un dulce reposo,
escribe.
Tim Hardin sigue sonando…