domingo, 6 de julio de 2025

Cantarina

Nocturna, urbana, silenciosa, 
obsesivamente joven, audaz, 
suicida,
noche a noche
enfrentabas aquel tiempo.

Se libraba aquella guerra ante tus ojos.
Transitar aquellas calles
solía despertar su irrefrenable cólera:
transeúntes sin patria ni bandera alguna
azoraban la oscura transparencia
que en las lunas gélidas de julio,
te atrevías a andar, 
solitaria, 
incógnita,
cantarina.

Es que amabas, 
amabas con tanta furia, 
tanto frenético goce
ese lugar secreto 
que abría sorpresivamente sus puertas.
Y elegías entrar, 
oficiar un juego
ambiciosamente tierno 
y a la vez perverso.
Es que las reglas de tu falsa vida
no calaban allí, 
allí señoreaban simplemente 
aquellos cuerpos sin alma, 
librados más tarde por vos a otras faenas,
y huías mientras ellos, 
incautos, ya sin armas para luchar, 
ya sin piernas para regresar a casa, 
temblaban su ternura, 
se aferraban al ruinoso premio 
por morir a sí mismos;
y luego volvían, 
vaya si volvían a su noche 
para ser vejados nuevamente.

¿Qué música habías escuchado
en aquel río,
aquellas aguas
que anticiparon ese océano
sin hablarte de esos vientres,
de esos dioses que fugaces
recobraron para vos 
la anhelada lejanía?

Y seguías andando 
inclaudicable, 
buscabas esa voz 
inveterada, 
bailando a cada paso 
tu inquebrantable fe:
azul, siempre azul, 
musical, siempre musical,
aguardabas un nirvana de Mojaves, 
tan esteparia, 
tan presumidamente frágil,
surcabas palmo a palmo
el pavoroso filo del destino
que franqueaba tu marcha, 
acaso por ventura, 
acaso por arbitrio, 
acaso por dejarte discurrir
hacia una última e inexorable trampa.

Muchos perros de la calle
quisieron seguir tus pasos
y fueron cruelmente disuadidos
de sumarse a esa plegaria, 
peregrina, sí, tú, 
peregrina, cantarina, tú,
tú forzabas los límites 
de tu propio espanto 
alcanzando nuevas cimas 
para finalmente,
dueña de una victoria secreta,
volver sobre tus pasos 
a tu primera guarida, 
noche a noche, 
luna a luna, 
tango a tango,
y planear otro festín, 
otro de los tantos funerales 
en que orabas tus estrofas
ante un hombre que yacía 
en su póstuma penumbra.

¿Qué música habías escuchado
en aquel río, 
aquellas aguas
que cantaban su arrullo 
solo para vos,
te hablaban de esas pieles,
esa sangre manando, 
ese atávico sonido
de puños haciendo tronar 
su adolescente y masculina rabia?

Y el futuro se adueñaba de vos, 
nuevamente,
la alegría traccionaba tus pasos
y aquellos mágicos soles 
te llenaban de esperanza.
Y volvías a creer por un instante.
Y elegías las veredas solitarias, 
desafiabas impetuosamente al destino, 
cantarina, sí, tú, 
cantarina, musical, 
caminabas entre cuerpos 
que no habían acabado de morir.

Mas los días que vinieron
ya no fueron el atajo a una utopía,
insuflaron en tus huesos la sustancia
de un presente ajeno,
implacablemente inmóvil.
No bastó el auxilio del vino,
de la música, 
de los poetas,
de las nuevas canciones;
desfilabas, entonces, 
acarreando esa niña perdida.
¿Quién te andaba entonces?
¿Qué diabólica entidad 
se servía de tu marcha, cantarina?
Andabas con los huesos secos, 
el alma a oscuras, 
pero llena, siempre llena
de una lejana memoria.

¿Qué música habías escuchado 
en aquel río, 
aquellas aguas 
que aun oscuras,
te acercaron un destello 
de playas amigables, 
de aromas cómplices, 
de miradas ingenuas?

Hoy,
cantarina,
sigues buscando 
tu prometida Patria.
Y te vemos andar, aún, 
andar,
con el cuerpo seco,
con el alma llena.