lunes, 4 de agosto de 2025

Nuestra única música

a Manuel,
testigo secreto

Antes que se muera el cuerpo,
antes del abismo,
de la eterna caída en la eternidad,
cantaré para recuperar el olor de las uvas,
que me abandonaron.

TANGUITO

¿Qué le ocurrió a cierta música entonces?
El trigo, a días de la siega, 
bailaba con esa brisa amigable 
que había desalojado al calor de diciembre.
Bastaba el sonido de nuestros pasos,
nuestro silencio,
nuestra intuitiva memoria,
bastaba confiar en la escena
que atávicamente nos impelía
a avanzar,
ser parte de un canto 
que nos hablaba, 
nos andaba, 
nos bailaba a su antojo.
E íbamos hacia quién sabe dónde,
entonces,
colmados de una fe compartida,
velando nuestro encendido secreto.
Paso a paso.
Sueño a sueño.
Rayo a rayo.
Golpe a golpe.
¿Qué sucedió a cierta música entonces?
Nos aguardaba,
y lo añorábamos,
entonces,
nos esperaba la furia,
nuestra primera batalla.
Privada.
Juvenil.
Sustancial.
Futura e inexorable condena.
Estábamos cantando
nuestra impúdica e irrefrenable 
gracia de infantes,
rock 'n' roll,
inmersos en ese cielo
que nos tragaba,
confiados en nuestra inefable voz 
de cándidos impostores.
Tú respirabas mi aire,
entonces,
y yo cantaba en secreto
tus adoradas canciones.
Y el silencio,
el silencio ante todo
fraguaba nuestra invencible aventura.
Por eso.
Pregunto.
¿Qué le pasó a cierta música entonces?
Dos fugitivos acordes
armonizando una extraña 
y a la vez dulce melodía,
oída en sigilo.
Pues todo era incógnito, 
entonces.
Incluso el olor de esa sopa de abuela 
que urgió en la canción.
Y lo invitamos a entrar,
¿cómo negarnos?
Y cada uno a su modo
recobró aquella mística 
estrofa de la infancia
para llevarla a morir a un altar invisible.
¿Pero quién lo sabía entonces?
Brillábamos con el sol del mediodía
sin atisbar que rogábamos al unísono,
volábamos sin saberlo 
armados hasta los dientes 
de cálida juventud.
Se avizoraba una guerra opulenta.
Vedada.
Vagábamos hacia ella.
Olvidados de todo y por todo.
Círculo de brisa y fuego
que nos flameaba a su antojo.
Sus propias canciones.
Sus otras canciones.
Nuestra única música
de pieles robadas 
a la sublime potestad de la luz.
Y nadie,
ya nadie caminaría esa noche
sobre esos frágiles techos de papel.
Por eso.
¿Qué le ocurrió a cierta música, 
entonces?

miércoles, 30 de julio de 2025

Los senderos por venir

a Pablo,
por regresar

Caminaré, 
perturbaré al menos por un instante 
a este siniestro remanso de calamidades. 
Caminaré, 
sordo y ciego ante el ruinoso ruido 
de las ruinas que empiecen a caer 
en su propio abismo. 
Caminaré, 
caminaré con el retumbo de Hawthorne,
de Walker,
de Cormac
en el alma, 
vacío el corazón, 
a la espera de esas amarillas constelaciones 
que danzan con el cálido vientecito de diciembre. 
Caminaré, 
dejaré atrás la vigilia vana,
las tierras ajenas,
para sumirme en la estrepitosa cancelación 
de una anticipada y absurda muerte. 
Caminaré quizás sin cómplices, 
sin canciones anodinas, 
sin el fragor de las antiguas arengas, 
sin la esperanza de recobrar 
el evadido e ilusorio fuego. 
Réprobo de toda reprobación, 
desbarataré con un silencioso y sostenido paso 
las primeras pertenencias. 
Caminaré, 
pagaré uno a uno mis genuinos pecados, 
inserto de lleno en la inconmensurable estridencia 
de un tiempo ajeno al Tiempo. 
Caminaré, caminaré...  

domingo, 6 de julio de 2025

Cantarina

Nocturna, urbana, silenciosa, 
obsesivamente joven, audaz, 
suicida,
noche a noche
enfrentabas aquel tiempo.

