Retornó, otra vez
en la noche, sembró de piedras un suelo diezmado por los espectros que
apresuraron el mal sueño. El centelleo de luces grises en un negro de bravura
implacable -ese que siempre, desde las más estivales y sumergidas sombras, lo
obligó a fugar hacia adelante, furtivo, escurridizo, anónimo, en busca de la
utópica promesa de la sangre- asió unas manos, un torso, unas delgadas piernas,
al cálido emerger de sábanas que surcaban, velaban a menudo su adentrarse en el
anticipo de un inevitable regreso, acaso una atormentada huida hacia el mejor
de los Tiempos: (vagar con las alas arrancadas por las fauces de los más bellos niños,
…, perdiendo y recuperando la fe a cada paso).
Ella brindaba la
hierba, suministraba los más diversos brebajes, mientras inconsciente, precisa,
siniestra, construía sosegadamente una última morada, lejos del transparente
señorío del impenetrable bosque.
Retornó otra vez
en la noche; él, impreso ya en la historia del más incógnito ilusionismo,
caminaba por un cimiento impregnado de indecorosa música, esa que no obstante
no impedía, merced de su impreciso y entrecortado estrépito, que un hilo de
muerte devorándose casi todo el aire, se colara desde la contigua celda.