a Manuel,
testigo secreto
Antes que se muera el cuerpo,
antes del abismo,
de la eterna caída en la eternidad,
cantaré para recuperar el olor de las uvas,
que me abandonaron.
TANGUITO
El trigo, a días de la siega,
bailaba con esa brisa amigable
que había desalojado al calor de diciembre.
Bastaba el sonido de nuestros pasos,
nuestro silencio,
nuestra intuitiva memoria,
bastaba confiar en la escena
que atávicamente nos impelía
a avanzar,
ser parte de un canto
que nos hablaba,
nos andaba,
nos bailaba a su antojo.
E íbamos hacia quién sabe dónde,
entonces,
colmados de una fe compartida,
velando nuestro encendido secreto.
Paso a paso.
Sueño a sueño.
Rayo a rayo.
Golpe a golpe.
¿Qué sucedió a cierta música entonces?
Nos aguardaba,
y lo añorábamos,
entonces,
nos esperaba la furia,
nuestra primera batalla.
Privada.
Juvenil.
Sustancial.
Futura e inexorable condena.
Estábamos cantando
nuestra impúdica e irrefrenable
gracia de infantes,
rock 'n' roll,
inmersos en ese cielo
que nos tragaba,
confiados en nuestra inefable voz
de cándidos impostores.
Tú respirabas mi aire,
entonces,
y yo cantaba en secreto
tus adoradas canciones.
Y el silencio,
el silencio ante todo
fraguaba nuestra invencible aventura.
Por eso.
Pregunto.
¿Qué le pasó a cierta música entonces?
Dos fugitivos acordes
armonizando una extraña
y a la vez dulce melodía,
oída en sigilo.
Pues todo era incógnito,
entonces.
Incluso el olor de esa sopa de abuela
que urgió en la canción.
Y lo invitamos a entrar,
¿cómo negarnos?
Y cada uno a su modo
recobró aquella mística
estrofa de la infancia
para llevarla a morir a un altar invisible.
¿Pero quién lo sabía entonces?
Brillábamos con el sol del mediodía
sin atisbar que rogábamos al unísono,
volábamos sin saberlo
armados hasta los dientes
de cálida juventud.
Se avizoraba una guerra opulenta.
Vedada.
Vagábamos hacia ella.
Olvidados de todo y por todo.
Círculo de brisa y fuego
que nos flameaba a su antojo.
Sus propias canciones.
Sus otras canciones.
Nuestra única música
de pieles robadas
a la sublime potestad de la luz.
Y nadie,
ya nadie caminaría esa noche
sobre esos frágiles techos de papel.
Por eso.
¿Qué le ocurrió a cierta música,
entonces?