Se libraba aquella guerra ante tus ojos.
Transitar aquellas calles
solía despertar su irrefrenable cólera:
transeúntes sin patria ni bandera alguna
azoraban la oscura transparencia
que en las lunas gélidas de julio,
te atrevías a andar, 
solitaria, 
incógnita,
cantarina.

Es que amabas, 
amabas con tanta furia, 
tanto frenético goce
ese lugar secreto 
que abría sorpresivamente sus puertas.
Y elegías entrar, 
oficiar un juego
ambiciosamente tierno 
y a la vez perverso.
Es que las reglas de tu falsa vida
no calaban allí, 
allí señoreaban simplemente 
aquellos cuerpos sin alma, 
librados más tarde por vos a otras faenas,
y huías mientras ellos, 
incautos, ya sin armas para luchar, 
ya sin piernas para regresar a casa, 
temblaban su ternura, 
se aferraban al ruinoso premio 
por morir a sí mismos;
y luego volvían, 
vaya si volvían a su noche 
para ser vejados nuevamente.

¿Qué música habías escuchado
en aquel río,
aquellas aguas
que anticiparon ese océano
sin hablarte de esos vientres,
de esos dioses que fugaces
recobraron para vos 
la anhelada lejanía?

Y seguías andando 
inclaudicable, 
buscabas esa voz 
inveterada, 
bailando a cada paso 
tu inquebrantable fe:
azul, siempre azul, 
musical, siempre musical,
aguardabas un nirvana de Mojaves, 
tan esteparia, 
tan presumidamente frágil,
surcabas palmo a palmo
el pavoroso filo del destino
que franqueaba tu marcha, 
acaso por ventura, 
acaso por arbitrio, 
acaso por dejarte discurrir
hacia una última e inexorable trampa.

Muchos perros de la calle
quisieron seguir tus pasos
y fueron cruelmente disuadidos
de sumarse a esa plegaria, 
peregrina, sí, vos, 
peregrina, cantarina, vos,
vos forzabas los límites 
de tu propio espanto 
alcanzando nuevas cimas 
para finalmente,
dueña de una victoria secreta,
volver sobre tus pasos 
a tu primera guarida, 
noche a noche, 
luna a luna, 
tango a tango,
y planear otro festín, 
otro de los tantos funerales 
en que orabas tus estrofas
ante un hombre que yacía 
en su póstuma penumbra.

¿Qué música habías escuchado
en aquel río, 
aquellas aguas
que cantaban su arrullo 
solo para vos,
te hablaban de esas pieles,
esa sangre manando, 
ese atávico sonido
de puños haciendo tronar 
su adolescente y masculina rabia?

Y el futuro se adueñaba de vos, 
nuevamente,
la alegría traccionaba tus pasos
y aquellos mágicos soles 
te llenaban de esperanza.
Y volvías a creer por un instante.
Y elegías las veredas solitarias, 
desafiabas impetuosamente al destino, 
cantarina, sí, vos, 
cantarina, musical, 
caminabas entre cuerpos 
que no habían acabado de morir.

Mas los días que vinieron
ya no fueron el atajo a una utopía,
insuflaron en tus huesos la sustancia
de un presente ajeno,
implacablemente inmóvil.
No bastó el auxilio del vino,
de la música, 
de los poetas,
de las nuevas canciones;
desfilabas, entonces, 
acarreando esa niña perdida.
¿Quién te andaba entonces?
¿Qué diabólica entidad 
se servía de tu marcha, cantarina?
Andabas con los huesos secos, 
el alma a oscuras, 
pero llena, siempre llena
de una lejana memoria.

¿Qué música habías escuchado 
en aquel río, 
aquellas aguas 
que aun oscuras,
te acercaron un destello 
de playas amigables, 
de aromas cómplices, 
de miradas ingenuas?

Hoy,
cantarina,
sigues buscando 
tu prometida Patria.
Y te vemos andar, aún, 
andar,
con el cuerpo seco,
con el alma llena.