Máscara de urbana penitente,
teme a las aves que pugnan
por picotear su atuendo de
fuego.
Observa a destiempo,
arrellanada,
a los niños que juegan
en una nueva y suburbana
senda.
Una volátil cantinela con
aires de milonga
atraviesa el compartido
sueño
mientras enero estalla,
resplandece su densa quietud.
Tanto para que la oscuridad
los arrastre,
oculte de nuevo el tenue
deslumbramiento,
tanto para que la calle
reviente de feligreses
vertiendo espuma y
oraciones.
Resquebraja el sol
implacable
su carita de plastilina
y el pum pum de la pelota,
ratifica un período
adolescente
del conjuro que profesan las
estrellas.
Se levanta, camina entre ese
tétrico bestiario de caníbales,
empuja otra vez la puerta
y se tiende a esperar el
prodigio de la noche…