martes, 24 de julio de 2012

El mar, el invierno y el hombre

Una brisa helada le surcó cara.

La playa y la ciudad desplegaban una diáfana soledad.

Se arrellanó al final de la escollera

envuelto en una casi invisible bruma

y observó a las piedras cubiertas de un utópico verde.

El agua había trepado incansable durante décadas,

componiendo una escena atrapada por primera vez:

ceñidas por una reunión de millones de diminutas esmeraldas

las rocas exhalaban una letanía tras la partida de la blanca y salada efervescencia

(todo te sobrevendrá, tras la dimisión, 

una involuntaria memoria traerá consigo la primera y relegada resonancia...)



Anochecía;

mientras él caminaba de regreso,

recordaba el mundo,

y el canto más esencial

regresaba al abrigo de la renovada espuma.